¡¡¡Qué solos se quedan los vivos!!!
Félix Arbolí [colaboraciones].-
La desaparición de un ser querido es una tragedia inenarrable e irreparable para los que sufren esa ausencia definitiva. Son las auténticas víctimas de este tremendo drama, pues el difunto pasa a otra dimensión donde unos dicen que no hay dolor, ni sufrimientos, (quiero pensar y deseo que así suceda), y otros que todo acaba en el instante que nuestro cerebro se paraliza y el corazón deja de latir.
Son los familiares y personas que los quieren los que inician un auténtico calvario que les dura mientras viven. Jamás podremos borrar de nuestra memoria ese ser que formó parte importante y hermosa de nuestra vida. Es horrible esta sensación y lo digo por triste y dolorosa experiencia tantas veces padecida.
Tengo tantas muertes sobre mis espaldas que hay noches que me cuesta dormir pensando en cada uno de ellos, en una letanía larga y atormentada de seres que se ausentaron para siempre de mi vida, pero no de mis sentimientos. Y en mis noches y madrugadas solitarias, mientras mi mujer se halla en brazos de Morfeo, yo apuro los minutos en el salón porque me parece un despilfarro pasar el ya poco tiempo que aún me queda en un sueño que en demasiadas ocasiones se convierte en pesadilla.

Creo que los padres damos la vida a nuestros hijos con enorme alegría y satisfacción, sin pensar que desde el instante de su nacimiento los hemos condenado a una existencia llena de zozobra y a una muerte segura que siempre los tendrá amenazados.
DOLOR HOSTIL
Pensando en esa espada de Damocles que todos tenemos suspendida sobre nuestras cabezas y hemos de soportar a lo largo de nuestra andadura por este valle de lágrimas, me desvelo, rezo, indigno y hasta reprocho, porque no veo la razón de tener que vivir en esta continua incertidumbre, sin culpa alguna por nuestra parte y saber que hagamos lo que hagamos, vayamos donde vayamos, alcancemos la gloria mundana o fracasemos, nada impedirá que aparezca la “Parca” sin avisar y nos borre del censo de los mortales, sin posible recuperación.
Hay personas que mueren haciendo lo que más gustan y desean, como nuestro admirado paisano y espeleólogo Gustavo Virués Ortega, en el Atlas marroquí. Él logró lo que se propuso y dominó a la montaña, aunque adversas y desconocidas circunstancias le costara su propia vida realizar esta proeza.
Sé que nada puede consolar o aliviar el dolor de una madre, esposa, hijos y hermanos, cuando una vida joven, llena de promesas y rica en ilusiones, desaparece”.
Es un dolor terrible, punzante, insoslayable y hasta hostil, que no hay fórmulas o palabras capaces de atenuar. Un abrazo emocionado a sus familiares y amigos y como creyente, una oración por su descanso eterno.
Hay personas que desearían estar durmiendo en ese trágico momento y pasar del sueño a la eternidad o a la nada. Otros prefieren ser protagonistas de una gesta o un hecho ejemplar, cuando llega el instante supremo en el que la vida pierde su última batalla. Los hay que se ofrecen voluntarios para salvar vidas ajenas amenazadas a costa de las propias y los que con coraje y ganas de vivir, se enfrentan a cualquiera enfermedad letal y luchan bravamente por vencerla.
Son los que nos dan esos magníficos ejemplos de tesón, valor y fe, no siempre con resultado satisfactorio. Tres de mis hermanos formaron parte de este cuadro heroico, sin conseguir vencer al temible “cangrejo”.
REFLEXIONAR

En estos días ha muerto también la que fue modelo y “dama de honor” de Miss España, la malagueña María Pineda. Tenía 54 años y llevaba seis años luchando contra la terrible enfermedad. No la conocí personalmente, pero sí a través de comentarios de amigos y compañeros y todos ellos magníficos y halagadores.
Otro caso de esta maldición, no sé si bíblica o cíclica, con la que nos tienen atormentados. Mucho viaje espacial y qué pocos recursos para intentar vencer esta terrible plaga que desgracia cada año a millones de familias en todo el mundo.
Los días pasionales de la Semana Santa, que los musulmanes que hemos acogido en nuestras ciudades, quieren hacer desaparecer de nuestras tradiciones y normas religiosas, se han visto más enlutados de lo normal con el accidente del avión alemán, que se llevó la vida de ciento cincuenta personas por los delirios suicidas del copiloto; así como los que salieron a buscar el mar y la tranquilidad y se han quedado en las carreteras y las otras muertes no por aisladas, menos dolorosas y significativas.
Una buena ocasión para reflexionar a qué venimos y adónde vamos cuando por el infortunado azar nos vayamos para siempre. Mi más sentido pésame y consideración a los que han perdido algún familiar y a los que se han ido, esa paz o descanso que dicen eterno y quiero creer que así sea.
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