Periodismo inútil
Francisco M. Navas [colaboraciones].-
Nunca lo han tenido más fácil. La profusión de medios informativos, tanto en soporte físico como en formato digital, permiten la existencia de multitud de periodistas que se afanan, día a día, en cubrir las noticias de todo tipo. Por cierto, no siempre en las mejores condiciones económicas que serían deseables para cualquier oficio o profesión.
Otra cuestión muy distinta es su compromiso con la sociedad a la que, de una u otra manera, representan a la hora de formular sus preguntas. No conozco la formación que se imparte actualmente en las facultades de periodismo, pero creo que la veracidad, la honestidad, el contraste de la información recibida y sobre todo, el sentir de las personas a pie de calle en general, deben ser factores indispensables a la hora de formular sus preguntas al político de turno.
Básicamente se pueden distinguir dos tipos de periodismo y, en consecuencia, dos tipos de periodistas: los que se atienen a los principios anteriormente enunciados, que necesitarían para el desarrollo de su quehacer diario una base ética inexcusable, y los periodistas incendiarios, a los que les preocupa más levantar bulos, polvaredas y a veces difamaciones, con tal de atraer la atención de la opinión pública. Para entendernos con dos ejemplos ilustrativos: Iñaki Gabilondo, que representaría a los primeros, y Eduardo Inda, ejemplo paradigmático de los segundos.
El problema surge cuando los incendiarios, los periodistas sin ningún tipo de escrúpulos, que obedecen más a ideologías políticas concretas que a valores éticos universales, se muestran más activos y agresivos que aquellos otros que intentan en todo momento ser neutrales y ponderados, dentro de la natural e incluso necesaria ideología personal, y que se esfuerzan en ofrecer a la ciudadanía una visión veraz de los acontecimientos sociales de nuestro entorno. A estos últimos deseo referirme especialmente.
EL CUARTO PODER
En Estados Unidos se acuñó el término de cuarto poder para definir a la prensa en particular y al periodismo en general. Y esta definición viene a reflejar la tremenda influencia que los medios de comunicación han representado y representan en la historia de ese país.
No podemos negar que en todos lados cuecen habas, y que al igual que ciertas cadenas informativas se dedican a distorsionar las noticias para ofrecer imágenes absolutamente falsas de la realidad, y que incluso en los medios informativos más de una vez se han producido censuras indeseables, en tanto en cuanto estos mismos medios han recibido frecuentemente amenazas de retirada de publicidad por parte de empresas o lobbies afectados por escándalos, hay que reconocer, haciendo un balance global, que unos medios de comunicación que han sido determinantes incluso en la inhabilitación de uno de sus Presidentes, son dignos de respeto.
De ahí que comprenda perfectamente el desapego, cada vez más creciente, de la ciudadanía en relación con los informativos de noticias diarias. Pocas veces oímos a un periodista, sea hombre o mujer, formular ese tipo de preguntas que nos gustaría hacer a cualquiera de nosotros, y que son las que realmente reflejan lo que siente y padece la gente de la calle.
Pongamos algunos ejemplos: A la presidenta de la Comunidad de Madrid: “¿No le da vergüenza irse a vivir durante el confinamiento a un apartamento lujosísimo, pagado por un amigote suyo, dueño de una cadena de hoteles por más señas, mientras la gente permanecía responsablemente recluida en pisos de cuarenta metros cuadrados, sin siquiera un balcón al que asomarse?”.
PREGUNTAS IMPORTANTES A LOS POLÍTICOS
O esta otra: “¿Cómo puede ser presidenta de la Comunidad de Madrid una señora que dice que la D final del acrónimo COVID se refiere a que la pandemia surgió en diciembre, cuando en realidad se refiere a la palabra inglesa disease, que significa enfermedad?”.
O ésta, aún más inexplicable para los ciudadanos: “¿Cuál es el secreto para pasar de escribir los twits de Pecas, el difunto perro de Esperanza Aguirre, a ostentar el cargo de presidenta de la Comunidad de Madrid?”. Y si pretendemos ser aún más agresivos: “¿Cuántos muertos más tiene que soportar la ciudadanía de Madrid para que usted reconozca que la mayoría de ellos son consecuencia directa del desastre de gestión de su partido en las residencias de mayores, en la sanidad madrileña, y no como usted afirma, en la afluencia de viajeros al aeropuerto de Barajas?”.
A Gabriel Rufián: “¿Cómo es posible que siquiera dude en apoyar unos Presupuestos Generales del Estado, que sin duda serán más progresistas que la prórroga de los actuales elaborados por Montoro ?”.
O esta otra: “¿Está usted más pendiente de los movimientos políticos de Puigdemont y de Torra que de acrecentar con unos nuevos presupuestos el bienestar de millones de personas, entre ellos los catalanes?”. Incluso ésta: “¿Cómo se puede entender que su partido haya apoyado una moción de censura contra el gobierno corrupto del PP, mientras día a día amenaza al gobierno que votó con dejarlo caer?”.
PERIODISMO HONESTO
Los periodistas honestos tienen la obligación de formular esas preguntas que a cualquiera de nosotros se nos ocurrirían. Y tienen igualmente el deber de reformular la pregunta cuando no sea contestada, porque deben recordar que tienen clavadas sobre sus espaldas, las miradas de la gente que sufre a diario las consecuencias de una clase política que les arruina la vida y ahora, además, la salud.
Y si mucha gente no llega a fin de mes, tienen la obligación de preguntar de manera directa a los políticos si ellos estarían dispuestos a vivir con un sueldo de ochocientos euros, o con una pensión de cuatrocientos cincuenta, mientras esas personas no dignificaran sus ingresos. O si estarían dispuestos a viajar en metro o en autobús y exponerse al virus diariamente como lo está la inmensa mayoría de la población de las grandes ciudades.
Si los políticos protagonizan ruedas de prensa como la que recientemente pude presenciar por televisión, en la que comparecían la señora Isabel Día Ayuso, su Consejero de Sanidad y el señor Ignacio Aguado, socio de gobierno (a quien por cierto nadie preguntó cómo no le daba vergüenza apoyar al partido de la señora Ayuso) y al finalizar ésta salen indemnes, como si nada hubiese pasado, podemos sentenciar que nuestros periodistas ejercen su profesión de manera ramplona, simple, tibia, y por tanto, absolutamente inútil.
Para los amantes del Nuevo Testamento, quiero finalizar con un aforismo que viene al pelo para definir a ese periodismo honesto aunque sin garra, sin pujanza, sin espíritu crítico: “Como no eres ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Y mientras tanto, los otros, los corruptos, los incendiarios, los deshonestos, a lo suyo: “Difama, que algo queda”.
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