"No hay de qué tener miedo"
"Das un poco de miedo", le dijo el niño al monstruo que, al despertar, había encontrado observándole en su habitación, a los pies de su cama.
El monstruo no se movió, sino que permaneció allí, babeante, la mirada de sus ojos amarillentos fija en la del niño. Daba un poco de miedo, en efecto. Al menos al principio, hasta que transcurrieron unos segundos que parecieron eternos en aquella quietud pictórica.
Luego el miedo se fue perdiendo, el niño se fue deshaciendo de él poco a poco, como quien se despoja de un pesado abrigo. En un momento dado el niño se incorporó ligeramente y de entre las sábanas sacó una mano frágil y titubeante que acercó al monstruo hasta casi tocarlo.
"No hay de qué tener miedo", pensó el niño. "Es un monstruo bueno". Y la mano rozó aquella piel viscosa y llena de escamas, un tacto desagradable que dibujó en el niño una fugaz mueca de asco que el monstruo aprovechó para abrir la boca, una boca enorme, inimaginable, inverosímil, y devorar al niño.
Se lo tragó de un bocado, con huesos y todo, casi sin masticar. Luego eructó satisfecho. La cena había sido reconfortante, limpia y sabrosa. La víctima apenas había opuesto resistencia. Desde luego, no había de qué tener miedo.






fumanchu dice: mu bueno quillo pero que mu bueno. de verdad.
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