Chamanismo doméstico

Después de varios meses de caminos escarpados, de alturas vertiginosas, de llanuras inabarcables, de tundra, de taigas, de estepa, después de combatir contra manadas de lobos hambrientos, de dormir al raso a temperaturas inhumanas, de preguntar a unos y a otros sin obtener respuesta y de continuar adelante pese a todo, inasequible al desaliento, el viajero se encontró frente al chamán.
- Perdone, Sr. Chamán, ¿me podría tirar al suelo esos huesitos y analizarlos para decirme algo de mi futuro?
El chamán, ataviado con la piel de un oso que debió de ser enorme, cargado de abalorios y piedrecitas de colores, con la piel curtida por el sol y el paso del tiempo, con el rostro cubierto de arrugas, arrojó los huesos y caviló durante unos segundos que al viajero se le hicieron más largos y pesados que todos los meses de viaje hasta llegar allí. Al fin habló.
- Has cometido un error, viajero. Eso es lo que dicen los huesos.
- ¿Qué error?

- No tenías que haber venido. Sólo esto pueden decirte los huesos. Esto y nada más.
El chamán permaneció impertubable. El viajero quedó estupefacto. Se levantó y comenzó el camino que le llevaría de vuelta al lugar de donde había venido.
Años después se le ocurriría pensar que tal vez los huesos le dirían, si en aquel momento volviera a consultarlos, que dejar al chamán y volverse sin decir nada había sido otro error. Un segundo error, tan grave como el primero. Tal vez debió quedarse un tiempo conviviendo con la tribu. Ir había sido un error, pero quedarse podría ser un acierto. ¿Sería eso lo que quiso decir el chamán? No obstante, pensó, no iba a volver allí para preguntarlo.
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