EL (ENÉSIMO) PERDÓN DE LA IGLESIA

El papa de Roma pide perdón. Otra vez. Estemos de acuerdo en que la Iglesia Católica ha evolucionado. Ahora reconoce errores, algo que amplía la imagen y el carácter humano de la institución por encima de que aún se crea en conceptos dogmáticos como la infalibilidad del santo padre. Pero el Vaticano rectifica, acusa remordimientos, pide mil perdones y se pone a actuar.
Parece que a Benedicto XVI los escandalosos casos de pederastia y de abusos a menores que están sacudiendo los cimientos de la milenaria institución por doquier (Estados Unidos, Alemania, Irlanda, Australia, por no hablar de nuestro país que tras cuarenta años de educación nacional-catolicista, ha enterrado con toneladas de desprecio los leves indicios de abusos que algunos se han atrevido a denunciar), le ha causado tal zozobra que ya no puede echar tierra sobre los rescoldos y ha decidido tirar de manguera para apagar el incendio antes de que sigan saliendo más brasas.

Desgraciadamente, pedir perdón implica que se hacen mal las cosas. Que los comportamientos no son los deseables en una entidad que predica la bonhomía como camino para llegar a la virtud. Y la Iglesia Católica se está viendo abocada de forma irremediable a pedir disculpas por demasiadas cosas en muy pocos años.
El arrepentimiento es un valor supremo de redención. Debemos aplaudir al papa por el valiente paso de coger el toro por los cuernos ante estos hechos intolerables. Ovejas negras hay en todas las familias y no podemos generalizar. La Iglesia tiene su fin, que puede ser compartido o no, y algunos lo han manchado de forma miserable.
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