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REFLEJOS Y CRUJIDOS (La víctima perfecta)

AL SALIR DEL CINE
César Bardés
[colaborador]

A menudo, buscar la soledad no es más que el principio del miedo. Detrás de una casa que exhibe ventanas como ojos y que se asoma a la ciudad con un aire que bien podría ser tomado como de perplejidad cuando entre sus ladrillos semejantes a las arrugas de la edad, hay un siniestro deseo de cerrar sus puertas y recibir de manera hostil todo lo que pueda ser joven, nuevo, fresco y, peor aún, mujer.



Pero no cualquier mujer, tiene que ser una mujer determinada. Una chica que despierte el deseo inmediato con su altura, con su moral, con su determinación de tirar hacia delante sin el apoyo de ningún hombre. Ellos guardan la herida que ella esconde. Ellos son la rabia y el desquite. Ellos son el desequilibrio que ha sacudido su vida que aspira a una lejana perfección en un aislamiento que, simplemente, tiene que arrinconar en medio de reflejos de su propia imagen, en crujidos de una madera noble recién pulida y que sirve de suelo, de agarradero y también, de apeadero.

Con estos trazados, la película podría haber tenido un interés de cuento urbano, con tintes de terror, con atmósferas de suspense bien atrayentes pero se queda en la caricia de algo que nunca llega a alzar el vuelo y que no es más que una sucesión de tópicos más que manidos, más que sabidos y más que vistos. Y si no, basta preguntar al Barbet Schroeder de Mujer blanca soltera busca…; o al Philip Noyce de Sliver; o, incluso, aunque algo más lejanamente al Gordon Willis que firmó su única obra dirigida bajo el título de Ventanas, pequeña reliquia desconocida que merecería la pena volver a revisar. El caso es que la última moda estadounidense consiste en coger a un director de origen nórdico (en este caso, finlandés) para rodar las historias de misterio que se traen entre manos, quizá con una aspiración ingenua de conseguir tanto éxito como el obtenido por los escritores de esas latitudes que dominan todo el mercado de literatura negra mundial en estos días de desesperanza y calamidad. Pero no tienen por qué ser necesariamente mejores. El tal Antti Jokinnen se equivoca en muchos ángulos aunque acierta en el del gran susto de todo el alquiler, no sabe imprimir tensión, se queda en algo tan educado como los ciudadanos de su país y así es muy difícil sorprender a un público que se queda a medio camino, deseando pasar miedo y teniendo, tan sólo, un poquito de nada.
No cabe duda de que Jokinnen se apoya en el trabajo de Hillary Swank, una chica que huye del cine más netamente comercial como de la peste y de la que merecería la pena rescatar una película que pasó totalmente desapercibida con el título de 11:14 Destino fatal y que aquí se aplica y no convence. Resulta algo más conquistador el deambular de Jeffrey Dean Morgan, más que nada porque este señor se parece en maneras y físico a nuestro Javier Bardem y a Robert Downey Jr., y sorprende la buena salud que aún demuestra el anciano Christopher Lee, con ganas y ánimos de inspirar terror o, cuando menos, desconfianza, recordando aquellos clásicos maravillosos de la Hammer que marcaron época y que tanto se echan de menos tanto por su clase como por su fotografía.

Así que hay que estar preparados para el reflejo que devuelve el espejo, para asistir al trabajo de un director que coarta toda inclinación sexual pero que convierte a su personaje central en una borracha que no hace más que beber vino como si fuera agua, para unos actores que no convencen demasiado, para los sustos de siempre y la originalidad del nunca. Se sabe todo antes de que pase y aún así hay algunas personas que dan botes en la silla cuando aparece lo inesperado. Yo también lo daría si encontrara un apartamento con unas vistas de ensueño, olor a madera vieja y bruñida, aroma a tranquilidad y un metro pasando de vez en cuando por debajo del edificio.

C.Bardés

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