El azucarillo del amor

Los años no perdonan y los recuerdos nos persiguen. Cuando llegamos a cierta edad nos damos cuenta que la vida parece que corre más aprisa y los días nos parecen más cortos, aunque la mayor parte del tiempo la pasemos en la ociosa añoranza de un ayer ya lejano y el imborrable recuerdo de momentos y personas irrepetibles, que acuden a nuestra memoria cuando ya no podemos disfrutarlos.
Vivimos el día a día con la incertidumbre inquietante de que no pueda haber un nuevo amanecer, porque hemos pasado la línea roja de la que hablaba mi admirado Delibes. Las noches están llenas de temores y cada nueva mañana es una gratísima sorpresa.
Es el tiempo de la reflexión y de los tardíos arrepentimientos que nos atormentarán hasta el final de nuestros días. Somos conscientes asimismo que nuestros proyectos e ilusiones han de ser a corto plazo. No podemos hacer planes pues no contamos con esa maravillosa perspectiva de la juventud que mira al futuro aún como una desconocida y sugerente aventura que no forma parte de su diario quehacer.

Somos supervivientes de una época que ya es historia y solo figura en los libros y los relatos de los abuelos, pues somos intrusos en un mundo que ya no es el nuestro.
Lo peor de ser viejo es haber sido joven. Vivir del recuerdo y en lo imposible y procurar pasar inadvertidos, ya que hemos de ser conscientes que hay nuevas vidas que se han ido formando a nuestro alrededor y tienen todo el derecho a elegir la manera de vivir que más le agrade, aunque no se sea la que le aconsejaríamos nosotros.
MÁS RÉMORA QUE ALIENTO
Formamos parte de otro tiempo y nuestras opiniones y consejos han quedado obsoletos. Son habituales las expresiones de “las cabezonerías del abuelo”, “las cosas de papá” y otras quejas tan atinadas como no exentas de cariño, aunque nos duelan.
Lo peor del caso es que nadie se da cuenta del enorme valor y privilegio de la juventud, hasta que ésta forma ya parte de nuestro pasado. Como decía Jorge Manrique en sus coplas a la muerte de su padre,

Cada día me cuesta más trabajo hacer lo que antes era un simple capricho y cómodo placer. Me voy sintiendo más rémora que aliento y a veces creo que ya no me tienen en cuenta en el reparto de papeles en este gran teatro del mundo.
Si pienso en el ayer me pongo triste y melancólico y mis vivencias se vuelven lanzas que torturan mis sentimientos. He amado tanto en la vida y he gozado tanto del amor que no me acostumbro a pasar el resto de mi vida sin experimentar esa irrefrenable pasión que me dominaba en el momento sublime de amar y sentirme amado junto a la mujer que ocupaba mis noches e inolvidables momentos de mis días.
ENTREGA SIN COMPLEJOS
Es magnífico el amor, la ternura, el sentirse a gusto con la persona amada, pero a veces no podemos apartar de nuestra mente los lances amorosos de la juventud y se echa de menos la entrega sin complejos, ni limitaciones al amor y sus pasiones, que siempre protagonizaran los mejores recuerdos de nuestra perdida juventud.
Hay noches que pienso y añoro en la soledad del salón, mientras espero que me venza el sueño, con rabia e impotencia, los años juveniles de mi matrimonio cuando llegaba a casa y me encontraba esperándome a esa

A veces pienso que cuando el amor es sincero, debería seguir siempre acompañado de la pasión, que es como el azucarillo en el café. Le da esa sensación y ese sabor que lo hace placer de dioses. Sé que muchos no estarán de acuerdo con mis palabras, pero pienso y me figuro que serán mayoría los que me comprendan. Yo al menos, pienso así.
Muy bonito artículo.Quien habla como Ud.es que ha tenido la ocasión de llegar a su edad lo cual es un privilegio. Piense que no tiene nada de malo vivir de los recuerdos pués es lo más cierto que tenemos en nuestras vidas. Ya lo dijo Séneca: "El presente es brevisimo, el futuro dudoso y el pasado cierto"
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