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Las batallas de Afganistán



Un aeropuerto como símbolo del fracaso.-

 

Desde hace meses, las noticias con las que países de todo el mundo se despiertan tienen un escenario común: Afganistán. Uno de los países más pobres del mundo, aquejado de una inestabilidad crónica provocada por atávicas disputas étnicas y religiosas, que se ha convertido en un asunto capital de la agenda política y mediática mundial desde que Estados Unidos lo ocupase como represalia por proteger a los responsables de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

 

Los testimonios en estos días de finales de verano son cuanto menos desoladores, y han sido amplificados por prensa y redes sociales, gracias a las imágenes de ese reducto sitiado en el que se convirtió el aeropuerto de Kabul. En él se sucedían para nuestro asombro las terribles escenas de afganos aferrándose al fuselaje de aviones en marcha, avalanchas humanas suplicando por un vuelo que los saque del país, padres angustiados que entregan a sus hijos a militares extranjeros, hacinamiento, hambre y la más absoluta desesperación entre golpes, disparos, cohetes y bombas que dejaron más muertos y más heridos a la vez que interrumpían sine die puentes aéreos y evacuaciones.

 

Definitivamente el Aeropuerto Internacional Hamid Karzai de Kabul -nótese como una ironía del destino, el llevar el nombre del primer presidente elegido bajo la ocupación estadounidense-, se convirtió en la cruel alegoría de una gran derrota, y no solo de la resistencia nacional afgana al talibán o del poder militar estadounidense.



AFGANISTÁN

 

Fuimos muchos los sorprendidos por lo abrupto del desarrollo de los acontecimientos, en las dos semanas precedentes a la salida de tropas, más aun conociendo que los veinte años de ocupación militar estadounidense han supuesto un ingente coste humano -se calcula en más de dos mil trescientos los soldados americanos muertos en combate o atentados-, amén de un drama humanitario que se ha llevado por delante las vidas de ciento cincuenta mil personas y la friolera de un millón doscientos mil desplazados.

 

Los gastos materiales de la ocupación fueron también enormes, estimándose en más de dos billones de dólares (el equivalente a doscientos cincuenta y seis millones de dólares diarios desde el año 2001). Que toda esta enorme inversión de recursos no haya sido suficiente para cimentar las mínimas bases de un estado, esto es, de un gobierno autónomo, una administración, un ejército regular o una policía nacional capaz de llevar el orden y la seguridad al territorio, es cuanto menos significativo.

 

Quien probablemente mejor ha sabido explicar los porqués de este hecho es la analista política Susan George. En un reciente artículo titulado Acuerdos ilícitos y deserciones masivas: por qué las fuerzas afganas no opusieron resistencia a los talibanes (2021) publicado en lanacion.com. George propone como claves del colapso dos momentos: el primero, el Tratado de Doha de febrero de este 2021, por el que la administración Trump -representada entonces por el ultraconservador secretario de estado Mike Pompeo-, se comprometía con los talibanes a la retirada militar a cambio de la difusa promesa de que éstos no permitirían que Afganistán fuese -otra vez- base para ataques terroristas a intereses estadounidenses.



PASEO MILITAR TALIBÁN

En segundo lugar, el compromiso de la inminente salida del ejército americano que hizo el presidente Biden el pasado 7 de julio. Este hecho terminó por hundir la moral del ejército afgano al trasladar la sensación de que tras la salida de las tropas extranjeras -y la legitimación implícita de los talibanes que supusieron los acuerdos de Doha-, la vuelta de los integristas al poder era inevitable.

 

Ante este panorama, la mayoría de líderes tribales, además de jefes policiales y militares afganos, prefirieron llegar a acuerdos con las milicias talibanes a cambio de un lugar en el nuevo orden interno antes que continuar una guerra con un socio que entendían que les iba a dejar a su suerte.

