Ajuste de cuentas

Francisco M. Navas [colaboraciones].-

Hace ya mucho tiempo que sólo leo los titulares de las noticias, y que la insufrible propaganda de la TVE1 me aburre soberanamente. Aun así, me considero un ciudadano preocupado por la realidad de nuestro entorno próximo y, de paso, por lo que acontece en territorios lejanos e incluso remotos.

El problema es que las noticias se han convertido en un sinfín de calamidades cotidianas, ante las cuales cualquiera que las vea acaba por conformarse, diciéndose: a mí no me han apuñalado, ni violado, no me han robado ni me han estafado, no me han puesto últimamente ninguna multa de tráfico, ni ha ardido mi negocio, no se me ha inundado nada, en fin, aunque gane 800 euros al mes y mi jefe me haga trabajar doce horas, me puedo considerar un privilegiado, etc., etc., etc.

Digo esto porque, con el tiempo, he aprendido a ver las cosas de otra forma: no me paro a pensar tanto en lo que pasa como en el por qué pasa. Si apuñalaron a esa persona impunemente, ¿qué hizo la policía para detener al agresor? Si la estafaron, ¿dónde fallaron los controles de circulación del dinero? Si la contrataron a jornada completa y le pagaron sólo la mitad del sueldo, ¿dónde estaban los sindicatos para defender sus derechos?

Cuando en un país como el nuestro, rico en sol, en variedad de gentes de todo tipo y ralea, en inteligencia, en recursos agrícolas y ganaderos, en tecnología punta, resulta que todo funciona mal, no hay que echarle la culpa a la ciudadanía. Hay que volver la cabeza despacio, y mirar hacia aquéllos que lo controlan todo y que todos los días son responsables directos de producir el milagro de que nada funcione.

TRINCAR SIN DOBLARLA

Al separar la vista de la gente corriente, de la gente de la calle, nos encontramos de frente con esa pandilla de desalmados, que algunos con acierto han denominado casta, dedicados en cuerpo y alma a repartirse los buenos trabajos, los sillones en las diferentes instituciones, los jugosos negocios y contratos, los sobresueldos en los consejos de administración y que, no contentos con llevárselo calentito sin doblarla, critican día a día, sistemáticamente, a la clase trabajadora que, según ellos, sólo sabe pedir prestaciones por desempleo, becas para sus hijos e hijas, una sanidad que funcione medianamente bien, una educación pública gratuita y de calidad, e incluso ayudas a fondo perdido para personas discapacitadas o dependientes.

Son esos mismos los que, de tertulia en el bar del Congreso de los Diputados, han decidido que la gente trabaje una hora más sin pagársela, independientemente de que sea más o menos rentable para las administraciones públicas o para las empresas, suprimir la paga extraordinaria de Navidad a los funcionarios, alargar el periodo de cotización para las jubilaciones o bajarle el quince por ciento del sueldo a los empleados de las fábricas de coches, mientras regalan ayudas millonarias a las grandes multinacionales del automóvil.

Y además, cuentan bajo su mando con otra e interminable lista de personas de designación singular, colocadas a dedo estratégicamente por doquier, que se encargarán puntualmente de que todas estas lindezas que se les vayan ocurriendo sean cumplidas a rajatabla por sus subordinados. Para estos sicarios sí habrá siempre dinero para pagar su fidelidad al sistema,  además de ascensos sin posibilidad de concurso público y reconocimientos oficiales.

Nunca somos realmente conscientes de nuestra fuerza colectiva. Solos no somos nada, pero agrupados, coordinados, mentalizados plenamente sobre el cotidiano e impune pisoteo de nuestros derechos sin que haya leyes para el que gobierna mal, os digo que somos imparables.

IMPLICACIÓN DE LOS JÓVENES

Estamos en un tiempo propio para reflexionar sobre lo que nos rodea y sobre aquéllos que nos rodean. Y supondría para todos un paso de gigante tomar conciencia de la fuerza de nuestros votos para el año próximo. Ya hay mucha gente temblando en los gobiernos municipales, provinciales, autonómicos e incluso en el gobierno del Estado, pensando en las elecciones de 2015.

Porque si en vez de producirse otra triste alternancia PP-PSOE cambiara la tortilla realmente, los primeros en perder sus privilegios serían todos ellos. Incluso los que suelen jugar a dos bandas, para no perder nunca, tendrían los días contados.

Se está produciendo un movimiento extenso, imparable, en el que por primera vez se están implicando a fondo jóvenes magníficamente preparados  y organizados que, como no tienen nada que perder, llegan con la escoba en la mano.

Bienvenidos sean, porque los viejos ya estamos cansados de ver siempre las mismas caras, la misma podredumbre, los mismos chanchullos. Y aunque los años vividos nos dan una perspectiva histórica algo pesimista pero indudablemente real de lo que sucede  y ha sucedido en nuestro país durante estos últimos treinta años, aún nos quedan fuerzas y votos para aupar a esta juventud que ha venido para participar plenamente en lo público y, de camino, para darnos la satisfacción de poder ajustar cuentas con los de siempre y mandarlos a su casa.