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Chiclana, cuna de oficios-La vaqueriza-Rafael Verdugo Olmo: De buena leche


PEPE VELA M. [colaboraciones].-

Los que hemos pasado de los 50 recordamos la fuente nueva, debajo de la calle Jardines, llena a diario de mujeres y niños con cubos, así como de burros cargados de cantaros para el agua potable de casas, bares, bodegas etc. Una imagen de aquella época era ver bajar desde la calle Palomar y luego por la calle Salsipuedes, conocida como la Cuesta de los Gitanos, la vacada de nuestro protagonista, Rafael Verdugo Olmo, hasta dicha fuente para abrevar.

En un lugar como Chiclana, como tantos pueblos agrícolas, era habitual en las familias tener una vaca para su propio consumo de leche, siendo el producto animal y sus derivados (quesos, mantequillas o yogures) lo más consumido del mundo, pero también había pequeñas explotaciones para el abastecimiento del resto de ciudadanos.


 
Rafael Verdugo nació en la calle Calvario esquina con Palomar el 18 de junio de 1926, donde José Verdugo Ramos, su padre, y su madre Manuela Olmo Suazo, ya estaban relacionados con el ganado vacuno. En 1936 comienza la guerra civil y su hermano mayor, que tenía 21 años, fue alistado. Entonces su padre vendió todo el ganado por no poderlo atender. Tenía Rafael 11 años, no llegando a hacer el servicio militar por ser su padre jubilado y el más pequeño de sus hijos.

BUSCARSE LA VIDA

Cuando acabó la guerra civil se dedicó al estraperlo, una especie de contrabando sano, pues en la mayoría de los casos eran todos productos alimenticios por la precariedad de la época. Iba a Paterna por harina y si no había, traía trigo y lo llevaba a moler al molino de Bartivás, gestionado en esa época por Joaquín Izquierdo, Chiona.

LlegĂł a ir por maĂ­z hasta la Junta de los RĂ­os, pedanĂ­a de Jerez, y al ser diferentes los medios de transporte, tuvo que hacer el viaje con animales. AsĂ­, con un poco de aquĂ­, un poco de allĂ­ y en medio unos jornales, logro juntar unas pesetas.

MUCHAS BOCAS QUE ALIMENTAR

Con 18 años había conocido a su mujer, Francisca Benítez Periñán, que tenía 17 años. Cumplidos los 24 se casan, teniendo siete hijas y un hijo. Con las pesetas que había juntado pudo comprar una becerrita. Cuando la puso una mijita gorda se la cambió a Rafael El Pinto por una vaca, una docena de melones y 300 pesetas.

Ya tenía dos hijas, Manuela y Angelita, naciendo ese año José. Se sintió engañado pues la vaca no daba leche y como pudo la vendió y compró otra que daba leche para alimentar a sus hijos. A los tres citados les siguieron Juana, Paqui, Antonia, Mari y Carmen.

TRABAJO EN FAMILIA

Desde ese momento ya no pudo parar. Recordaba su infancia rodeado de vacas y el mundo de la leche y así continuó lo que su padre había tenido que dejar por culpa de la guerra. A la primera le siguió la segunda y así hasta tener ocho, llegando a producirle unos 100 litros diarios, que había que ordeñar y luego vender.

Y ahĂ­ estaba toda su familia. Él y su hijo JosĂ©, además de procurarle los alimentos las ordeñaban y tanto su mujer como sus hijas les echaban de comer y repartĂ­an la leche para su venta, siempre cargadas y a pie. TambiĂ©n llevaban las vacas a pastar o abrevar a la fuente. Como cuando habĂ­a que echar macho a sus vacas suizas –Ă©sa era su raza- y las llevaban a la huerta Lacave, que tenĂ­a un semental para esas labores.
 

Ése era el dinero que nos entraba a diario para comer”, dice una de sus hijas, “y con la ayuda de la viña podĂ­amos pasar el año”, puntualiza Rafael.

DIFĂŤCIL MANTENER EL NEGOCIO

Las vaquerizas la tenĂ­an en la calle Calvario, donde vivĂ­an: “Cuando mi hijo JosĂ© iba con amigos de pequeño, mi padre los ponĂ­a a cortar tunas para alimento del ganado, asĂ­ que los chiquillos dejaban de ir”. DespuĂ©s las pasĂł a un corralĂłn más arriba hasta que compraron en la cañada de Los Barrancos, en la zona del Fontanal, una finca a donde llevaron la vacada.

Cada día era más difícil mantener el negocio de la leche por los controles de sanidad y también por los precios. Poco a poco dejaron de vender por el barrio y la leche se la retiraban para la central lechera de La Merced, ubicada en Jerez. Junto a la vaqueriza estaba don Luis Casso López, que le gustaba ver a Rafael ordeñando las vacas.

DEL BLANCO AL NEGRO

Don Luis era el dueño de la funeraria El Fontanal y como conocía las dificultades de mantener las instalaciones que diera sustento económico para varias familias, le ofreció trabajo de chofer a su hijo José. Así pasó del blanco al negro. Aunque José entró de chofer en la funeraria nunca dejó solo a su padre, siguiendo con él hasta su jubilación a los 70 años.

Vida dura, siempre pendiente de los animales. Había que ordeñar las vacas mañana y tarde, tenían llevarlas diariamente a pastar o buscarle pienso además del agua, pues los animales no entienden de fiestas. Muchos días grises en contraste con el blanco puro de su leche y día triste pues hace tan solo un par de meses se le ha ido su compañera de tantos esfuerzos y sacrificios, pero sigue rodeado de sus hijas e hijo.

Una familia que ha estado siempre ahí. Los conozco a todos desde pequeños y puedo asegurar que es una familia que lo ha dado todo, como la buena leche que producían.

 

 

 

 

1 comentario:

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