Por una mirada un mundo

"Sostenle la mirada y estrĂ©chale la mano con fuerza, con energĂa", le habĂan dicho los prĂłceres de la retĂłrica y la persuasiĂłn. ¡QuĂ© fácil era decirlo, pero quĂ© mĂ©rito tendrĂa si salĂa con vida de aquella entrevista!
Aprender a estrechar la mano le habĂa costado media vida y algĂşn que otro disgusto. En cuanto a lo de sostener la mirada y asomarse a los ojos del interlocutor, todavĂa no lo habĂa conseguido.
Recordaba haberse dejado intimidar por sus jefes, por sus amigos más impulsivos, por las chicas que habĂa pretendido conquistar, por cualquiera que se le hubiera cruzado en la calle con un poco de desparpajo. Le era imposible no echar la vista al suelo y hablar y hablar sin saber muy bien a quiĂ©n. En ocasiones habĂa hablado horas enteras, conversaciones completas, incluso interesantes, para despuĂ©s darse cuenta de que le costaba recordar las caras: cĂłmo hacerlo, si apenas las habĂa mirado.
Se atormentaba temiendo quĂ© pensarĂan los demás de Ă©l, probablemente le considerarĂan un pusilánime, un espĂritu dĂ©bil y sin valor.

Y lo intentĂł. ¡Vaya si lo intentĂł! El Presidente le recibiĂł en su despacho y le tendiĂł la mano con un breve saludo. Él apretĂł, lo hizo con todas sus fuerzas, y sin embargo notĂł cĂłmo los dedos del Presidente aprisionaban los suyos y los hacĂa añicos, o al menos eso creyĂł Ă©l. Cuando las manos se separaron, sus dedos habĂan incluso perdido sensibilidad y su mirada, por supuesto, andaba tan baja que descubriĂł una mancha en su zapato.
ComprendiĂł entonces que nunca llegarĂa a lo más alto, que para eso habĂa que desarrollar una fuerza especial, poderosa, que dominar a los demás en una suerte que hay que practicar a menudo, y con constancia.
La entrevista saliĂł mal. Al terminar, no sĂłlo no sabĂa el color de los ojos del Presidente, sino que apenas podrĂa reconocerlo en una reuniĂłn medianamente poblada.
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