Juan Carlos Morales y Beatriz Aragón cambiaron los fogones por la máquina de coser durante el confinamiento
Hicieron cientos de mascarillas y pantallas, que repartieron a la Policía Local, Guardia Civil, empresas y ciudadanos que las necesitaban.-
“Cuando nos dijeron que teníamos que confinarnos, se me cayeron los palos del sombrajo”. Así se expresa Juan Carlos Morales, propietario del restaurante El Farito. “¡Dios mío!, pero si yo me llevo todo el día trabajando y haciendo multitud de cosas, estoy acostumbrado a levantarme muy temprano desde que estaba el bar Las Palmeras, de mi padre Chavito, que se me ha ido recientemente”.
Para una persona acostumbrada a trabajar y madrugar desde que era muy joven, es difícil acostumbrase a estar de brazos caídos, obligatoriamente y sin saber cuánto durará el parón que una epidemia provocada por el coronavirus, de la que nunca habíamos oído hablar, que abocó al cierre de todo el país. Sobre todo teniendo en cuenta que El Farito funciona todo el año, no solo en verano, Semana Santa y Navidad como la mayoría de los bares y restaurantes de la zona de la costa.
El bar de su padre, Las Palmeras, abría a las 6 de la mañana. Después estuvo de metre de hotel muchos años, empezando su jornada a las 8 de la mañana, abriendo el desayuno y trabajando hasta el cierre del bar-salón a medianoche. Muchas horas de pie y así día tras día. Tras unos cuantos años en este hotel, se embarcó en un proyecto familiar con su media naranja, Beatriz Aragón: El Farito. Ella es tan nerviosa como Juan Carlos y trabajan día y noche.
Y lo más importante, “que somos muy felices incluso trabajando tantas horas. ¿Qué vamos hacer? Cada uno es como es”. De pronto, parón: “¡Madre mía!, ¿qué hacemos?”. Lo que hicieron fue informarme de cómo iba este asunto, como hizo todo el mundo. La noticia que más se repite desde el inicio del confinamiento es que no hay mascarillas, faltan respiradores y no hay suficiente protección para profesionales y, mucho menos, para ciudadanos de a pie.
UNA MÁQUINA DE COSER EN CADA CASA
Juan Carlos recordó cuando en Chiclana, “en los años que era yo muy chiquitito, todo el mundo trabajaba desde casa, lo que hoy se llama teletrabajo, en fabricar las famosas muñecas de Marín, tan afamada en el mundo entero. Por consiguiente, en muchas casas hay una máquina de coser profesional y la persona o personas del núcleo familiar que saben usarlas”.
Dicho recuerdo le llevó a las casas de su abuela Maruja y su tía Mari Carmen, “donde todos colaboraban, desde los más chicos a los más grandes, en una parte que le asignaba la fabrica en la elaboración de la flamenca o del torero que fabricaba Marín. A cada familia un trozo y venían a diario a recoger con una furgona gigante amarilla a todas las casas del pueblo. Era la forma de ganar algún dinerito las mujeres de la casa”.
Esto le dio una gran idea: “Si en Chiclana hacíamos todo esto con mucho arte, ¿por qué no vamos a ser capaces de hacer nosotros mascarillas?”. En su perfil de Facebook publicó una nota: “¡Vamos a ponernos cada uno a producir mascarillas, los que sepan y puedan!”.
Beatriz, cocinera en El Farito, antes fue costurera. Desde su niñez, a diferencia de otras personas que trabajaban para Marín, no hacia muñecas pero sí colaboraba desde los 12 años en un taller de corte y confección, donde aprendió el arte del diseño de vestidos de boda, sevillana, trajes de gala de señoras, etc., “y desde que me conoció a mí –cuenta Juan Carlos-, tuve la suerte de que me hiciera incluso trajes de chaqueta”. Es lo que tiene ennoviarse y después casarse con una costurera. Para bien, claro.
EL GARAJE DE LAS SORPRESAS
Regresemos a marzo y al Estado de Alarma. Tomando café los dos en su casa, nerviosos por la que se avecinaba, que no sabían qué era y lo que pasaría, le dijo a su esposa: “¿Nos ponemos a fabricar mascarillas?”. Ella le respondió que si era otra locura mas de las suyas. Juan Carlos contestó: “Si otras persona las fabrican ¿por qué nosotros no vamos a poder hacerlo? El tiempo nos sobra”. Beatriz asintió y le espetó: “¡De acuerdo. Lo que tú digas. De pesado que te pones, al final las haremos!”.
Y así fue. Se pusieron a trabajar. Comenzaron a buscar tela y a pedirla a la madre de él y a más personas. A Juan Carlos le gusta guardarlo todo en el garaje, encontrando multitud de herramientas, que utilizó para hacer las mascarillas. Trabajaban de 6 de la tarde a 10 de la noche. Día tras día. Según las iban confeccionando las repartían a quienes se las pedían. Entregaron lotes a la Policía Local y a la Guardia Civil, así como a varios compañeros con empresas. No eran mascarillas endebles, ya que les ponían un filtro del café y la tela tenía doble protección.
Después de varios días trabajando sin desmayo, Beatriz se las apañaba muy bien sola, por lo que no necesitaba a Juan Carlos, así que éste decidió dar otro pasito adelante: fabricar mascarillas protectoras: “Después de verme cincuenta tutoriales en Youtube, puse manos a la obra”.
En el garaje tenía guardadas un montón de cosas con las que podía realizar pantallas protectoras, como planchas de tatami de hacer gimnasia, elementos plastificables, una máquina de plastificar, alambres forrados en tela, gomillas de colores, banderines de Andalucía y España, una pistola profesional de silicona y muchas cosas más.
AYUDAR EN TIEMPO DE PANDEMIA
Primero plastificó con alambre forrado y fabricó el plástico en su máquina. Después pegó los trozos de esponja del tatami, taladró y metió las gomillas con su banderita correspondiente. El resultado fue “una pantalla protectora muy eficaz y a bajo costo”, manifiesta Juan Carlos. Tuvo que hacer varios pedidos a Amazon, “ya que nos quedamos sin material”.
Y así fueron sus vidas durante tres meses, Beatriz haciendo mascarillas y Juan Carlos planchándolas e introduciendo el filtro tipo melita, después de haberlas esterilizado con agua y gotas de lejía. Y al final de la noche fabricaban tres o cuatro pantallas protectoras. Y a dormir con la conciencia muy tranquila y sabiendo que su trabajo estaba ayudando a muchas personas. Hicieron varios cientos de mascarillas y pantallas.
Comentaba Juan Carlos que “estamos consiguiendo tener la mente ocupada, llenar ratos en estos momentos tan difíciles y ayudar dentro de lo que se puede, a quien lo solicita. En esos momentos de espera e incertidumbre, lo mejor es tener paciencia y a luchar por nuestros mayores que tanto se lo merecen, por nuestros nietos e hijos y por Chiclana, una tierra de emprendedores y luchadores”.
En junio el gobierno abrió la mano y pudieron hacer comida para la calle y posteriormente poner en marcha de nuevo el restaurante El Farito, que ha trabajado a tope cada día, guardando todas las medidas necesarias para evitar contagios del personal y de los clientes. Un año y un verano atípicos, que han sabido sobrellevar ayudando a quienes lo necesitaban. Y como dice el refrán, quien siembra, recoge. Seguro que la cosecha será abundante, como lo que sembraron. Muchas gracias en nombre de quienes recibieron esas mascarillas y pantallas.
PACO LÓPEZ
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