Dionis, recuerdo triste de un periodo negro
Félix Arbolí [colaboraciones].-
Cuando acabé la mili, en el Ministerio de Marina, mis jefes me ofrecieron seguir trabajando en la oficina interinamente como civil, hasta que se convocaran oposiciones y pudiera sacar una plaza fija. El sueldo era una gratificación de setecientas cincuenta pesetas mensuales.
Como marinero había cobrado treinta y dos, más una dieta de setenta y cinco por estar destinado en una oficina de alta discreción y que requería conocimientos del inglés. Era la C.E.M.A. (Comisión de Enlace con la Misión Americana), creada con motivo del Tratado firmado con los Estados Unidos. Me tuve que tragar los interminables mamotretos y escritos que salían de las reuniones entre ambas comisiones, en español e inglés.
Un mínimo fallo era garrafal. No debí hacerlo tan mal cuando me propusieron continuar como civil prestando mis servicios. Recuerdo que el Jefe de la Dependencia era don Alfredo Lostau, capitán de Navío y Laureado de San Fernando. Él y tres de mis jefes llegaron a almirante y mantuve con todos ellos un trato cordial.

Se llamaba “El Criollo”. La primera vez casi devuelvo, pero luego el hambre se encargó de hacer desaparecer mis escrúpulos. Cuando podía, asistía a otro cerca de la calle Echegaray, donde dos platos y el pan, con agua del grifo, me costaba diez pesetas. En ocasiones me conformaba con un bocadillo de calamares. ¡Qué bien me sabía el condenado!
LOS MÁS “GRANADO”
En la pensión se hospedaba y veía a lo más “granado” del hampa. Desde el que vivía del timo y el “descuido” de su víctima, a la vieja que vendía el tabaco, flores y lotería en la puerta del “Teatro Alcalá”.
Era espantosa físicamente. Pero a la señora le dio por fijarse en mi, entonces con 22 años, y me daba las cajetillas de rubio americano gratis, sin que lograra convencerla para que me cobrara. No pudo conseguir nada de mí, salvo las gracias y una sonrisa. No solo me triplicaba en edad, sino que asustaba al propio

Era una de las fijas, junto a Verónica, una cincuentona, gruesa y embadurnada de “mejunjes”, con los que trataba de ocultar inútilmente el paso de los años y su mala vida. Solía hacer las noches -seguramente para que no la vieran bien-, con cuyo trabajo pagaba los gastos y caprichos de un novio, veinte años más joven, que vivía sin dar golpe, tratando de enamoriscar a las chicas que frecuentaban la pensión.
Yo había conocido este antro durante la mili, al utilizarlo para cambiarme de paisano, porque estaba cerca del ministerio y me cobraban muy poco por tan breve permanencia. Al licenciarme, mientras no encontré pensión cercana y asequible a mi débil economía, alquilé una habitación solo para dormir.
LA MODISTA
Un día me encontré con nueva huésped, una chica joven y no mal parecida, que no encajaba en ese lugar. Se llamaba Dionis. Al menos eso nos dijo. Había venido de un pueblo extremeño como tantas otras lo hicieron en ese tiempo, buscando oportunidades laborales. Era modista. Al ser los únicos que nos diferenciábamos del resto, trabamos amistad y ya hasta nos gastaban bromas y emparejaban. Algunos días la invitaba al cine o íbamos a pasear, mientras nos contábamos nuestras mutuas ilusiones.

Solo pensar que pudiera inducirla a cometer una locura de la que nos arrepentiríamos, yo al menos, me aferraba a no propasarme e insistirle que no cayera en el error y buscara un trabajo decente.
Cuando a las escasas semanas encontré una pensión decente y cercana al ministerio, dejé ese tugurio y me olvidé de todo lo que se relacionaba con él. No pude despedirme de Dionis, pues se hallaba trabajando.
No me dijeron en qué. Un mes más tarde, en uno de esos “haigas”, tan horteras y populares esos años de americanización, advertí que junto al conductor, un voluminoso yanqui negro, iba Dionis.
Hay una novela en “Antena 3”, en la sobremesa, “Amar es para siempre”, con una pensión y propietaria que me recuerda a la bruja de mi historia. Ésta se llama, para mayor ironía “Benigna”, la de mi realidad se llamaba Carmen, pero era igual de repugnante y harpía.
Que buenos datos para una novela.
ResponderEliminarEres mejor que Galdós.
Un abrazo
Miguel Ángel