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Chiclana, cuna de oficios-La pescadería-Rafael Alba Montiel: corazón indómito


 
PEPE VELA M. [colaboraciones].-

Allá por los años 60 del siglo pasado, desde los 11 años nuestro protagonista, Rafael Alba Montiel, se levantaba al alba para ayudar a preparar la masa de los churros de la churrería que su padre regentaba junto al bar La Ibérica, que estaba frente a la zapatería de Eloy, donde tuvo sus oficinas el Banco Santander. Pero lo que finalmente terminaría siendo su profesión fue la pescadería, que alternó con su pasión por la bicicleta, deporte que en su familia ha dado muchas alegrías.

Hacer churros era continuar con lo que anteriormente habían hecho sus hermanos, siendo después las hermanas las que los freían y atendían a los clientes. Cuando acababa, Rafael acompañaba a su padre a la plaza de abastos, donde tenía una pescadería. Por la tarde su padre, pluriempleado, se iba a la bodega de Barberá, pues no ganaba para mantener los nueve hijos que el matrimonio tenía.


Rafael Alba Montiel, conocido por Boega chico, apodo que le viene de su padre por trabajar en la citada bodega, era el octavo de los hijos. Nació el 8 de abril de 1950 encima de la churrería, en la calle General Varela, nº 7, conocida como calle de La Carne, hoy Artesano Pepe Marín.

De la churrería al puesto, del puesto a la churrería, trabajando desde pequeño con su padre, también cuando llegaba la Feria de San Antonio, donde instalaban un freidor bajo el Puente Chico, frente al Bar El 22. Además de los típicos churros, también freían pescado, donde toda la familia participaba, unos harinando, otros friendo y el resto atendiendo.

PRIMERA PESCADERÍA

En la plaza tener un puesto era complicado, pues había bastantes que pasaban de padres a hijos. No había para todos. También trabajó con sus tíos Paco y Rafael, conocidos por los Pachurras, así como con su primo Pacuki.

 
Estuvo una temporada fuera del mundo del pescado, dedicado a distintas actividades. Trabajó en el campo con su suegro, con Quismundo y Curro Aragón en la construcción, pero la huelga tan atroz que hubo en los años 70 le hizo replantearse qué hacia ahí y se decía: “Yo tengo que volver a mi pescao. Es lo mío. Se acabó, vuelvo a lo mío, vuelvo a mis orígenes”. Y volvió con su padre y también su hermano Félix, que fue el que se quedó en la plaza con su padre, yéndose él con su tío Paco, que también tenía otro puesto.

 
Con Paco Pachurra estuvo bastante tiempo, siempre se portó bien con él. Incluso le ayudó a montar su primera pescadería en la barriada de Bertón, debajo de donde vivía el matrimonio, siendo su mujer la encargada de llevarla mientras él seguía con su tío en el mercado.

Hasta los 35 años trabajó con su tío, hasta que decidió dar el siguiente paso: montar una pescadería más grande en la calle Tajo. Para ello tuvo que dejar la plaza y dedicarse de lleno a su nuevo trabajo, donde estaba también su mujer. Posteriormente montó otra en Ciudad Jardín y en la calle Tajo continuó su mujer, quedándose él en la nueva.
 

 
LA PARPUJA

Recuerda la plaza antigua: “Nunca se debería haber tirado”. También recuerda a pescaderos de siempre como el Tovalo, el Tardío, Juaniquique, Martin de la Triple además de su familia: los Pachurras.

También recuerda pescados que antes se consumían mucho en Chiclana como la guitarra o el pardón (de la familia de los cazones), la raya o la cañabota, pescados de pobres y que era lo que había en la plaza. Con el tiempo fueron sustituidos por otros que consumían los más pudientes como meros, urtas, salmonetes, además de los de siempre como el atún, sardinas, boquerones, caballas o chocos.

Además de la parpuja que le dio fama a Chiclana con su famosa fiesta, donde reunía lo más granado del panorama flamenco nacional, empezando al oscurecer y terminando al amanecer. Se celebraba en el mes de agosto, organizado por Juan Izquierdo, Chiona. Hace dos años se le hizo un recordatorio a su memoria colocando un busto suyo al lado del Pico de Oro.

Dice Rafael que “se debería dejar coger la parpuja solo en el mes de agosto, como se permite a otras especies para mantener la tradición y que le reportaría mucho a Chiclana, haciendo un día de fiesta popular”. No es mala idea la de Rafael, sería interesante que un día de agosto se dejara que todos los bares de nuestra localidad pudieran servir parpujas fritas.

 
SU ESPOSA ANTONIA, EL GRAN PUNTAL

Un puntal importante en su vida ha sido Antonia Morales Orrequia. Tenían once años cuando se conocieron, pues le llevaba la leche a su madre. Desde entonces han estado juntos y ella también trabajaba en la pescadería. Se casaron con 21 años en la parroquia de San Sebastián, teniendo tres hijos, Milagros, Juan Manuel y Rafael, siendo este ultimo el continuador de la saga Boega en el pescado.

Desde siempre su vida era correr y correr. Cuando no estaba en el puesto era para coger un bocadillo y salir para la lonja, pues desde pequeño, con 11 años compró su primera bicicleta a Cristóbal con su sueldo, que pagó a dita (poco a poco). Era una BH 400 y no se ha bajado de ella. Incluso iba a por hielo a casa de Jerónimo Acosta y si no tenia iba hasta San Fernando por él.

Con la BH y con esa edad corrió su primera carrera, fue en un circuito urbano en Chiclana, pinchando ese día. Otro aficionado le dejó la suya y al menos finalizó la prueba.
 

EL CICLISMO SU GRAN PASIÓN

Desde los 11 años su gran pasión ha sido el ciclismo, corriendo infinidad de carreras y habiendo obtenido numerosos triunfos, de los cuales destaca los tres campeonatos de Andalucía y uno provincial, pues el segundo lo perdió en la curva del Puente Grande con el Teatro García Gutiérrez, cayendo cuando iba escapado por delante de dos perseguidores. No tuvo tiempo para reaccionar, pues la meta estaba un poco más abajo, en la Alameda del Río.

No tuvo oportunidad de haber corrido a nivel nacional, que es lo que más ansiaba, La suerte hubiera sido diferente si no hubiera sido porque su mentor y padrino, don Manuel Marchena, presidente de la Federación Andaluza de Ciclismo, en una Vuelta a Sevilla el taxi que lo llevaba en la carrera se salió de la carretera, falleciendo en ese accidente.

Rafael Alba tenía 17 años y toda la vida deportiva por delante cuando ocurrió. Perdió a la persona que le conocía, que apostaba por él y que, seguro, hubiera encauzado a este corazón indómito.

 

 

 

 




 


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