UN LUGAR LLAMADO MILAGRO

Muerto. Al otro lado de la escena, un Kalashnikov empuñado por un niño de ¿cuánto? Da igual. Pueden ser 10, 12, 8 años. Otro muerto. Niños soldados desarraigados, extirpados de sus familias con las que rompen todo nexo de unión, todo lazo sentimental. Se les obliga a matar a todos sus parientes por el bien del ideal para el que luchan. Niños soldados que enarbolan armas en vez de lápices, que piensan en la violencia natural de sus vidas, en las que sólo cabe el odio.
Muerto. Otra bala siega una vida más. Da igual. El niño soldado prosigue con su labor cotidiana. A países como Sierra Leona o el Congo no llegan los derechos humanos, porque el único derecho que existe es el de vivir o no, y ahí quien tiene la última palabra es un AK-47. Las guerrillas entrenan desde muy pequeños a los soldados del presente que apenas levantan un palmo del suelo pero cuya negra sombra cubre de sangre el suelo de esas lejanas tierras. Muerto.

Pero el milagro (pequeño pero constante), se va instalando poco a poco en África. Chema sigue obcecado en reeducar a estos soldados en miniatura, sacándoles de la cabeza el odio, haciéndoles ver que hay otro mundo por el qué luchar. Su tarea queda ahí. Su labor, no reconocida suficientemente, ocupa pocos titulares en los medios de comunicación y todos nos debemos sentir un poco culpables de que mientras yo escribo y ustedes leen este artículo hayan muerto a manos de niños soldados cinco personas en Sierra Leona o en cualquier otro conflicto que asola África. Sirvan pues estas letras para colaborar a hacer más visible ese lugar llamado milagro.
Foto: Raúl Moreno
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