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LA ALTURA DEL PERFIL BAJO (In the loop)

AL SALIR DEL CINE
César Bardés
[colaborador]

El principio organizativo de cualquier sociedad se basa en la guerra. Por eso, de vez en cuando, nos vemos inmersos en alguna invasiĂłn llamada eufemĂ­sticamente, de “planificaciĂłn futura”, o, tal vez, puede que nos veamos obligados a escalar las altas montañas del conflicto con el fin de hacer menos imprevisible el inicio de un enfrentamiento bĂ©lico. Es la alta polĂ­tica. Es el arte de hacer creĂ­ble lo que no tiene mĂ©rito. Es la mentira ascendida a la importancia.


Y así nos encontramos con una nueva moda que convierte las decisiones en puros juegos de palabras, en vehementes enfados asidos a la arista más indiferente, en frases dichas al azar con tanta autoridad como la que tiene el vecino en lo que se refiere al funcionamiento de nuestra cisterna. Es la moda del político de perfil bajo, del inútil disfrazado de competente, del tipo que quiere ser popular e incluso pasar a la posteridad sin tener ni pajolera idea de lo significan palabras tan simples como seguridad o bienestar. Es más. Es hasta posible que el único competente sea aquel que emplea un lenguaje soez, de una agudeza tan puntiaguda que hiere con la corbata y que es capaz de inventarse una jugada política sobre la marcha a pesar de ser un segundón que sólo se hace oír por su inventiva de chascarrillo y votación.
Es lo que impera en nuestros días. Convertir la política en un instrumento sin seriedad no porque la clase dirigente quiera mentir, que lo hace, sino porque no sabe hacer. Así nos podremos encontrar con un Ministro de Desarrollo Internacional que no pronuncia ni una sola palabra a derechas porque no tiene ni idea de lo que están hablando. O quizás a una Subsecretaria de Estado a la que le duelen los dientes y no puede dar torpedear una decisión encubierta que traerá prosperidad y muertos. O a la inmensa paradoja de un General pacifista que se acogerá a la estúpida excusa de no dejar solos a sus compañeros para convertirse en un belicista convencido. O a un tipo al que le encanta filtrar un secreto de estado porque su vida personal se derrumba. Es el interés personal puesto muy por encima del servicio público. Eso sí, con unos diálogos desquiciadamente rápidos y un diseño de personajes que deja en ropa interior roja al político de bajo perfil, ése que ahora manda por varios rincones del mundo.



Así que bajo la sombra de La cortina de humo, de Barry Levinson, el director y guionista televisivo Armando Ianucci nos retrata la estupidez de las ideas de los que mandan, secundada por la inutilidad imaginativa de los que asesoran y rematada por la simpleza organizativa de los que trabajan para dar como resultado una película de planificación corta y débil, con un estilo de reportaje de telediario, pero que sobresale en un guión de una tenue brillantez. Al menos, alguien escribe algo que no se derrumba como un muro en ruinas para que nos demos cuenta de que, en muchas ocasiones, la vida, la verdad y la parodia se dan la mano para cerrar un pacto político que avergonzaría a cualquier hombre de Estado.

AsĂ­ que al tajo. Que los tipos que manejan los hilos sigan siendo marionetas ascendidas a titiriteros. Que la capacidad de comunicaciĂłn se corte por el navajazo trapero de una polĂ­tica inexistente. Que la prensa haga el juego al vacĂ­o que representa lo inĂştil. Y tendremos una sociedad anclada en un estilo de vida basado en el engaño, en la sonrisa forzada que representa la humillaciĂłn y en la seguridad de que importamos un pimiento a los tontos que mandan. A fin de cuentas, nunca habĂ­a ocurrido que un tipo que se atraganta con una galleta viendo un partido de fĂştbol fuera el jefe del paĂ­s más poderoso de la Tierra. Cuanto menos exijamos, menos nos exigirán y ya dejaremos para luego el esfuerzo de pensar. Pensar, vaya antigualla. Primero, invadamos. Luego ya explicaremos por quĂ© invadimos. ¿No es asĂ­ el juego polĂ­tico?
César Bardés


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