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El influjo de la Navidad


Félix Arbolí [colaboraciones].-

La famosa obra de Charles Dickens, “Cuento de Navidad”, que leĂ­ siendo un  pequeñajo, se ha convertido en una especie de asignatura obligada de la televisiĂłn en estas fechas. (¡Ojalá pudiera yo regresar al pasado con la facilidad que lo hace el protagonista de este cuento, para tener a mi lado a tantos ausentes y recuperar momentos perdidos y palabras calladas!).

De todas formas, resultarĂ­a  impensable no verlo en los dĂ­as navideños. No obstante, a veces cambian las ilustraciones del y los protagonistas de la pelĂ­cula -muchos de ellos convertidos ahora en autĂ©nticos fantasmas del pasado-, pero su argumento y mensaje siguen intactos y no han perdido su vigencia.

Dickens, el escritor de Portsmouth, es uno de los más grandes novelistas y narradores de la literatura inglesa. Su obra, apta para todos los públicos, ofrece sin embargo un mensaje irónico y de crítica social exclusivo para los mayores, ya que describe e idealiza lo que debe ser el verdadero espíritu de la Navidad.

Sin embargo, su desarrollo nos hace ver  que más que homenaje a esta entrañable fiesta, es un reflejo sarcástico e hipĂłcrita de tanto cĂ­nico y farsante que alterna los golpes de pecho y falsa piedad con el desprecio y la indiferencia hacia el prĂłjimo que le solicita algo para acallar los gritos del hambre.

COMPRAR EL CIELO A GOLPE DE TALONARIO

Los que pretenden comprar el cielo a golpe de talonario y dejan sus migajas de manera ostentosa en la bandeja de la iglesia durante la misa, a la que nunca faltan, porque es un pecado mortal, pero pasan de largo por esos otros mandamientos divinos mucho más importantes.

Yo veo a esos fantasmas que nos presenta Dickens, a cualquier hora del dĂ­a en que hago un alto en el camino y dedico unos instantes a reflexionar sobre lo bueno y malo de mi pasado y mi presente. Sobre el futuro no hago planes, porque empieza con cada nueva amanecida y las oportunidades que se me ofrecen. Cada despertar es una grata y prodigiosa sorpresa que debo y quiero aprovechar minuto a minuto.

Siento,  que si eso de los cinco denarios es verdad,  yo debo ser un “manirroto”, pues voy a devolver calderilla. Ahora es cuando estoy viviendo plenamente la vida que no debĂ­ haber desaprovechado en tantas ocasiones.

Mi encuentro con el fantasma de mi pasado, no iba a ser muy cordial. Espero que, como le pasó a Mr. Scrooge, en la famosa novela, a mí también, me llegue la absolución de mis culpas.

Si Dickens fuera de esta Ă©poca, su “Cuento de Navidad”, hubiera tenido distintos fantasmas y más de un protagonista. Posiblemente sus personajes no hubieran tenido el mismo encanto, ternura  y repercusiĂłn.

MR. SCROOGE

El Mr.Scrooge sĂ­ serĂ­a parecido a los actuales lobos que nos dominan y se forran sacándonos hasta el jugo gástrico si les hiciera falta, pero su modĂ©lico empleado no reaccionarĂ­a de la misma manera ante los abusos de sus jefes. 

Son otros tiempos, otras culturas y otras maneras de enfocar nuestra vida y sus problemas. Y he de aclarar que esta evolución y plantar cara al asunto, es más lógica y necesaria, sin que tenga que haber crueles enfrentamientos, rencores reconcentrados y amenazas de guillotina y tomas de la Bastilla.

Ni Málaga, ni Malagón. La virtud dicen que está en el término medio y hoy disponemos de los elementos necesarios para resolver nuestros problemas sin tener que llegar al enfrentamiento sangriento y cruento

Sigue entusiasmándonos y llenado de ternura el famoso “Cuento de Navidad” y a pesar de la carencia de fe, indiferencia religiosa y falta de fervor popular, cuando llegan estas fechas, nuestros sentimientos sufren una fuerte sacudida y las  ganas de hacer el bien y socorrer al prĂłjimo necesitado, nos invade a todos. Algo que deberĂ­amos sentir  en cualquier momento de nuestra vida.

Es una sensaciĂłn de amor y solidaridad que surge  con las primeras luces que anuncian la proximidad de la Navidad y sin darnos cuentan nos obsesiona y domina. Me atrevo a decir que estos dĂ­as tan especiales, raro es el que no perdona una ofensa, llama o visita a ese pariente o amigo al que tenĂ­a olvidado y sale a la calle con ánimos de ir saludando con la sonrisa más contagiosa, a todos cuantos se cruzan en su  camino. Todos vivimos nuestro Cuento de Navidad a nuestra manera. Al menos, yo asĂ­ lo siento. 




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