Al salir del cine: DE RISA FLOJA (Battleship)
César Bardés [colaborador].-
“Si usted no puede...¿quiĂ©n podrá...Capitán?” Y la palabra “capitán” resuena en los pechos huecos de bravura, las insignias parecen brillar con más fuerza bajo la árida luz del sol, la responsabilidad aparece como por arte de magia en el rostro del protagonista, el ejĂ©rcito se convierte en un hogar al que hay que mirar de forma diferente y los ojos se transforman en cazadores del detalle, en reflejos de listeza, en duelo de miradas contra el enemigo imbatible.
Y asĂ asistimos, sin pudor ni vergĂĽenza, a un absurdo tras otro en una mera excusa para mostrar a los extraterrestres más bestiales y más incoherentes de la historia del cine. Un acorazado de no se sabe cuántas miles de toneladas se frena en seco con un ancla, los proyectiles que antes no dañaban ni la superficie de las temibles naves alienĂgenas de repente se convierten en armas mortĂferas que los hacen saltar por los aires, el Secretario de Defensa de los Estados Unidos aparece por ahĂ en una reuniĂłn en el Pentágono que parece un chiste lleno de uniformes, Rihanna de heroĂna militar es como si yo me pongo una sotana de sacerdote jesuita, el hundimiento de uno de los barcos es como el del Titanic pero cortado a lo largo en lugar de a lo ancho, no duden en alistarse en la Marina porque en un periquete pasarán a ser Teniente, y de armamento táctico nada menos. Para pasmo de quien les escribe, me da la risa floja y mis vecinos de butaca me miran como si estuviera cometiendo un crimen horrible y lo que veo en pantalla es un montĂłn de chatarra volando por los aires, una tensiĂłn que aguanta hasta un esquizofrĂ©nico y unos diálogos que parecen escritos por un niño de tres años en plena rabieta.
Por supuesto, todo tiene que ser monstruosamente grande, enorme, gigantesco, como para dar miedo aunque esas naves de metal desconocido se muevan con la rapidez de un galgo hambriento. La procedencia del videojuego de costumbre no se puede disfrazar porque, atenciĂłn, hasta los personajes se ponen a jugar a un videojuego. Liam Neeson aparece por allĂ con unos galones de almirante que hacen pensar que tiene que estar al borde de la más absoluta pobreza para aceptar intervenir en algo asĂ. El protagonista, Taylor Kitsch, aparte de su apellido que da lugar a unos cuantos chistes, tiene una cara que parece que sufre cuando tiene que pasar a otra expresiĂłn. La cámara se mueve con mucho nervio para simular que se está viviendo una aventura de esas que te dejan sin aliento cuando, en realidad, lo que estás deseando es que termine el embrollo. Ah, eso sĂ, si deciden gastarse tontamente el dinero en esto, no se levanten hasta que terminen los crĂ©ditos que hay una sorpresa que les va a sonar a muy conocida.
Es inevitable pensar que en quĂ© diablos estarĂa pensando el millonario de turno para gastarse un buen mordisco en hacer algo tan prescindible, tan manido, tan cansino (aunque les juro que no tanto como ese “do” que suena repetida y machaconamente a lo largo de toda, toda, toda la pelĂcula) y tan estĂşpido como esto. Con la cantidad de cosas que hay para entretener sin ponernos demasiado exigentes. Es para desear que los extraterrestres, atraĂdos por esa llamada que tiene tan poco sentido como sus intenciones, nos eliminen de una vez por todas y nos regalen unas cuantas de sus bolitas destructoras que destrozan todo cual máquina tuneladora sin freno. Asistir a esto es comparable a una mortificaciĂłn en toda regla. Para que luego digan que el trabajo de crĂtico es fácil. Y luego pĂłnganse a escribir sobre ello. Hasta el artĂculo que sale es tan innecesario que dan ganas de acabarlo con una sola palabra que, naturalmente, mi instinto de caballero me impide transcribir. Por favor, que vengan los alienĂgenas y nos exterminen con saña. AsĂ, tal vez, nadie repetirá una pelĂcula como Ă©sta, tan llena de agujeros como una raqueta y que hace enrojecer de vergĂĽenza ajena.
