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Entropía o la irreversibilidad de los procesos naturales

José Antonio Sanduvete [colaborador]

La culpa fue de aquel señor tan despistado, aquel que mientras esperaba el autobús apoyó la mano en la farola, precisamente en el lugar donde reposaba una cucaracha que por allí ascendía, nadie sabe muy bien hacia dónde ni por qué. Fue él el culpable de que la cucaracha cayera, aturdida por el golpe, en el bolso de la señora que, ya en el autobús, lo abriera para empolvarse la nariz y gritara al encontrarse cara a cara con el insecto, ...

y al sacar la mano en un gesto reflejo de asco y miedo le rompiera la nariz, de un codazo, al tipo sentado junto a ella, aquel de la pistola en el bolsillo, aquel que tuvo que ir al hospital en lugar de cumplir con su encargo, que no era otro que acabar de un disparo en la cabeza con el escritor borracho que, asediado por las deudas y amenazado por la mafia, huyó dos días más tarde y vivió una vida en secreto, incluso tuvo un hijo, ese hijo que, desatendido por su padre, el escritor borracho, terminó envenenando a su mujer, justo cuando esta, infiel hasta la médula, estaba a punto de convencer a su amante, un politicastro corrupto, para que se la llevase con él. Fue aquel politicastro, por cierto, quien, al comprobar que su amante había desaparecido y, sin saber que había sido envenenada, enloqueció y entró en el parlamento con una escopeta recortada disparando a diestro y siniestro, matando, incluso, a un agente de policía que pasaba por allí y entró a solucionar el problema, precisamente el agente de policía que había recibido el chivatazo de la llegada al puerto de un cargamento de material nuclear ilegal que se disponía a decomisar. No pudo ser, por supuesto, el agente no se fiaba ni de su sombra y no se lo había comentado a nadie, de modo que aquel material llegó a manos de aquella secta del fin de los tiempos que, sin ser descubierta, inicio la serie de explosiones que dieron al traste con el mundo tal como lo conocemos.
Y cualquier abogado que defendiera los intereses de la secta del fin de los tiempos sostendría con convicción ante un tribunal que la culpa fue tanto de sus defendidos como del agente de policía desconfiado, o del politicastro corrupto, o de la amante arpía, o del marido celoso, o del escritor borracho, o del mafioso incompetente, o de la señora asustadiza, o del señor despistado, o de la cucaracha que trepaba por donde no debía.
El señor despistado, de hecho, levantó la mano de la farola ante el desagradable contacto con la cucaracha, la vio caer en el bolso de la señora e incluso pensó en advertírselo y disculparse. De nada hubiera servido, en cualquier caso, el apocalipsis ya había sido desatado y el proceso era, indudablemente, irreversible.


4 comentarios:

  1. muy bueno, digno de hacer un cortometraje. si señor desde aquí le apuntamos un 10 antonio lopez ariza.

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  2. Como le gusta a esta gente los cuentos de adas..

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  3. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  4. está muy chulo, me gusta mucho pero no acabo de tenerlo todo claro, lo leeré otra vez.

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