La Metamorfosis

Fumanchú, el CHINAclero disconforme [colaborador]

Hacía frio de madrugada en er caño. Pepe, que era persona madura, ya estaba encima del barco, preparándose para partir. A lo lejos los faros de un coche se acercaban y paraba junto al muelle de Sancti Petri. Bajaron Sebastián y José Antonio, se dieron los buenos días con Pepe y éste preguntó por Manuel.
-Aún sin aparecer, como siempre.
Otro coche se acercaba. Era Manuel y con él venía otro que se agregaba al grupo sin el permiso de los demás. Manuel lo presentó como ahijado suyo:
-Se llama Jose Mari.

Pepe dijo a Jose Mari que no se ofendiese y recrimino a Manuel porque no se había hablado de traer a más gente. Manuel explico a los tres lo importante que era para su ahijado salir a pescar por primera vez ya que sentía pasión por el mar y por la pesca y le prometió a los tres que jamás se arrepentirían de su compañía. Así que Pepe, jefe de la expedición por raza, por experiencia, hizo que revisaran todo lo necesario para partir y aquel barco pesquero de 8 o 10 metros de largo, con motor diesel, hierros mojosos y pintura parda medio despegada partió de allí con dirección a alta mar, con ruido de motor discontinuo, ronco y débil.

Poco después empezaba a clarear y perdieron de vista el puerto. Una enorme masa de niebla se colocó frente al barco, todos pensaron lo mismo, la brújula, los móviles, la radio, pero al igual que en las películas nada funcionaba mientras la niebla rodeaba el barco. Sus cinco tripulantes no querían pensar en lo peor y esperaban que esa horrible niebla se levantara de una vez y Pepe puso una cara de angustia que no le gustó a ninguno de los cuatro.

El motor hacía un sonido más silencioso y uniforme como si se tratara de recién estrenado, con más potencia, hasta que paró. Jose Antonio miró hacia el fondo del mar y veía que desde la quilla hasta la línea de flotación la pintura se volvía blanca, limpia y resplandeciente y subía hacia arriba. Sebastián miró al mástil y la cubierta mientras ésta se transformaba en madera clara y barnizada. Gritó cuando vio cómo la proa del barco cambiaba su forma a puntiaguda, los hierros se niquelaban como espejos. Jose Mari miró sus pies, estaba con zapatillas deportivas de marca y pantalones cortos de pinza. Miró a Sebastián que vestía de sport con polito de rombos, las manitas en los bolsillos y sonriendo le brilló un diente de oro que lo tenía en lugar de la mella de siempre. Pepe corrió hacia dentro del barco buscando su bolso, abrió el armario y la botella de legía para lavar la cubierta. Ya era whisky de marca de 12 años. Miró hacia la pared donde había colgadas unas cangrejeras, éstas ya eran raquetas de pádel. Buscó el bichero pero éste era un palo de golf, su bolso de comida, una neverita y su bocadillo de tortilla de papas, sándwiches mixtos y cruasanes, pero su navaja aún estaba allí.

Pepe, que era el jefe de la expedición por raza y experiencia, aterrado y acorralado, sabía que a lo que se enfrentaba no era común. Salió a cubierta navaja en mano y allí estaban sus cuatro compañeros juntos, que lo miraban sonriendo con gafas de sol, politos rosas y blancos de cocodrilos, rombitos y pelos abrillantados con ricitos detrás y con sus brillantes relojes. Jose miraba a ellos y a su barco, que ya no era su barco sino un hermoso yate. La niebla se había levantado. Jose se puso frente a ellos y se clavó rendido de rodillas, sin fuerzas, soltando en la cubierta su navaja mientras miraba sus manos que ya no tenían callos y eran suaves, sus uñas eran blancas y finas, con la manicura recién hecha, y su ropa conjuntaba con el resto de su tripulación, cuando de pronto se oyó el nuevo rugido de motor continuo y uniforme.

Aquella mañana al puerto deportivo de Sancti Petri regresó por primera vez un hermoso yate con 5 capullos que eran la sensación de la mañana, sin intención alguna de ir de pesca y con toda la intención de ronear y vacilar eternamente. Y de aquellos pescadores nunca más se supo.