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Por una mirada un mundo

José Antonio Sanduvete [colaborador]

"Sostenle la mirada y estrĂ©chale la mano con fuerza, con energĂ­a", le habĂ­an dicho los prĂłceres de la retĂłrica y la persuasiĂłn. ¡QuĂ© fácil era decirlo, pero quĂ© mĂ©rito tendrĂ­a si salĂ­a con vida de aquella entrevista!
Aprender a estrechar la mano le habĂ­a costado media vida y algĂşn que otro disgusto. En cuanto a lo de sostener la mirada y asomarse a los ojos del interlocutor, todavĂ­a no lo habĂ­a conseguido.

Recordaba haberse dejado intimidar por sus jefes, por sus amigos más impulsivos, por las chicas que había pretendido conquistar, por cualquiera que se le hubiera cruzado en la calle con un poco de desparpajo. Le era imposible no echar la vista al suelo y hablar y hablar sin saber muy bien a quién. En ocasiones había hablado horas enteras, conversaciones completas, incluso interesantes, para después darse cuenta de que le costaba recordar las caras: cómo hacerlo, si apenas las había mirado.
Se atormentaba temiendo qué pensarían los demás de él, probablemente le considerarían un pusilánime, un espíritu débil y sin valor.

Aquella entrevista era su oportunidad de desquitarse y de ascender en la escala social, de comenzar a ser considerado y a cruzar al lado de los influyentes y no de los influidos. LlegarĂ­a e impondrĂ­a su ley.

Y lo intentĂł. ¡Vaya si lo intentĂł! El Presidente le recibiĂł en su despacho y le tendiĂł la mano con un breve saludo. Él apretĂł, lo hizo con todas sus fuerzas, y sin embargo notĂł cĂłmo los dedos del Presidente aprisionaban los suyos y los hacĂ­a añicos, o al menos eso creyĂł Ă©l. Cuando las manos se separaron, sus dedos habĂ­an incluso perdido sensibilidad y su mirada, por supuesto, andaba tan baja que descubriĂł una mancha en su zapato.

Comprendió entonces que nunca llegaría a lo más alto, que para eso había que desarrollar una fuerza especial, poderosa, que dominar a los demás en una suerte que hay que practicar a menudo, y con constancia.

La entrevista saliĂł mal. Al terminar, no sĂłlo no sabĂ­a el color de los ojos del Presidente, sino que apenas podrĂ­a reconocerlo en una reuniĂłn medianamente poblada.

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