CON U DE UMBRÍO (La reina en el palacio de las corrientes de aire)

César Bardés [colaborador]
Si entras a saco en un original literario con las tijeras de podar, vale más la inteligencia que la habilidad. En esta tercera parte de las aventuras y desventuras de Lisbeth Salander y Michael Blomqvist se dejan demasiados detalles en la fábrica y al final sale un producto que suspende por los pelos, que es mejor que la segunda parte pero notoriamente peor que la primera.
Y ya está. Ya pueden dejar de leer porque he dicho lo que más les interesa. ¿Quieren seguir leyendo? Allá ustedes. Con tanto corte, los personajes quedan un poco más desdibujados y nadie me va a convencer de que Daniel Alfredson, el director, ha sido bendecido con el talento para las escenas de acción (hay un par de ellas que son de verdadera traca con petardo final). Ahora bien, hay que destacar que los cortes se hicieron con cierta habilidad en la primera parte y en esta existe un verdadero problema. O los espectadores han leído la novela o el pobrecito que simplemente va a ver una película se encuentra más perdido que un berberecho en un garaje.
¿Aún siguen ahí? Bueno, sigo. Por otro lado, esa enorme virtud que poseían los originales de Stieg Larsson en la profundidad y motivaciones de cada uno de los protagonistas se quedan diluidas en nada, parte por culpa de un guión en el que con toda seguridad han tenido que sufrir mucho, parte por una dirección más bien torpe que, como ejemplo, no duda en poner énfasis en la desaparición de cierto informe y luego si te he visto no me acuerdo porque eso no tiene la menor salida argumental.
Si han tenido la paciencia de leer hasta aquí, venga, vamos con las virtudes. Noomi Rapace es una mujer que tiene talento para traspasar la pantalla y hacer que sintamos la misma sociopatía del personaje de Lisbeth Salander. Michael Nyqvist, en esta ocasión, deambula un poco de aquí para allá y no consigue dar encarnadura al inmaculado periodista que interpreta. El mejor del reparto es el actor Lennart Hjulström que interpreta al retorcido Frederik Clinton, maestro de conspiraciones, de muertos decididos en despacho y de dolorosas diálisis que, poco a poco, apagan al hombre pero no al cruel. También habría que destacar las excelentes entradas de música, muy apropiadas y muy certeras (acierto en la dirección) que denotan algo de sentido del ritmo y confieren algunos soplidos de agilidad al enrevesado entuerto que ni es negro, ni es dramático. Es simplemente policiaco.
Ya me terminan el artículo ¿no? Más allá de eso, se desperdicia la enorme oportunidad que hubiera significado la crítica implícita hacia el poder que, lejos de proteger a la ciudadanía, se preocupa más de las implicaciones políticas de sus decisiones, de las consecuencias externas de confidencias que deberían ser pisoteadas, de mantenerse en el error con tal de no ser evidente su falta de utilidad. Como hay cobardía en ello, nos manejamos en terrenos umbríos donde rara vez se deja ver un rayo de sol en un intento de cine comercial sueco que trata de decirnos que, al fin y al cabo, no todo es Ingmar Bergman.
Último párrafo para los incondicionales. Así que tenemos un producto algo desnaturalizado que encantará a los incondicionales, despistará a los advenedizos y dejará indiferentes y buscando defectos a los malditos críticos de cine que tienen la manía de intentar extraer las esencias del arte aunque casi nunca lo consigan. Y en alguna de las tres categorías tenemos que entrar todos. Es el precio que se paga por esperar algo digno de unos libros que han enfermado de éxito. Hale, siguiente página.
César Bardés
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