 

Así se explica que tras hacerse efectiva la paulatina retirada militar estadounidense de las provincias afganas, los integristas recobraran sin graves pérdidas humanas ni materiales (y en menos de tres meses) el control de la mitad de Afganistán y a mediados del mes de agosto entraran en Kandahar y Herat, segunda y tercera ciudades del país.

 

La última pieza en caer fue la capital, Kabul, indefensa ante la descomposición del ejército nacional y la vergonzante huida al exilio del presidente Ashraf Ghani, lo que da una idea de la fragilidad sobre el terreno de las fuerzas de oposición al integrismo.



EFECTOS INTERNACIONALES

A resultas de este conflicto, parece que queda cuanto menos trazada una estela de la agenda política internacional de este convulso comienzo de siglo. De momento, el conflicto afgano deja a treinta y ocho millones de personas bajo el yugo integrista, con niñas y mujeres como víctimas principales de su brutalidad y con un más que previsible éxodo masivo de refugiados a Europa que ya veremos cómo se gestionará, si negándose a recibir a ni a uno solo, como defienden Austria, Chequia y Dinamarca; o la recepción de forma ordenada que propone Alemania.

 

De otro lado China, Rusia y Pakistán; quienes conscientes del vacío de poder que deja Estados Unidos en la zona, se erigen en los nuevos valedores del renacido emirato islámico afgano, a cambio de contratos para la lucrativa explotación del cobre, el zinc, el litio (solo en la provincia de Ghazni el Servicio Geológico de EEUU calcula reservas mayores de litio que en toda Bolivia) o el petróleo de los campos de Amu Darya, al norte del país. Ya saben, el dinero es el nervio de la guerra.

 

Los acontecimientos de estas semanas marcarán por tanto buena parte del futuro no solo de un lejano país de Asia del Sur llamado Afganistán, sino también del siempre volátil tablero geoestratégico asiático y por extensión mundial.



VALORES EN PELIGRO

¿Podemos por tanto constatar tras lo visto en Afganistán una nueva muestra de la decadencia del poder estadounidense?, por lo visto en las imágenes de talibanes dándose un paseo en los hangares del aeropuerto mientras se hacían fotografías en los abandonados helicópteros Chinook americanos, parece que sí. Es evidente que la potencia hegemónica que desde mediados del siglo pasado ejerce de centinela del mundo occidental se encuentra ante una derrota estratégica de difícil digestión.

 

Y lo que es peor, esta decadencia aparente lleva consigo un paulatino cambio en el marco en las Relaciones Internacionales, donde el peso de los valores occidentales que al menos nominalmente daban un porqué a las intervenciones occidentales en el mundo (Libertad, Derechos Humanos, Constitucionalismo, Igualdad, Democracia…) empiezan a ser laminados del debate; y es que no podemos pretender que una dictadura como la china los haga suyos en sus relaciones exteriores cuando ni siquiera los tiene presentes en su política interior.



Las imágenes del aeropuerto de Kabul son un espejo que nos devuelve el reflejo de la lastimera figura no ya solo de un país devastado por la guerra o de un imperio que continúa en declive, cuanto de la desaparición de un sistema de valores prevalente desde mediados del siglo XX encabezado por Estados Unidos y sus aliados.

Un sistema que parece agotado e incapaz de afrontar los retos y desafíos de un incierto futuro donde el poder, antaño hegemónico, pasará a ser compartido -si no abiertamente disputado- con una nueva potencia emergente: China.

 

El último C-17 en el que el comandante de la 82 División Aerotransportada Chris Donahue despegó de suelo afgano el pasado día 30 de agosto, puso punto y final a la guerra más larga en la historia de los Estados Unidos y la primera, quizá de muchas, grandes batallas perdidas. Y no, no solo hablamos de batallas militares.

 

JOSÉ MANUEL PERDIGONES-Lcdo. CCPP y Sociología.

2 comentarios:

  1. Magnífico artículo, muy bien documentado y con una excelente reflexión final.

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  2. GRANDE. Gran análisis de una compleja situación

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