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Insolidarios, frentistas e incendiarios



 

Francisco M. Navas [colaboraciones].-

 

El futuro próximo, en cuanto a salud se refiere, se me representa algo negro, a mí, que siempre me he considerado una persona realista, tirando a optimista. Y ese pesimismo sobrevenido surge de un continuo choque con la realidad que me circunda. El pasado mes de septiembre, paseando por la playa de La Barrosa con mi esposa, me crucé con un sinfín de familias, de parejas o de hombres y mujeres que pasaban olímpicamente de llevar puesta adecuadamente la mascarilla.

 

Era como sentirte extraterrestre en tu ciudad, o como el tonto de capirote que se dedica a respetar las reglas de lucha contra esta pandemia que todavĂ­a no ha dicho su Ăşltima palabra. Por cierto, por su aspecto y por su habla, la mayorĂ­a de los insolidarios tenĂ­an aspecto de no ser de aquĂ­.

 

Y ni un solo policía municipal que vigilase el cumplimiento de la norma, aun cuando creo que la ciudad cuenta con más de 100 agentes para, sencilla y llanamente, destinar a la playa a un par de parejas que se limiten a pedir carnés, tomar nota y multar a diestro y siniestro, para dignificarnos a los que llevábamos la mascarilla correctamente colocada.

 

Tengo que reconocer que me desespero cuando escucho a multitud de tertulianos de todos los pelajes asegurar, indignados, que la gente está confusa, que no se dictan normas claras para combatir la pandemia. O sea, que guardar la distancia de seguridad de dos metros mínimo, y llevar la mascarilla puesta, no en el codo, ni en antebrazo, ni colgando de la oreja, sino cubriendo correctamente boca y nariz, para protegernos y proteger a los demás, no son reglas claras. Que lavarse las manos con frecuencia tampoco lo entiende la gente.

 

 

NOS FALTA EDUCACIÓN Y DISCIPLINA SOCIAL

 

No creo que el problema resida en la ausencia de reglas claras, porque el que no entienda y por lo tanto no cumpla las tres anteriormente enunciadas o es un imbécil insolidario, o es un listillo al que le importan un bledo unas reglas que él, sean cuales sean, no está dispuesto a cumplir.

 

Esto nos viene de largo, porque nos falta educación y disciplina social. Nuestra sociedad viene actuando de manera frentista desde siempre. No me refiero con ello a guerras internas puntuales, a las que todos los países de nuestro entorno se han visto sometidos. Me refiero a esa capacidad de disentir y enfrentarnos al contrario sin siquiera haber razonado con él, y que parece innata, a juzgar por los acontecimientos cotidianos.

 

No consideramos las acciones buenas o malas per se, sino que siempre serán malas si las propone nuestro oponente, ya sea en una charla callejera, en una tertulia, o en el Parlamento de la Nación. Y esto conduce permanentemente a una fractura social que tensa todo tipo de relaciones: de amistad, políticas, e incluso familiares. Recientemente, el fallido intento de independencia en Cataluña lo ha puesto de manifiesto de manera evidente.

 

Personas que antes convivían pacíficamente no han sabido respetar en ningún momento la opinión del otro, ni se han molestado en coincidir siquiera en el necesario cumplimiento de las leyes, para que una sociedad democrática pueda funcionar. Es como si cada cual quisiese en cada momento amañar las reglas de juego para ganar la partida al oponente.

 

 

 

EL CORONAVIRUS Y EL CASTILLO DE NAIPES

 

Con la llegada del coronavirus a nuestro país, toda la estructura democrática diseñada hace ya más de 40 años se ha venido abajo como un castillo de naipes. Nuestro flamante Estado de las Autonomías, preocupado casi exclusivamente en enaltecer las virtudes de nuestro cocido, de nuestros vinos o de nuestros paisajes en tal o cual territorio, se ha mostrado gobernado por una pandilla de incompetentes bien cebados, aunque paralizados ante un reto general de envergadura real, no ficticia.

 

Y las políticas desastrosas de recortes en lo social han desembocado en colapso de hospitales, en una evidente ruina derivada de una economía basada en la España de charanga y pandereta, y en una mortandad sobrevenida que ha diezmado nuestras residencias de ancianos, por poner el ejemplo más palpable y sangrante de ineficacia política. Hemos certificado, al enfrentarnos con la pandemia, que esa construcción de las autonomías se había quedado en la cáscara de lo deseable, olvidando la fundamentación y cimentación de lo esencial.

 

Ha tenido que ser la maldita pandemia la que denuncie, esta vez sin posible sordina, las carencias de nuestros hospitales pĂşblicos, la masificaciĂłn de nuestras aulas, y el absoluto abandono de muchos de nuestros mayores en sus respectivas residencias. Ahora se reclama del Estado, sin pudor, lo que las AutonomĂ­as y sus respectivos gobiernos no han sabido gestionar.

 

Y aún faltaba la guinda del papel: esa parte incendiaria de nuestro ADN que no se conforma con discutir o disentir, sino que pretende arrasar como sea todo lo que el contrario proponga. Si se diseña alguna posible solución a los problemas planteados, no se hace con la intención de colaborar, de construir, de completar los planteamientos del otro, no.

 

 

SACAR LA NAVAJA AL CONTRARIO

 

Las propuestas deben siempre suponer la aniquilación del oponente, su desprestigio, su descrédito, su calumnia, en definitiva, la infamia. Sonrientes ante las cámaras, hombres y mujeres de la clase política, salvo raras excepciones, nos deleitan una y otra vez con noticias falsas, con interpretaciones torticeras de la realidad, con visiones catastrofistas de nuestro entorno, olvidando que las mentiras tienen las patas muy cortas, y que las catástrofes han venido ocasionadas en gran parte por su ineficacia como gobernantes en el pasado o en el presente.

 

Y nos hacen creer que tienen la solución a todos nuestros problemas, que se resolverán de manera sencilla cuando ellos gobiernen, olvidando interesadamente que son ellos mismos los que han creado esos problemas que padecemos todos.

 

En los países de nuestro entorno, grupos de diferente ideología suelen unirse en lo común cuando un enemigo común les agrede. Nosotros hemos inventado otra forma de gobernar, a la española: ante un problema social, denigrar siempre al que gobierna, usando cuantas artimañas se tengan a mano, para intentar arrebatarle el poder, porque es el poder lo que importa, y no el bienestar de nuestra sociedad. Y a la vista de los resultados frente a la segunda ola de la pandemia, creo que hemos aprendido poco o nada.

 

En nuestra historia reciente, nunca hemos asumido colectivamente nuestros conflictos internos: ni en la lucha contra ETA, pasando por los atentados de 11M, los escándalos financieros, el intento de independencia en Cataluña o la gestión de la pandemia del COVID. Nunca hemos renunciado a sacarle la navaja al contrario. Se diría que no hemos superado aún el Duelo a Garrotazos que tan sabiamente supo plasmar Goya, y que seguimos recreándonos, día a día, en la imagen de Saturno devorando a su hijo. El que quiera entender, que entienda.

 



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