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El paraguas de lo público


Francisco M. Navas
[colaboraciones].-

 

Acaba de pronunciarse el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, derogando el decreto del Gobierno de esa Comunidad Autónoma, relativo al cierre de locales de restauración o de actividades no esenciales.

 

No me cabe en la cabeza cómo un tribunal de justicia puede opinar de manera tan rotunda sobre una pandemia. Porque si lo hace, no solamente dejan de tener sentido los expertos en salud y las normas que dictan, sino que ese mismo tribunal descarga automáticamente de toda culpa al gobierno político de turno, para pasar a ser responsable directo y subsidiario de los fallecidos que se puedan producir por su controvertida sentencia.

 

¿Salvar la Navidad? ¿Salvar la hostelería? ¿Dónde queda el objetivo prioritario de salvar vidas humanas? ¿Se imaginan un careo entre familiares de víctimas del coronavirus y hosteleros de cualquier territorio, argumentando unos contra otros? ¿No produce vergüenza ajena ver a Ferrán Adriá, beneficiado con más de ocho millones de euros durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, para “investigar sobre cuestiones culinarias”, mientras cientos de miles de personas tienen como ingresos totales para subsistir 450 euros al mes? ¿Nos hemos molestado alguna vez en saber cuánto paga el señor Adriá a sus empleados, si es que los tiene bajo contrato de trabajo digno y no como becarios?

 

SI MARX LEVANTARA LA CABEZA

 

Definitivamente hemos perdido el norte. La verdad objetiva se mezcla impúdicamente con las mentiras más obscenas, sin que seamos capaces de distinguir lo blanco de lo negro. Nos llenamos la boca de frases hechas, definiendo a nuestro país como prototipo de la economía de mercado, esto es, de la libre competencia, de la liberalización de precios, del capitalismo de oferta y demanda, del emprendimiento individual como motor económico, del beneficio como pilar esencial de nuestro sistema de hacer negocios.

 

Eso, claro, cuando vienen bien dadas, porque cuando vienen mal, todo el mundo reclama a gritos el intervencionismo del Estado, el paraguas de lo público.

 

Si Carlos Marx levantase la cabeza, que no puede, por desgracia para él y para otros muchos, se partiría de la risa contemplando cómo los mismos que, hasta hace sólo unos meses, pronunciaban a voz en grito esa manida frase de “cuanto menos intervención estatal, mejor”, ahora lloriquean y se manifiestan pidiendo ayudas, subsidios y compensaciones económicas al Estado.

 

Además, creo que pocas personas conocen el verdadero significado de la palabra Estado en nuestro país. Estado, de abajo arriba, son los Ayuntamientos y Cabildos, las Comunidades Autónomas, El Gobierno de la Nación con toda su maquinaria y su poder de interlocución internacional y, no nos olvidemos, la Unión Europea.

 

USUREROS Y ESPECULADORES

 

Y el funcionamiento político se produce exactamente al revés: La Unión Europea se relaciona con los gobiernos nacionales, los gobiernos nacionales con sus respectivos órganos inferiores, en nuestro caso las autonomías y las ciudades autónomas, y éstas, a su vez, con los ayuntamientos y cabildos.

 

En 2011, el capitalismo europeo se olvidó precisamente de uno de sus principios esenciales, esto es, de que en este sistema económico no hay límites para obtener beneficios, para lo cual las leyes se adecúan a las empresas más que a las personas, o lo que es lo mismo, cualquier beneficio extra de cualquier empresa sin escrúpulos siempre irá en detrimento del bienestar económico de sus trabajadores. Pero lo más sangrante es que se invirtieron cientos de miles de millones de euros en salvar a los bancos, que representan en esencia el paradigma del capitalismo.

 

Usureros, especuladores, con élites generosamente pagadas. Según la doctrina capitalista estricta, deberían haberlos dejado quebrar, porque en puridad, el capitalismo debería funcionar como el juego de ruleta: apuestas, y si ganas, todo para ti, y si pierdes, has perdido, y no vale pedirle a la banca del casino que te devuelva tu dinero.

 

La excusa para salvar a las entidades bancarias fue que si se les dejaba quebrar, muchos inversores y ahorradores perderían sus depósitos. Lo cual no dejaba de ser una mentira escandalosa, porque precisamente hubo que salvar a los bancos porque se habían gastado nuestros ahorros en inversiones ruinosas. Se salvó a los bancos, y se arruinó, sólo en España, a cerca de cinco millones de personas.

 

GESTIÓN POLÍTICA MEDIOCRE Y DESASTROSA

 

Un microorganismo ha venido a quedarse con nosotros para volver todo nuestro primer mundo del revés. En España hemos basado el setenta por ciento de nuestra economía en el turismo. En su día, vendimos o liquidamos empresas estatales estratégicas, porque el capitalismo, creyéndose sus recetas como dogmas, así lo requería.

 

Se hundió la construcción, se ha hundido el turismo, y seguimos sin invertir en energías limpias, en asistencia a las personas mayores a las que, por cierto, hemos masacrado durante la pandemia, y seguimos intentando ahorrar en sanidad, en educación o en investigación científica.

 

Si sumamos a una pandemia como ésta una gestión política mediocre y desastrosa, ajena a todo lo que suponga consenso y pacto, adelanto que tenemos crisis para rato. Y yo, si me lo permiten, seguiré preocupado por las personas asalariadas de a pie, que llegan a fin de mes con dificultad o simplemente no llegan, y me preocuparé un poco menos por aquellos que, cuando ganan dinero a manos llenas, intentan escurrir el bulto, declarando a Hacienda ingresos menores de los reales, para pagar lo menos posible y que, cuando les vienen mal dadas, lloriquean pidiendo subvenciones a la administración de turno para salvar sus lucrativos negocios. Ah, y les aseguro que a mí las cervezas o el vino me saben mejor en mi casa que en el bar.

 

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