PROMESAS MUERTAS (Blitz)

César Bardés [colaborador]
Pues la verdad, no veo que se monte ningĂşn escándalo por el retrato de un policĂa que está bastante más a la derecha que Harry el sucio porque, al fin y al cabo, los engarces de esta pelĂcula son bastante parecidos. PolicĂa con una inclinaciĂłn a la violencia que llega al vicio, malo recalcitrante y hasta las trancas al que estás deseando que lo pasen por la quilla y todo un rosario de sitios ya visitados y situaciones más que conocidas.
El caso es que, aunque el tema sea más previsible que un calcetĂn con tomate, los alrededores de la trama tienen un par de cosas que merecen la pena. Una ciudad retratada como un lugar inhĂłspito pero de ningĂşn modo sucio o una inversiĂłn de papeles que llega al clĂmax cuando en una secuencia el asesino se viste de policĂa y el agente de la ley se esconde en una sudadera con capucha como el psicĂłpata. Pero el conjunto adolece de una falta de tensiĂłn bastante acusada, sobre todo con la introducciĂłn paralela de la historia de una chica de pasado turbulento que tambiĂ©n se dedica a patear las calles con una placa.
Los intĂ©rpretes, por otro lado, son de una mediocridad apabullante. No hay expresiĂłn en ninguno de ellos. Jason Statham podrĂa ser lo mismo un calvo que un trozo de madera. Paddy Considine consigue dar una cierta impresiĂłn de nerviosismo más propia de un tipo inseguro que de un fulano de armas tomar. Y todo el conjunto se convierte en una serie de promesas que mueren porque el punto de partida es lo suficientemente atractivo como para mantener un cierto grado de atenciĂłn pero el desarrollo parece realizado como entre brumas, como si la intenciĂłn fuera otra y hubiera fuerzas que han desviado la pelĂcula hacia terrenos tan resbaladizos como equivocados.
Ni siquiera los toques de humor son lo bastante duros como para provocar una sensaciĂłn de que ese tipo que se encarga de cazar a un asesino en serie por las calles de Londres tiene un soterrado sentido de la ironĂa. Las frases supuestamente brillantes son meras repeticiones de doble sentido y tampoco el personaje principal es que sea un dechado de inteligencia.
Aunque tambiĂ©n hay alguna interesante secuencia de acciĂłn, no se puede obviar una profundidad en las miradas que parece sacada de un jardĂn de infancia, un retrato ciertamente estereotipado de algunos personajes, unas ganas locas de hacer una pelĂcula con Ănfulas, un jefe que es más inĂştil que una quiniela sin echar y la sensaciĂłn de que el tiempo pasa demasiado lento para ser un intento supuestamente rápido en una historia que habrĂa ganado muchĂsimos enteros si se hubiera rodado con algĂşn misterio, con más carne en el asador y menos luminosidad, poniendo faros inquietos como ojos, cámaras como testigos mudos de una mente que desafĂa a la autoridad con decisiĂłn y astucia, sustos tras las esquinas, coherencia en las resoluciones. En el fondo, si esta pelĂcula hubiera caĂdo en manos de un director más avezado que Elliott Lester y de un reparto con más oficio, probablemente estarĂamos hablando de algo mucho, mucho mejor.
No hay que dejarse engañar. La promesa de estos fotogramas se convierte en cartuchos gastados antes de tiempo y, claro, no hay más remedio que acudir a lo que se puede prever con la audacia de un pato mareado. Hay que ceder menos en hacer más amable a un tipo por el que no se siente simpatĂa ni aversiĂłn. Es un calvo más dispuesto a sacar la pistola a la mĂnima. Con tejidos de amistad en el fondo de su latiente corazoncito de policĂa con un punto de honestidad. Y entonces el espectador se queda ahĂ, sentado, asistiendo atĂłnito a la celebraciĂłn de un ritual que ya comienza a ser tan repetitivo que a la derecha parece que se sienta Charles Bronson y a la izquierda, Clint Eastwood. Y es que Blitz no es ningĂşn relámpago.
César Bardés
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