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La inteligencia artificial nos tiene sometidos




Félix Arbolí [colaboraciones].-

Los rigores del verano parecen ocasionar alteraciones en nuestra manera de pensar y reaccionar ante las circunstancias que se nos presentan en el día a día.  Las neuronas deben recalentarse y desviar los caminos de nuestra mente hacia derroteros que en épocas de menos calores  jamás elegiríamos.

Queremos ver razonable lo que a todas luces y sin mediar estos conflictos cerebrales, resultarían como mínimo chocantes. Creemos avanzar, cuando en realidad estamos regresando de una manera lenta, pero imparable, al aislamiento social de las antiguas cavernas, aunque las actuales en lugar de ser cuevas excavadas en las rocas, sean sofisticados edificios  que intentan alcanzar el cielo y distanciarse cada vez más del suelo y el contacto con nuestras semejantes.

Las nuevas y avanzadas  técnicas nos hacen creer que somos más felices y libres y no nos percatamos de que esa inteligencia artificial que hemos creado  nos supera y  domina ya e impulsa nuestra vida en todas sus facetas.

Gracias a este artículo podrán saber de mí, con mayor o menor fundamento, una serie de personas a las que conozco e incluso que desconozco,  aunque sí me gustaría poder conocer y sentir la presencia física de todos ellos. La prensa digital es un formidable avance y un gran aliciente para el que quiere dar algún mensaje o contactar con el mayor número de personas a las que no ha tenido la oportunidad y satisfacción de conocer personalmente.

Es raro, pienso yo, saber que cuanto estoy exponiendo podrá llegar a tantas personas y hasta reencontrar a ese amigo perdido en el tiempo y recuperado gracias a la casualidad de que este u otro escrito le haga ver que aún sigo vivo. 

LA ESTILOGRÁFICA

Echo de menos mi estilográfica y el block donde antes exponía mis ideas, desahogaba mis sentimientos y trataba de solucionar mis problemas a pesar de que en muchas ocasiones no pasaban más allá del cajón de la mesa sobre la que escribía.

Asimismo, esas comidas y charlas de sobremesa en las que contábamos todo cuanto en esos momentos nos importaba, haciendo partícipes de nuestras ilusiones, logros alcanzados y problemas a nuestro círculo amistoso y familiar. 

Esas horas de siesta o lectura cuando nuestras ocupaciones lo permitían, que eran bastantes a lo largo del día, sin el problema de que en lo mejor de esos apacibles momentos sonara  el “grillo electrónico” para tenernos oyendo sandeces que nada nos importan la mayoría de las veces. 

Hoy vivimos dominados por esas diminutas y complicadas máquinas electrónicas, donde apretar un simple botón nos priva del placer de haber resuelto un enigma que nos tenía bastante ocupado y absorbido, encontrar la palabra o explicación que tanto deseábamos o el siempre recomendable efecto de ejercitar la memoria pensando en algo que nos interesa y que el ordenador o el súper móvil, nos facilita en un instante sin sentirnos partícipe directo en la portentosa aventura de ejercitar los recuerdos.

Hemos ganado en avance tecnológico lo que hemos perdido en calidad humana y hemos olvidado el inefable placer de compartir nuestro tiempo y espacio con esa persona importante o querida  a la que hemos convertido en una voz lejana e imprecisa que nos cuenta de manera  apresurada e inconexa una larga serie de asuntos intranscendentes que teniéndonos presente no trataría.

OÍMOS, PERO NO VEMOS

Pasamos años sin contactar físicamente con las personas relevantes en nuestra vida, porque el teléfono, en sus ya lejanos tiempos, el móvil que siempre nos localiza e interrumpe en los momentos más importantes, el “Smartphone”, son sus sofisticadas aplicaciones y esas maquinitas que nos hacen partícipes de guerras y epopeyas imaginarias, nos han privado del tiempo y la intimidad, de poder estar junto a la persona indicada y deseada sin esos cortes inoportunos.

Hoy vivimos en el mismo lugar y solo nos vemos en fechas muy señaladas. Padres e hijos, se oyen, pero no se ven, ni se besan, ni se abrazan. El ser humano ha perdido su condición social y se robotiza a pasos agigantados. Lo más lamentable es que no se advierte afán de regresar a esa cotidiana y amena convivencia. 

Hay quienes viven absorbidos por el mundo electrónico y no se cansan de lanzar sus soliloquios o diálogos para besugos durante largas horas a lo largo de todo el día. Los ves en el Metro, autobuses, conduciendo, paseando, sentados en una terraza y hasta sin prestarle atención a quien le acompaña, en un compulsivo movimiento de dedos enviando mensajes, matando “marcianitos” o lanzando continuas peroratas con el móvil a otro poseso solitario.

Vivimos una época donde las máquinas se hacen cada vez más inteligentes y las personas cada día más estúpidas y retrógradas. Al final, Ray Bradbury tenía razón.

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