¿Qué queréis de mí? [colaboración]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
Cómo explicar lo que uno siente al ser secuestrado, al permanecer retenido, al quedar encerrado en una celda húmeda y cochambrosa. El tiempo parece detenerse, la mente trabaja incesante fabricando pesadillas que jamás acaban, uno piensa que sueña, que va a despertar, que está muerto, que se encuentra en el infierno, y sobre cualquier consideración se impone la realidad de que nada cambia, de que la celda es la misma, de que la realidad es dolorosa y, lo peor de todo, de que no se vislumbra salida alguna.
Hasta hoy. No sé cuánto tiempo llevaba incomunicado. Mucho, sin duda. De vez en cuando un plato a medio llenar de una comida asquerosa aparecía bajo la puerta empujado por una mano invisible. Un plato cada mucho, mucho tiempo; y fueron, puedo jurarlo, muchos, muchos platos.
Hasta hoy. Hoy ha entrado en la celda un tipo con uniforme militar, porte de mandamás y un puñado de insignias en el pecho. Se ha puesto ante mí y se ha quedado mirándome.
- ¿Qué queréis de mí? - he preguntado con mirada extraviada y gesto suplicante.
- Necesitamos que nos busques a alguien, alguien necesario para el régimen.
Me he preguntado de qué régimen se trataba. No recuerdo haber estado viviendo una dictadura. He creído enloquecer y he respondido de la manera más estúpida posible.
- ¿Buscar a alguien? Yo no soy detective.
- Lo sabemos. Eres teólogo.
Así que me conocen. Me conocen. Un secuestro premeditado, por supuesto.
- Si lo sabéis, entonces, ¿qué coño queréis de mí?
- Necesitamos que nos busques a Dios. Queremos a Dios de nuestro lado. Con el apoyo de Dios el régimen será más fuerte, el pueblo se nos someterá. Con Él junto a nosotros, seremos invencibles.
Pensé que el mundo estaba lleno de gilipollas. Y de dementes. Pensé que me estaban gastando una broma. No podía ir en serio, y sin embargo el tipo de porte militar me sostenía la mirada, hierático, arrogante, altivo. No era una broma, desde luego. Me pregunté qué debía de pasar por las mentes de estos tipos para secuestrar a un teólogo, tenerlo encerrado y presentarle un plan tan absurdo. Buscar a Dios y adscribirlo al régimen. Qué bonito. Pensé que en la celda hacía frío, que estaba oscuro, que la comida era una mierda, que me estaba muriendo allí tirado.
- Claro... puedo buscarlo... puedo unirlo a vuestras filas... a las nuestras, quiero decir, ahora trabajo para vosotros... pero tengo que buscarlo fuera... Dios está casi en todas partes... aquí dentro, desde luego, no ha estado estos últimos tiempos, puedo asegurarlo... me tenéis que sacar... lo haréis, ¿verdad?
Cómo explicar lo que uno siente al ser secuestrado, al permanecer retenido, al quedar encerrado en una celda húmeda y cochambrosa. El tiempo parece detenerse, la mente trabaja incesante fabricando pesadillas que jamás acaban, uno piensa que sueña, que va a despertar, que está muerto, que se encuentra en el infierno, y sobre cualquier consideración se impone la realidad de que nada cambia, de que la celda es la misma, de que la realidad es dolorosa y, lo peor de todo, de que no se vislumbra salida alguna.
Hasta hoy. No sé cuánto tiempo llevaba incomunicado. Mucho, sin duda. De vez en cuando un plato a medio llenar de una comida asquerosa aparecía bajo la puerta empujado por una mano invisible. Un plato cada mucho, mucho tiempo; y fueron, puedo jurarlo, muchos, muchos platos.
Hasta hoy. Hoy ha entrado en la celda un tipo con uniforme militar, porte de mandamás y un puñado de insignias en el pecho. Se ha puesto ante mí y se ha quedado mirándome.
- ¿Qué queréis de mí? - he preguntado con mirada extraviada y gesto suplicante.
- Necesitamos que nos busques a alguien, alguien necesario para el régimen.
Me he preguntado de qué régimen se trataba. No recuerdo haber estado viviendo una dictadura. He creído enloquecer y he respondido de la manera más estúpida posible.
- ¿Buscar a alguien? Yo no soy detective.
- Lo sabemos. Eres teólogo.
Así que me conocen. Me conocen. Un secuestro premeditado, por supuesto.
- Si lo sabéis, entonces, ¿qué coño queréis de mí?
- Necesitamos que nos busques a Dios. Queremos a Dios de nuestro lado. Con el apoyo de Dios el régimen será más fuerte, el pueblo se nos someterá. Con Él junto a nosotros, seremos invencibles.
Pensé que el mundo estaba lleno de gilipollas. Y de dementes. Pensé que me estaban gastando una broma. No podía ir en serio, y sin embargo el tipo de porte militar me sostenía la mirada, hierático, arrogante, altivo. No era una broma, desde luego. Me pregunté qué debía de pasar por las mentes de estos tipos para secuestrar a un teólogo, tenerlo encerrado y presentarle un plan tan absurdo. Buscar a Dios y adscribirlo al régimen. Qué bonito. Pensé que en la celda hacía frío, que estaba oscuro, que la comida era una mierda, que me estaba muriendo allí tirado.
- Claro... puedo buscarlo... puedo unirlo a vuestras filas... a las nuestras, quiero decir, ahora trabajo para vosotros... pero tengo que buscarlo fuera... Dios está casi en todas partes... aquí dentro, desde luego, no ha estado estos últimos tiempos, puedo asegurarlo... me tenéis que sacar... lo haréis, ¿verdad?
Pon tu comentario