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Aniversario de la muerte de un mito


Félix Arbolí [colaboraciones].-

El pasado viernes, día 25, hizo diez años que nos dejó Marieta o María de los Angeles de las Heras Ortiz, que muchos no sabrán que me refiero a una de las más completas y significativas figuras de nuestro cine y la canción, Rocío Dúrcal. La conocí a los quince años cuando aún no era una actriz y cantante famosa, sino una guapa y alegre chiquilla en los inicios de su sueño hacia la fama.

Trabajaba yo entonces en la revista “Radiocinema”, cuando su  redactor jefe Mario Hernández EstĂ©vez, un amigo que jamás olvidarĂ© y  profesional excepcional en todos los aspectos, -al que debo lo poco o mucho que sĂ© sobre el reportaje y la entrevista periodĂ­stica-, me encargĂł que la entrevistara.

Me puse en contacto con Luis Sanz, su productor cinematográfico, asĂ­ como el de Lola Flores, Carmen Sevilla, Paquita Rico y otros muchos, y quedamos citados para el dĂ­a siguiente por la mañana en un  gimnasio de la calle Hortaleza, donde la joven figura se ejercitaba fĂ­sicamente bajo la atenta direcciĂłn de Pachy Tomás.

Allí nos conocimos, la vi actuar en saltos, barra y demás ejercicios y le hice una de sus primeras entrevistas. Era una joven encantadora, alegre, simpática, atenta y despabilada que se captaba rápida la atención y la complicidad del periodista. Era también una de mis primeras citas periodísticas.

LA APUESTA DE LUIS SANZ

Luis Sanz no solo se encargó de su carrera artística, sino de la continuación de sus estudios, profesores particulares de distintas materias y hasta de un preceptor para su educación. Algo y muy bueno debió ver en esa chica de quince años para apostar tan fuerte en su futuro. Ella era hija de familia sencilla. Su padre había sido camionero, taxista y probador de coches y eran cinco hijos a mantener.

ConstĂł un triunfo que le permitieran entrar en el mundo del artisteo, pues sus padres no querĂ­an que  pudiera sufrir o sentirse decepcionada en ese mundo. Sin embargo, su aficiĂłn a la canciĂłn demostrada en fiestas escolares y familiares, hicieron que el abuelo se encargara de animarla a ir al concurso televisivo “El primer aplauso”, donde alcanzĂł un Ă©xito tremendo y la oyĂł Luis Sanz, que hablĂł con sus padres y consiguiĂł que le dejaran prepararla y lanzarla al estrellato. Ése fue su comienzo.

Sus Ă©xitos fueron continuos y sus pelĂ­culas taquillazos asegurados. Estuvo en un  principio relacionada con Juan Pardo, el cantante, que formaba grupo con Junior  en “Los Brincos” y luego ambos solos bajo el nombre artĂ­stico de “Juan y Junior”. A ella el que le gustaba era Junior y asĂ­ se lo confesĂł a Ă©l, antes de que pudieran pisárselo o que Juan quisiera relacionarse más seriamente con ella. Fue el gran amor de su vida.

Una de las Ăşltimas veces que la vi y hablĂ© con ella fue en unos estudios de cine, junto a Marisol, que trabajaba en una de sus pelĂ­culas y RocĂ­o habĂ­a ido a visitarla con Juan y Junior. Se rumoreaba entonces que era Juan la pareja de RocĂ­o. Yo habĂ­a ido a entrevistar al torero Manuel Benitez “El CordobĂ©s”, que rodaba en esos dĂ­as una de sus pelĂ­culas y con el que estuve un buen tiempo, pero no de charla, sino de oĂ­rle tocar la guitarra.

REENCUENTRO CON JUNIOR

Cuando empecĂ© a preguntarle, con esa frescura que le caracterizaba, me dijo: “Ponga usted lo que quiera, que de esto sabe más que yo”. Y entre gazapos, trucos y algunos chistes, pude forjar una breve entrevista para justificarla ante al diario, que la publicaba al dĂ­a siguiente en su portada.

Tras su temporada de éxitos en México, con sus populares y famosas rancheras, donde llegó a convertirse en un mito y una figura entrañable, ayudada y respaldada por su gran amigo y admirador Juan Gabriel, el divo de la canción mexicana, un cáncer de útero acabó con su vida en cinco años.

Nada pudieron hacer para vencerlo, aunque hicieron todo lo posible y más. TenĂ­a sesenta y dos años y una vida artĂ­stica muy fecunda y gloriosa por delante. Luego ya todos lo saben, quedĂł su desconsolado viudo Junior, que tuvo  pleitos y disgustos con sus hijos por cuestiones de herencia y al final, el desconsolado viudo, que desde que ella se fue no levantaba cabeza, la siguiĂł rumbo a las estrellas donde, me figuro, continuarĂ­an su bonita y gran historia de amor, pero Ă©ste ya eterno.        
  
 





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