EL TIEMPO SE NOS ESCAPA (Valor de ley)

César Bardés [colaborador]
El tiempo del lejano Oeste no era el lienzo de los mitos. Donde habĂa leyendas, sĂłlo existieron borrachos pendencieros. Donde volaban las balas de justicia, era el aire de una jugarreta a traiciĂłn. Donde habĂa voluntades inquebrantables, se pisaba terreno abonado para forjar caracteres de amargura y de adiĂłs. Y es que el ruido de las armas era tan habitual que no habĂa demasiadas Ă©ticas, ni comportamientos de ley. El tiempo se escapaba y habĂa que hacerlo todo a golpe de revĂłlver.
Es muy curioso comprobar cĂłmo a una historia amable se le puede dar la vuelta y mostrar el lado más oscuro de lo que en realidad fue una Ă©poca de forajidos a uno y otro lado de la ley. En esta ocasiĂłn, los hermanos Coen han querido agarrar por el cuello todo el universo que se movĂa alrededor de los personajes que encarnaba John Wayne y lo han teñido de desmitificaciĂłn y de abandono, de seguridades perseguidas a travĂ©s de caracteres que no tenĂan nada de admirables y de certezas avinagradas que describĂan cĂłmo el Oeste y, en definitiva, la historia se encarga de olvidar a los hombres que, de verdad, eran hĂ©roes.
El recuerdo de quien viviĂł dĂas de ansia de justicia es el Ăşnico juez para aquellos que hacĂan imponer un poco de respeto en un paisaje de dureza y desolaciĂłn. El lejano Oeste no era esa vasta extensiĂłn de tierra repleta de leyendas que merecĂan la pena imprimirse para superar la realidad. Era un realidad repleta de mediocridades y de bandidos, que bebĂan, maldecĂan, disparaban y olvidaban. Los brazos de la justicia eran tan cortos que no era fácil dar caza a cualquier desaprensivo. La muerte era el principio de la existencia para todos aquellos que vivieron dĂas de ira y desprecio. Y detrás de esos toques de humor absurdo, de esa violencia que siempre aparece tan de repente que te descoloca con facilidad de gatillo, hay toda una declaraciĂłn de intenciones por parte de unos directores que no dudan en alejarse del idealizado Oeste y acercarse en homenaje al propio Clint Eastwood de Sin perdĂłn, eso sĂ, sin perder nunca su propia visiĂłn.
Para ello cuentan con un actor de la anchura y bravura de Jeff Bridges, capaz de expresar con un solo ojo muchĂsimas más cosas que la mayorĂa de intĂ©rpretes con los dos. La pelĂcula muere ligeramente cuando Ă©l no está en escena y agoniza como un caballo agotado mientras se espera su apariciĂłn. Detrás de Ă©l, Haillie Steinfeld, que perfila el personaje de la adolescente que contrata a un alguacil para perseguir al asesino de su padre con un marcado aire decidido que los Coen completan con un epĂlogo inesperadamente amargo y, al mismo tiempo, optimista. Matt Damon cumple bien su cometido y se halla extrañamente cĂłmodo como ese agente de la ley de Texas que bordea ridĂculamente la horterada con su vestimenta y su ingenuidad. Y, además, hay que destacar esa esplĂ©ndida fotografĂa de Roger Deakins que confiere al escenario en el que se desarrolla la acciĂłn un papel preponderante y decisivo, algo que ya es todo un referente en la filmografĂa de estos hermanos que saben tanto de cine y de horizontes que se van lentamente borrando de la memoria.
No es la mejor pelĂcula de los Coen pero no cabe duda de que es mucho mejor si se sabe rebuscar un poco en todo el cuadro que quieren pintar con un poema al pie. Sus versos están dentro de su estilo, sus estrofas son atinadas y su rima llega a ser de una cierta perfecciĂłn estilĂstica pero hay que leer toda la poesĂa si se quiere captar todo el fondo de una historia que habla sobre la fugacidad del tiempo, de lo amable que es cuando no deja que se vea cuán bajo hemos caĂdo, de la fortaleza adusta e impenetrable que se erige en el corazĂłn de una mujer que ha vivido todo lo que ha podido pasarle a su mano izquierda y aĂşn asĂ no pensĂł nunca en la rendiciĂłn. Quizá Ă©se es el autĂ©ntico valor de ley. No dejarse doblegar por un entorno que fue más hostil que legendario.
C. Bardés
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