Historia del “Claro de Luna” de Beethoven
Félix Arbolí [colaboraciones].-
La buena música, esa que sin darte cuenta te llega al corazón y te nubla los sentidos, es uno de los más importantes inventos e ingenios que el hombre ha podido realizar a lo largo de los siglos. Hay otra llena de sonidos disparatados que vuelven más loco de lo que están a los que gustan de ella.
Que me perdonen ese ruido estridente al que llaman música y acapara momentos de ocio y noches locas de discotecas, donde es difícil mantenerse sereno y emocionado con la chavala de turno. Es música para enloquecer, pero no precisamente de amor, porque no expresa intimidad y sentimientos.

Es como una adicción para mí, más fuerte aún que la del tabaco del que renuncié hace ya 25 años, cuando nació mi primer nieto y no quise que nada pudiera acortar el tiempo de disfrutar de él. A este nieto le debo haberme privado de esos cerca de tres paquetes diarios que me fumaba entre el negro y el americano, pues alternaba los dos.
LA NIÑA CIEGA
Privarme de la buena música sería mucho más difícil para mis momentos de escritura, con Grieg, Beethoven, Mozart, Vivaldi, Strauss, Schubert, junto a otras maravillas que el cine ha hecho célebres como “Lara”, “Sonrisas y Lágrimas”, “Los chicos del Coro”•, “Mamma mía”, y tantas otras. Pues siendo música y buena,

Hay una sinfonía de Beethoven, que el preludio sombrío y lúgubre de una etapa muy triste y deprimente en su vida: la muerte del príncipe alemán que aparte de gran amigo, era su mecenas. Fue en sus comienzos de sordera, cuando tenía que utilizar una especie de trompetilla para poder oír, o que le escribieran en un papel lo que deseaban saber, para lo cual iba siempre provisto de lápiz y cuaderno.
El famoso compositor era hijo de un padre alcohólico que le agredía físicamente con frecuencia y que murió en plena calle a causa de una borrachera. Y su madre falleció joven. En la más completa soledad y con la sordera cada vez más acusada, llegó a tal abatimiento que escribió su testamento y estuvo dispuesto a suicidarse. Fue en ese tiempo cuando conoció al príncipe que se convirtió en amigo y protector de ese huérfano con tan elevado talento.
Vivía en una pensión y allí, ante su piano, componía su música. En el mismo lugar, vivía con sus padres una niña que pasaba largas horas oyéndole componer y hablando con él de diferentes temas. Una noche, en la que la luna brillaba en todo esplendor, maravilla que la pequeña no veía, ésta le dijo a su amigo el músico:
- “Yo haría cualquier cosa por ver la Luna”.
IRONÍAS DE LA VIDA
A Beethoven, le emocionó el deseo y la ilusión de su amiguita y sintió un enorme impulso de ayudarla. Le dijo que haría una sinfonía para que ella pudiera comprender lo fantástica que era la Luna Y sentado al piano, sin oír los compases, compuso una de las más hermosas piezas musicales de todos los tiempos:

Mirando el plateado cielo iluminado por la Luna y recordando que nada de ella podía ver esa pequeña, cayó en una profunda meditación y creó una de las más famosas sonatas que hemos podido oír y conocer. Los eruditos que la han estudiado dicen que sus insistentes notas, que se repiten, significan el “por qué” de la muerte de su amigo, la ceguera de esa niña y su sordera total, en una pregunta continua del músico al Creador.
Años después, ya repuesto de su depresión, compuso su “Oda a la alegría”, que él mismo dirigió en su representación ante el público. No pudo oír los aplausos, pero uno de los solistas le dio la vuelta para que pudiera contemplar cómo todo el teatro se hallaba en pie aplaudiéndole frenéticamente. Dicen que la compuso en agradecimiento a Dios por haberle librado del suicidio.
Todo empezó por una pequeña que quería saber cómo era la Luna. Ironías de la vida: ni ella pudo verla, pero sí oírla y él pudo verla, pero no oírla. Hay anécdotas e historias que tienen tanta emotividad y belleza como el tema que se trata y éste es un claro ejemplo de lo dicho.
Muy interesante.
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