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Desenlace tragicómico [Memento Mori]

José Antonio Sanduvete [colaborador].-

     Una vez conocí a una celebridad. No era una celebridad de primer nivel, de esas que llaman top, era simplemente una celebridad media, si es admisible el término. Me contó que su estatus tenía un lado negativo, por supuesto, pero que también poseía un encanto especial. De igual forma admitía que en ocasiones echaba de menos la tranquilidad que da el anonimato, pero que, en cuanto lo pensaba un poco, llegaba a la conclusión de que, con seguridad, no la echaba de menos tanto como añoraría la fama en caso de perderla.

     Pese a no ser top, fue lo suficientemente famoso como para que le hicieran una película, un biopic, como lo llaman ahora. Conoció al actor que lo interpretaba, le saludó, hasta pasaron un día juntos hablando de su vida, por lo visto el actor quería empaparse de su personaje. El caso es que esta celebridad llegó a confesarme que el actor que le interpretó llegó a parecerse más a él que él mismo. "A veces, cuando pienso en mí, me pienso con su rostro", me dijo. "Muchas veces me miro al espejo y no me reconozco. Ni quiero reconocerme. Es mejor mi yo en la película".

     Todavía sonrío cuando lo pienso. He conocido a varios actores en mi vida, y algunos, en fases de delirio, han llegado a creer ser los personajes que interpretaron. Pero es la primera vez que un personaje, o la persona en la que se basaba, se creía el actor que lo interpretaba.

     Hasta estaba llegando a perder la memoria, según me contó, de no ejercitarla. "Ni siquiera tengo que recordar cosas de mi pasado. Cuando quiero saber qué fue de mi vida en un momento determinado, me pongo el DVD y busco donde corresponda. Las chicas que amé, los trabajos que hice, los lugares que visité y en los que viví, mi familia, mis amigos. Todos están en la peli".

     No le pregunté si había visto el final de la peli, temeroso de que me contestara que sí, que la peli terminaba con su muerte, cómo no, y entrara de este modo en la típica paradoja borgiana de la ficción que se adelanta a la realidad. No le pregunté. Él, por tanto, no me lo dijo. Sin embargo, cuando ya nos sepáramos y creía haberme librado de paradojas espacio-temporales, borgianas o no, se acercó a mi oído y susurró: "En ocasiones creo que yo soy el actor, ¿sabes?, que estoy actuando, que llevo toda mi vida rodando la vida de otro, de alguien que me pondrá en su DVD y dirá: "Joder, este tío se parece más a mí que yo mismo", y que se mirará al espejo con curiosidad, buscando mi rostro en su reflejo".

     Nos despedimos sin grandes aspavientos, no fue una despedida muy cinematográfica. No he vuelto a hablar con él. Se ve que en la peli de su vida no quisieron renovarme el contrato, y quedé como figurante circunstancial. Cosas que pasan. Espero que nunca rueden la mía. Ni yo mismo soportaría verla.
 
 
 
 

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