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EN EL ALAMBRE (The company men)

AL SALIR DEL CINE
César Bardés
[colaborador]
Deberíamos de abandonar la idea de tener el mismo trabajo para toda la vida. Eso ya no existe por la sencilla razón de que hemos sido incapaces de salir de la indiferencia que nos ha producido el hecho de que los de siempre, los de ahí arriba, los que toman las decisiones, han decidido seguir amasando fortunas a base de reducir plantillas. No deja de ser curioso que aquellos mismos que han provocado el túnel de la crisis sean los que siguen colgando un Degás en la pared de su despacho y no tengan inconveniente en construir una nueva sede para la empresa con vistas al lujo.



Y así vemos que alguien que ha trabajado duro durante muchos años en la empresa (y quien dice empresa puede decir con tranquilidad puesto de semillas de girasol) es despedido sin más razón que la consecución de una política de reducción de gastos prescindiendo de los más elementales principios de ética. Antes que fabricantes de esfuerzo, mucho antes que pasajeros de un tren de vida de alta velocidad, somos seres humanos. Y la apreciación por el trabajo que se realiza es infinitamente más relevante que esa vieja máxima que dice que el dinero es una droga que engancha a los máximos directivos, a los dueños o a los banqueros y sus compinches.

Y es que no importa si usted es un universitario que ha estudiado Empresariales, ha realizado la especialidad más puntera y tiene un doctorado en finanzas. Tampoco importa que usted sea el hombre que empezó desde abajo y fue ganándose a pulso el derecho a una vida mejor. Y menos aún la tiene si usted es un ejecutivo agresivo que ha trabajado codo con codo con el hombre de las decisiones, ha prosperado, tiene una situación económica más que acomodada y, a pesar de todo, conserva su vergüenza, su ética y su responsabilidad para con un montón de familias que dependen del salario de cada mes. Su trabajo, inevitablemente, se hallará en el alambre, en el permanente entredicho, en la duda por su eficacia, en la exigencia del más por menos, en las manos de alguien a quien le da exactamente igual que usted tenga problemas si se queda sin empleo. Lo importante es salvar el negocio y que siga teniendo beneficios a niveles más que aceptables. Y para ello, señoras y caballeros, necesitamos su sueldo.

De esta forma, el director John Wells consigue dibujar un retrato de unos triunfadores que, de repente y por una reestructuración financiera de una empresa, dejan de serlo. Nunca pronunciaron la palabra derrota y, por supuesto, para ellos es una auténtica catástrofe prescindir de la casa de dos plantas, del deportivo de precio exorbitado, de la prestigiosa universidad de sus vástagos, del viaje de fin de curso a un destino especialmente lejano y caro. Cuando alguien ha probado el vino de rancia cosecha y al alcance sólo de unos pocos es muy difícil acostumbrarse a la cerveza de barril. Luego, ya bajados del sueño, se comienzan a ver las cosas más claras y hay que ajustarse a lo que se puede (cosa a la que no parece que estén dispuestos ni los de allí, ni los del dinero, ni los de los votos, ni la santa madre que los vio nacer) y, tal vez, una lección sea aprender a trabajar duro. Una rendición genera siempre el olvido y no hay que ser prisionero de una falsa moral que dice que estar en el paro es algo vergonzoso. O quizás siempre haya alguien que esté dispuesto a volver a sentir la magia de comenzar con algo nuevo, con todo el bagaje de lo aprendido, con serenidad y con la realidad de frente.

Y la realidad es que Ben Affleck hace un trabajo notable, que Chris Cooper parece tener dibujado el rostro del perdedor de forma indeleble, que Kevin Costner tiene tranquilidad y aplomo para dar lecciones de vida y beneficios y que, por encima de todos ellos, Tommy Lee Jones dice con una mirada cuánta pena se acumula en el corazón cuando se sabe que se ha formado parte de algo que se ha corrompido con la misma rapidez con la que entraba el dinero. Una historia de hoy para tener confianza en el mañana.

César Bardés

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