La noria se queda sin agua y la vida se seca

Félix Arbolí [colaboraciones].-

La vida es como una noria. Cada arcaduz o canjilón surge de las profundidades cargados de agua, que es la fuente de la vida a cuanto nos rodea y cumplido su cometido, desparece para una vez vuelto a cargar, repetir el ciclo una y otra vez. Traducido al humano, es como el nacimiento y la muerte con toda su carga y descarga de circunstancias que la acompañan.

Nuestros padres nos dan la vida, que ellos recibieron a su vez de los suyos y nosotros damos a nuestros hijos en una sucesión ininterrumpida, mientras en el Universo no nos falte el aliento de nuestra existencia, nuestra necesaria ración de agua. Somos, pues, piezas efímeras y necesarias para el ciclo vital de la Naturaleza.
 
El hombre, según Rousseau es bueno por naturaleza y el entorno y las normas sociales que ha de soportar lo malean y cambian a peor. Quizás por ello está considerado como el más dañino de  los seres que pueblan este complicado mundo. Nada extraño si consideramos que es el único que mata por placer o distracción, sin motivo que lo justifique.

Cualquier animal, al que para mayor sarcasmo llamamos fiera salvaje, solo mata por defender su vida o para saciar sus necesidades. Cumplidos ambos objetivos permanecerá indiferente ante el paso por sus cercanías de cualquier otro.

El hombre, que de humano tiene poco, jamás sacia su sed de venganza y crueldad hacia sus semejantes y los de otros géneros, por el simple y aberrante placer de satisfacer su vanidad y afán dominante.

DESHUMANIDAD

Y si median las creencias religiosas la saña y venganza alcanzará límites intolerables, mediante la invocación el nombre de ese “dios” que se supone debería ser misericordia y amor. Una justificación aberrante a su barbarie. Y de esta deshumanizada crueldad, tan antigua como la vida misma, no se salvan credos y religiones. Jamás podría creer en un dios que necesitara recibir tan brutales y salvajes tributos. 

La Naturaleza ha procurado siempre observar un orden y control para evitar  que cualquier especie desaparezca, hasta que llegó el “homo sapiens” y sin miramientos de ninguna clase sembró el caos y la destrucción y no le importa lo más mínimo que con su irresponsable actitud  perdamos  lo que tiene tanto o más derecho a la vida que su caprichoso asesino.

Usamos la inteligencia y la razón en idear procedimientos que acaben cuanto antes con el mayor número de personas y a ser posible en procedimientos tremendamente dolorosos.  Las bombas atómicas, misiles con cabezas nucleares, atentados donde más inocentes se aglomeren y demás barbaries, son frutos del empeño más  demoledor y la más refinada crueldad.

El resultado  de las más prodigiosas técnicas, ingenios y finanzas con el único fin de provocar  el holocausto humano más aterrador y trágico que uno pueda imaginar. Hitler no fue el único exponente de esta salvajada, que hoy se repite cada día y en cualquier lugar del mundo sin que nadie se rasgue las vestiduras, ni haya organismo que los juzgue y condene.

INDIFERENCIA ANTE LAS MASACRES

Y las bombas, masacres, atentados y degüellos se cometen a diario ante la indiferencia de un mundo que ha perdido por completo no solo la cordura, sino su propia integridad y alto cometido.

Ya se sabe que al finalizar las guerras los vencedores se erigen en jueces de los vencidos, sin sentirse arrepentidos y dolidos de los holocaustos que ellos también causaron, y no me refiero exclusivamente a las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y otras barbaries más que todos tenemos en mente, aunque los culpables se empeñen en ocultar y silenciar.

¿Creen acaso que las experiencias espaciales solo tienen finalidad científica? Ni el veintiocho de diciembre creería nadie tales inocentadas. ¡Sabe Dios lo que tendrán orquestado allá en las alturas rodeando nuestro Planeta Azul, que cada vez parece más desteñido y airado.

Y el pueblo cargado de buena fe y embadurnado de “inocencia”, creyéndose los cuentos de Caperucita y el lobo, sin querer darse cuenta que a veces los cuentos quedan minimizados ante la amarga realidad. Y no hago distinciones de siglas y colores, porque los elegidos siempre acaban vaciando las arcas públicas e incrementando las privadas.

Solo hubo unas dos o tres votaciones que me dejaron satisfechos, las que hice por Adolfo Suárez, la de Tierno Galván para la alcaldía de Madrid y la de Joaquín Leguina como presidente de la comunidad de Madrid. Y vamos camino de superar los cuarenta años de una mal llamada democracia.