“Si usted no puede...¿quiĂ©n podrá...Capitán?” Y la palabra “capitán” resuena en los pechos huecos de bravura, las insignias parecen brillar con más fuerza bajo la árida luz del sol, la responsabilidad aparece como por arte de magia en el rostro del protagonista, el ejĂ©rcito se convierte en un hogar al que hay que mirar de forma diferente y los ojos se transforman en cazadores del detalle, en reflejos de listeza, en duelo de miradas contra el enemigo imbatible.
Y asĂ asistimos, sin pudor ni vergĂĽenza, a un absurdo tras otro en una mera excusa para mostrar a los extraterrestres más bestiales y más incoherentes de la historia del cine. Un acorazado de no se sabe cuántas miles de toneladas se frena en seco con un ancla, los proyectiles que antes no dañaban ni la superficie de las temibles naves alienĂgenas de repente se convierten en armas mortĂferas que los hacen saltar por los aires, el Secretario de Defensa de los Estados Unidos aparece por ahĂ en una reuniĂłn en el Pentágono que parece un chiste lleno de uniformes, Rihanna de heroĂna militar es como si yo me pongo una sotana de sacerdote jesuita, el hundimiento de uno de los barcos es como el del Titanic pero cortado a lo largo en lugar de a lo ancho, no duden en alistarse en la Marina porque en un periquete pasarán a ser Teniente, y de armamento táctico nada menos. Para pasmo de quien les escribe, me da la risa floja y mis vecinos de butaca me miran como si estuviera cometiendo un crimen horrible y lo que veo en pantalla es un montĂłn de chatarra volando por los aires, una tensiĂłn que aguanta hasta un esquizofrĂ©nico y unos diálogos que parecen escritos por un niño de tres años en plena rabieta.
Por supuesto, todo tiene que ser monstruosamente grande, enorme, gigantesco, como para dar miedo aunque esas naves de metal desconocido se muevan con la rapidez de un galgo hambriento. La procedencia del videojuego de costumbre no se puede disfrazar porque, atenciĂłn, hasta los personajes se ponen a jugar a un videojuego. Liam Neeson aparece por allĂ con unos galones de almirante que hacen pensar que tiene que estar al borde de la más absoluta pobreza para aceptar intervenir en algo asĂ. El protagonista, Taylor Kitsch, aparte de su apellido que da lugar a unos cuantos chistes, tiene una cara que parece que sufre cuando tiene que pasar a otra expresiĂłn. La cámara se mueve con mucho nervio para simular que se está viviendo una aventura de esas que te dejan sin aliento cuando, en realidad, lo que estás deseando es que termine el embrollo. Ah, eso sĂ, si deciden gastarse tontamente el dinero en esto, no se levanten hasta que terminen los crĂ©ditos que hay una sorpresa que les va a sonar a muy conocida.
Es inevitable pensar que en quĂ© diablos estarĂa pensando el millonario de turno para gastarse un buen mordisco en hacer algo tan prescindible, tan manido, tan cansino (aunque les juro que no tanto como ese “do” que suena repetida y machaconamente a lo largo de toda, toda, toda la pelĂcula) y tan estĂşpido como esto. Con la cantidad de cosas que hay para entretener sin ponernos demasiado exigentes. Es para desear que los extraterrestres, atraĂdos por esa llamada que tiene tan poco sentido como sus intenciones, nos eliminen de una vez por todas y nos regalen unas cuantas de sus bolitas destructoras que destrozan todo cual máquina tuneladora sin freno. Asistir a esto es comparable a una mortificaciĂłn en toda regla. Para que luego digan que el trabajo de crĂtico es fácil. Y luego pĂłnganse a escribir sobre ello. Hasta el artĂculo que sale es tan innecesario que dan ganas de acabarlo con una sola palabra que, naturalmente, mi instinto de caballero me impide transcribir. Por favor, que vengan los alienĂgenas y nos exterminen con saña. AsĂ, tal vez, nadie repetirá una pelĂcula como Ă©sta, tan llena de agujeros como una raqueta y que hace enrojecer de vergĂĽenza ajena.
Pon tu comentario