...Y DIOS EN LA ÚLTIMA NATURALEZA (Avatar)

César Bardés [colaborador]
El hombre ya no vive en armonía con la Naturaleza. Se ha convertido en un invasor de su propio hogar, en un depredador que no se preocupa del daño que puede hacer el fuego o la codicia desbocada inherente a su condición. Ya no oye las voces del pasado. Ni siquiera es capaz de ver los amaneceres del futuro. Es un ser que vive y mata, que no piensa, que sólo copia, que sólo arrasa. Y no perdona porque ha olvidado cómo establecer vínculos. Cómo querer. Cómo cuidar.
Y entonces se preocupa de asesinar a Dios en la última Naturaleza deslumbrante que queda por saquear. Muerto el espíritu, la tierra se conquista. Y ya no puede mirar todo un mundo de maravillas, de criaturas hostiles y sorprendentes, de fieras amistosas que sirven con obediencia a quien eligen para matar. Ese mundo se abre con todo su esplendor esperando una mirada de compañía y admiración. Pero el hombre dispara y extermina sin mirar. Ha olvidado el equilibrio que tiene que guardar con el entorno. Y en ese instante en que la violencia se abate con toda su fuerza para teñir el verde de rojo es cuando la propia Naturaleza decide rebelarse contra el agresor porque ya no soporta que una especie inferior tenga el progreso en sus manos y sólo lo utilice para aniquilar todo lo que le rodea sin pensar más que en la avaricia.
La exuberancia de la vegetación parece que cobra vida, la fauna se muestra tan evolucionada como instintiva y los aires del Oeste parece que vuelven a soplar en una historia que recuerda a las que nos contaron en Bailando con lobos, de Kevin Costner; o en Un hombre llamado Caballo, de Elliot Silverstein, pero James Cameron, sabedor de lo que se trae entre manos, ciega con una puesta en escena que nunca se había visto antes. Las imágenes nos arrastran a una aventura de personajes algo planos, pecado menor cuando la recompensa es un gran rato. Y más allá de eso, hay un grito de aviso por la siempre agredida Naturaleza y por todos los seres, de la especie que sean, que tienen su casa en las hojas verdes de las tierras vírgenes, que vuelan entre nubes que no huelen a gasolina, que recuerdan lo que fueron para saber con certeza qué es lo que serán.
Así tenemos un ejemplo de lo que es la utilización de unos efectos visuales que dejan boquiabierto y que abren una nueva era en el cine, que se combina con un argumento que, dejando algún cabo suelto, queda relegado por el arrollador empuje de una imagen que llega a hipnotizar. Tal vez, de esta manera, el hombre vuelva a tener alguna conciencia sobre las máquinas que derriban los árboles que le protegen, sobre el uso de la fuerza por encima de la razón, sobre las lágrimas derramadas por los conquistados, sobre la evidencia de que la Naturaleza nunca le concederá otra oportunidad. Puede que así se sorprenda al saber que habrá un valeroso hermano dispuesto a luchar con él o que hay otros pueblos a los que no les importa arriesgarse para defender una causa perdida. Pero para eso hacen falta vínculos, uniones, valor, defenderse con flechas cuando te disparan misiles, no rendirse ante la derrota anunciada. Hace falta saber ver. Si no, puede que Dios escuche las oraciones de las víctimas y tome parte en la batalla. El cazador se convierte en presa y la última Naturaleza persistirá como símbolo del Edén perdido. Y nosotros, extraviados como un bebé en un bosque de trampas, no sabremos nunca lo felices que podríamos haber sido si conociéramos lo que significa respetar todo lo que no nos pertenece. Si Dios quisiera que fuéramos así nos hubiese hecho de papel y nos habría puesto unos números en la frente para que siempre supiéramos cuál es nuestro verdadero valor. Y el valor del hombre sólo se puede medir por la cantidad de sí mismo que entrega a los demás. El resto son los avatares de la creación.
César Bardés
buena visión y perfecta predisposición para ir a vela trás leerlo.
ResponderEliminarPos no vale un pimiento la pelicula, por muy bien que la pongan. ¿Cuando vamos a ver cine de verdad y no estas cosas que nos cuelan ahora?
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