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Las matemáticas, el amor y las margaritas

Gustavo Torres [colaborador]

Teoría elemental sobre las margaritas.

Premisa básica: Existen números pares y números impares.
Ejemplo: El uno es un número impar y el dos pertenece a los pares.
1º Regla universal: Todas las margaritas del mundo tienen un número impar de pétalos.
2º Regla universal: Si comienzas deshojando la margarita con las palabras me quiere, en todos los casos el solitario pétalo que quede, gritará te quiere.
3º Regla universal: Por el contrario, si comienzas deshojando la margarita con las palabras no me quiere, en todas las ocasiones el pétalo te dirá que no te quiere.


Roberto y Carmen se besan en las escalinatas de la iglesia.
En la distancia, su grupo de amigos gritan, silban, saltan y continúan rellenando sus vasos con trozos de hielo. Carmen y Roberto siguen besándose. Es un beso azulado como una pastilla y fluorescente como un contrato laboral.

Los pétalos se derraman sobre su jersey celeste.
Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere…
Desde que besó a Roberto en las escalinatas de la iglesia, Carmen se recuesta a deshojar pétalos entre los tallos altos de las margaritas muy cerca de la panadería.
En las lindes del camino que va desde la casa de Carmen hasta la panadería donde trabaja, las margaritas crecen con descaro, son cientos de pequeños soles que alumbran el camino con su piel erizada.
A Carmen le gusta regresar a su casa utilizando el sendero que hiere el bosque. El sol se abre paso con dificultad a través de los frondosos eucaliptos y Carmen va dejando un reguero de margaritas heridas a su paso.
Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere…

Carmen confía en las sabias predicciones de las margaritas, en la ruleta amarillenta donde el amor y el desamor van saltando de pétalo en pétalo, hasta terminar confesando la solitaria y desnuda verdad, encarnada en el pétalo, que tiritando y aturdido, se mantiene indemne tras la criba.
El amor, al igual que la velocidad de los vientos, el movimiento de la tierra o la fuerza del torrente sanguíneo, también tiene sus propias reglas y ecuaciones. El amor, aunque Carmen se empeñe en negarlo, también sufre la tiranía de las matemáticas y las forzosas limitaciones que dictan los números.

Roberto lleva seis meses buscando trabajo. Desde que terminó el curso ocupacional anda de empresa en empresa entregando su currículum.
Por las noches, Roberto sueña con encontrar por casualidad un buen trabajo. Desde que en el instituto le explicaron que un científico descubrió el fenómeno de la fluorescencia por casualidad, Roberto piensa que todas las cosas importantes de la vida le llegarán de esa manera.
De casualidad.

Carmen toma pastillas para que la circulación de su sangre sea fluida. Cuando era pequeña le diagnosticaron una extraña enfermedad. Su madre no podía contener las lágrimas mientras le explicaba que la niña era especial, que la sangre que bañaba sus pequeñas venas llegaba con dificultad a su corazón y que tendría que ser una niña muy buena y tomarse las pastillas. Desde entonces, hace ya trece años, todos los días después del almuerzo Carmen ingiere tres azuladas pastillas.

Carmen confía en los pétalos de las margaritas.
Sin embargo, Roberto olvidó a Carmen con la rapidez con la que los niños olvidan sus sueños. Del beso en las escalinatas sólo queda en Roberto el recuerdo de unos labios hambrientos. Sólo eso. El recuerdo.

El mundo esconde números bajo su falda.
En los pétalos de las margaritas, las matemáticas son como los adultos ante el ímpetu de Peter Pan por escapar volando desde el balcón. Nada. Sólo eso. Nada. Carmen las ignora, a pesar de destripar cada día decenas de margaritas por el sendero del bosque, no conoce las reglas y ecuaciones que gobiernan los amarillentos días de las margaritas.

El amor, las matemáticas y las margaritas están unidos entre sí mediante invisibles hilos de araña.

Carmen sigue preguntándole a las margaritas sí Roberto la quiere.
Me quiere, impar, no me quiere, par, me quiere, impar, no me quiere…
Aunque ella se empeñe en castigar a las flores con su enamorado interrogatorio, las margaritas seguirán teniendo un número impar de pétalos. Aunque ella confíe en la capacidad del amor para penetrar en los indescifrables laberintos que sustentan el pecho de Roberto, Roberto sólo piensa en las alfombras que la casualidad irá colocando a su paso. Roberto no sueña con Carmen sino con las fluorescencias del destino.

Aunque el mundo se nos muestre enigmático e incomprensible, debajo de sus párpados, en el interior de su multicolor pupila, bajo sus faldas, los números dictan normas, límites, fronteras, destinos y amores. El mundo esconde números debajo de su falda.

Y Carmen cuenta pétalos.
Impar, par, impar, par…
Y Roberto sueña casualidades.
Fluorescente, no fluorescente, fluorescente, no fluorescente…
Y el mundo arranca números.
Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere…
Azuladas pastillas y contratos fluorescentes.
Carmen y Roberto.
Me quiere, no me quiere…


El autor agradece la alegre y desinteresada colaboración prestada por las niñas Celia y Noelia en la recolección de aproximadamente mil margaritas y las tres mañanas de verano que pasamos deshojando sus pétalos para llegar a la 1º Regla Universal sobre las margaritas. Gracias.

2 comentarios:

  1. Estimado Gustavo, lo de impar no es una regla fija, pero cierto es que dos de tres lo son.
    Por ello supongo que tus amigos aún tienen oportunidades.

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  2. Muy bueno. Lástima de campo de margaritas en pro de las matemáticas

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