Al salir del cine: TREINTA Y SIETE PUÑALADAS (Los idus de marzo)
César Bardés [colaborador].-
Amigos, compatriotas, prestadme vuestros ojos para deciros, una vez más, que estamos ante una historia que describe el nacimiento de la traición. Tras las buenas intenciones de los hombres honrados siempre se esconden oscuras pasiones que guardan dulces venganzas y el hombre se asesina a sí mismo con tal de llegar a las lejanas ambiciones que anidan en su interior. El engaño será el protagonista, el peón sacrificable hará su mutis y la mirada decepcionante del hombre honrado será la recompensa para quien sabe que detrás de la política, solo existe la mentira.
Todo comienza con una creencia en las buenas intenciones, signo inequívoco del ingenuo dispuesto a esparcir el bien bajo la máscara de la elección democrática. La jugada astuta es lo que diferencia a los hombres que están dispuestos a batirse en la arena política de los que son unos simples aspirantes al acomodo de la sombra. Las encuestas serán ojeadas por un lado, las promesas serán aliento encantado de las bocas, el carisma es la moneda de cambio ante unos especialistas en la exposición del embuste y lo que parecía prometedor no es más que la misma frase de siempre. Ellos eran unos hombres honrados.
Así, la inocencia se vuelve arribismo, la profesionalidad se torna implacable, la creencia es puro humo, el escaparate solo contiene fachada. El pueblo que ha de decidir se dispone a recibir un nuevo truco, una nueva nada bajo palabras de hechizo. Los errores se pagan y la simple coquetería con la traición es motivo de destierro. No hace falta llegar a la traición consumada. Solo pensar es ya un asesinato de la lealtad. Al fin y al cabo, ellos eran unos hombres honrados. Todos ellos lo eran.
El hombre que lleva las riendas no perdona, el tipo que sabe de astucias y trucos tampoco, el tramposo que juega con la facilidad de quien no tiene nada que perder no tiene por qué perdonar, el candidato a nuevo César es débil porque el poder seduce. La ambición se adueña de todos ellos. Pero no importa porque todos ellos eran hombres honrados.
La prensa conoce la tinta del titular y trata por todos los medios de conseguir las letras más grandes. No hay amistades que valgan, no hay días de limpieza, no hay solidaridades compartidas. El instinto humano se niega en la carrera por el poder, cualquier clase de poder, cualquiera que sea capaz de manipular como marionetas a todos los actores de la escena del discurso y de la imagen. El rencor nace y puede asestar tantas puñaladas como la seducción de la falsa dialéctica. El más poderoso suele estar entre bastidores. Él también fue un hombre honrado.
Brillante película con detalles de dirección excepcionales, con un reparto que evidencia entusiasmo y concentración. Ryan Gosling, soberbio, versátil, conquistador. George Clooney, convincente, encantador, honesto. Philip Seymour Hoffman, acertado, oscuro, inapelable. Marisa Tomei, odiosa, sincera, fácil. Paul Giamatti, listo, acechador, artero. La historia es la verdad en una gran falacia. La renuncia del alma con tal de satisfacer la ambición y poseer la venganza. Amarga venganza pero no por ello más pequeña. Shakespeare asoma por los bolsillos de esos trajes impolutos, con la conspiración de las palabras metiéndose entre los frágiles huesos de los crédulos y sabiendo que la tragedia está servida sin la duda como beneficio. La traición es el aire normal que se respira en la trastienda de la política. ¿Por qué? Porque la traición no prospera. Si prospera, deja de llamarse traición. Se llama empeño. Se llama lucha. Se llama acierto, pero nunca traición. Y eso es todo. Solo para que lleguemos al convencimiento de que nunca se piensa en los demás. Se piensa en ese poder que permanece a la espera de unos cuantos hombres que, un día, en el año de nunca, fueron honrados.
Amigos, compatriotas, prestadme vuestros ojos para deciros, una vez más, que estamos ante una historia que describe el nacimiento de la traición. Tras las buenas intenciones de los hombres honrados siempre se esconden oscuras pasiones que guardan dulces venganzas y el hombre se asesina a sí mismo con tal de llegar a las lejanas ambiciones que anidan en su interior. El engaño será el protagonista, el peón sacrificable hará su mutis y la mirada decepcionante del hombre honrado será la recompensa para quien sabe que detrás de la política, solo existe la mentira.
Todo comienza con una creencia en las buenas intenciones, signo inequívoco del ingenuo dispuesto a esparcir el bien bajo la máscara de la elección democrática. La jugada astuta es lo que diferencia a los hombres que están dispuestos a batirse en la arena política de los que son unos simples aspirantes al acomodo de la sombra. Las encuestas serán ojeadas por un lado, las promesas serán aliento encantado de las bocas, el carisma es la moneda de cambio ante unos especialistas en la exposición del embuste y lo que parecía prometedor no es más que la misma frase de siempre. Ellos eran unos hombres honrados.
Así, la inocencia se vuelve arribismo, la profesionalidad se torna implacable, la creencia es puro humo, el escaparate solo contiene fachada. El pueblo que ha de decidir se dispone a recibir un nuevo truco, una nueva nada bajo palabras de hechizo. Los errores se pagan y la simple coquetería con la traición es motivo de destierro. No hace falta llegar a la traición consumada. Solo pensar es ya un asesinato de la lealtad. Al fin y al cabo, ellos eran unos hombres honrados. Todos ellos lo eran.
El hombre que lleva las riendas no perdona, el tipo que sabe de astucias y trucos tampoco, el tramposo que juega con la facilidad de quien no tiene nada que perder no tiene por qué perdonar, el candidato a nuevo César es débil porque el poder seduce. La ambición se adueña de todos ellos. Pero no importa porque todos ellos eran hombres honrados.
La prensa conoce la tinta del titular y trata por todos los medios de conseguir las letras más grandes. No hay amistades que valgan, no hay días de limpieza, no hay solidaridades compartidas. El instinto humano se niega en la carrera por el poder, cualquier clase de poder, cualquiera que sea capaz de manipular como marionetas a todos los actores de la escena del discurso y de la imagen. El rencor nace y puede asestar tantas puñaladas como la seducción de la falsa dialéctica. El más poderoso suele estar entre bastidores. Él también fue un hombre honrado.
Brillante película con detalles de dirección excepcionales, con un reparto que evidencia entusiasmo y concentración. Ryan Gosling, soberbio, versátil, conquistador. George Clooney, convincente, encantador, honesto. Philip Seymour Hoffman, acertado, oscuro, inapelable. Marisa Tomei, odiosa, sincera, fácil. Paul Giamatti, listo, acechador, artero. La historia es la verdad en una gran falacia. La renuncia del alma con tal de satisfacer la ambición y poseer la venganza. Amarga venganza pero no por ello más pequeña. Shakespeare asoma por los bolsillos de esos trajes impolutos, con la conspiración de las palabras metiéndose entre los frágiles huesos de los crédulos y sabiendo que la tragedia está servida sin la duda como beneficio. La traición es el aire normal que se respira en la trastienda de la política. ¿Por qué? Porque la traición no prospera. Si prospera, deja de llamarse traición. Se llama empeño. Se llama lucha. Se llama acierto, pero nunca traición. Y eso es todo. Solo para que lleguemos al convencimiento de que nunca se piensa en los demás. Se piensa en ese poder que permanece a la espera de unos cuantos hombres que, un día, en el año de nunca, fueron honrados.
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