¿Y si no quiero jugar al mismo juego que los demás?

Cuando naces, te dan el manual de instrucciones para que, ya desde el primer día te lo vayas aprendiendo: esto es lo que tienes que hacer para ser una persona de provecho, esto es lo que está bien, y esto es lo que está mal, ten adoración por esto, y teme esto otro, y al temerlo asegúrate de que huyes de ello y no se te acerca, no vaya a ser que descubras que no es tan malo.
Mientras vives, te recompensan por lo que has hecho según el manual, te castigan por los comportamientos contrarios a él. ¿Cómo se le puede ocurrir a alguien ir contra las reglas? Estos son los rasgos de un triunfador, y estos los de un fracasado: ¿cuáles quieres ir cultivando? Crece de este modo, vive de este otro, envejece según lo establecido, y serás feliz.

¿Y si alguien no quiere jugar? ¿Y si las reglas del juego le parecieron estúpidas desde el mismo momento en que se las planteó con un poco de espíritu crítico? ¿Y si lo que se considera felicidad para él no es más que una tortura? "Descree de la felicidad que otros se han encargado de fabricarte". Sucede que buscar la felicidad es tarea costosa, y es mucho más fácil recibirla preparada. Sucede que no todos tienen las ganas, ni la capacidad, para plantearse las reglas de un juego en el que tanto sudor les ha costado ir ganando. Sucede que existe una apariencia de libertad, un "si no te gusta, puedes irte", tan ficticia como injusta, porque existen mil trabas que impiden la huida, porque los demás están programados para no entenderlo, y criticar, o prejuzgar, o envidiar, u odiar por ello sin que sepan tan siquiera por qué, porque, en definitiva, el regreso parece imposible: ¿se imaginan qué alguien vuelva a decirnos que la vida que vivimos es una vida vacía, pero que eso no es, en absoluto, irremediable?
Entonces temblarían los pilares del sistema. Y a los que ganan el juego eso no les gustaría...
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