Caminar contra la historia puede ser muy peligroso
Protestar contra Putin es algo muy fácil, pero no serĂ© yo quien salga en su defensa. Soltar improperios contra una persona que ya todos conocemos no conduce a ninguna parte. Ya sabemos todos cĂłmo Putin ha invadido Crimea, cĂłmo interviene en Bielorrusia y en otros paĂses limĂtrofes, cuánto tiempo lleva apoyando militarmente a algunos territorios de Ucrania, cĂłmo trata de manipular las elecciones de otros paĂses y cĂłmo, incluso está apoyando a ciertos grupos independentistas de España.
Todo esto, aunque se trata de hechos muy graves, sirve sĂłlo para desviar nuestra atenciĂłn del verdadero problema. Éste no son los 125.000 soldados rusos que se encuentran en la frontera de Ucrania. Con todo la gravĂsima que sea para la paz esta amenaza rusa, el verdadero problema es que los paĂses europeos se hayan echado en los brazos de Putin, el que energĂ©ticamente casi todos los paĂses, y principalmente Alemania, dependan del gas de Rusia.
En lugar de las energĂas renovables, hemos elegido el gas de una potencia muy interesada en que la UE no siga adelante. El problema, en suma, es que la integraciĂłn europea lleve 30 años semiparalizada y ahora nos lamentemos del imperialismo ruso, echando balones fuera.
Tan absurdo y peligroso es ir en contra de la ciencia, como caminar en contra de la historia. Estábamos todavĂa en plena Segunda Guerra Mundial, cuando lo polĂticos occidentales de entonces tomaron conciencia de la necesidad de una reconciliaciĂłn y unificaciĂłn de los paĂses europeos.
Primero serĂa el Tratado de Londres (1944), por el que se crea el BENELUX (BELGICA, NEDERLAND, LUXEMBURGO), DespuĂ©s vendrĂa el famoso discurso de Winston Churchill en ZĂşrich (1946): “Hace falta un remedio milagroso que transforme por completo la situaciĂłn y que, en unos años cree una Europa libre y feliz, siguiendo el modelo de Suiza... Debemos construir unos Estados Unidos de Europa”.
EUROPA TIENE QUE INTEGRARSE
Dos años despuĂ©s se celebrarĂa el Consejo de la Haya (1948), que reuniĂł a los principales polĂticos de toda Europa y donde se creĂł el Consejo de Europa (con sede en Estrasburgo), y en 1950 pronunciarĂa su famoso discurso Robert Schuman (La DeclaraciĂłn Schuman), en el que propone una Europa unida que pueda contribuir a la paz mundial, a travĂ©s de realizaciones concretas, y un año despuĂ©s, por el Tratado de ParĂs, seis paĂses ( Benelux, Francia, Alemana e Italia) constituyeron la Comunidad Europea del CarbĂłn y del Acero (CECA).
Esa visiĂłn histĂłrica de aquellos años es la que no se da actualmente en nuestros polĂticos. Peor aĂşn, se pretende ir en contra de la marcha de la historia. La UE ha levantado un gigante econĂłmico, pero con unos pies polĂticos de barro, y ahora, en lugar de reconocerlo, echamos la culpa a Putin de que estĂ© poniendo en peligro la paz en Europa.
Desde hace ya mucho tiempo la historia nos viene diciendo que Europa tiene que integrarse, y no solo para defender sus valores democráticos y sus conquistas sociales y avanzar en ellas, sino incluso para subsistir.
Es verdad que en este momento se trata de dialogar con Rusia hasta el agotamiento y prepararse para la defensa (que no es lo mismo que el ataque), pero también es tiempo de mirar hacia el futuro y de reconocer qué cosas ha hecho mal Europa y, sobre todo, qué cosas no hemos hecho.
AMENAZA DE GUERRA
Nuestros polĂticos, lo vuelvo repetir, están violando el Tratado de la UniĂłn Europea, que es lo mismo que violar la ConstituciĂłn, y lo hacen por una doble vĂa. Primero, porque el tratado exige una uniĂłn cada vez más estrecha entre los ciudadanos de Europa y segundo, porque el principio de subsidiaridad, que es uno de los principios fundamentales de la UE (y yo dirĂa de la educciĂłn y de la vida en sociedad), exige que cuando una instancia u organismo es incapaz de resolver un problema, debe pasar el encargo a una instancia superior.
Pues bien, ni avanzamos en la integración europea, ni los ciudadanos pintamos prácticamente nada en este proceso. Y en cuanto al principio de subsidiaridad, se ha empleado, a mi entender, casi exclusivamente en sentido negativo, es decir, no para que las instituciones estén lo más cerca posible del ciudadano, sino para controlar al Parlamento Europeo y a la Comisión Europea.
Además, los Estados miembros, “cual perro del hortelano”, ni tienen soberanĂa en casi ningĂşn campo ni dejan que la ejerza la UE. Eran tiempos de guerra y de postguerra cuando los grandes polĂticos europeos se decidieron a cambiar radicalmente el rumbo de nuestro continente.
Han pasado casi ochenta años y la amenaza de guerra ha vuelto lamentablemente a suelo europeo. ¿Se darán cuenta de una maldita vez nuestros polĂticos de hoy de que la no-integraciĂłn europea nos está llevando a un callejĂłn sin salida? Europa no se ha hecho, y puede haber guerra. Marchar en contra de la historia es un juego peligroso.
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