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Al salir del cine: EL CONEJO HAMBRIENTO JUEGA (El pacto)


CĂ©sar BardĂ©s [colaborador].-

Imaginemos por un momento que algo le pasa a la persona que más quieren. Una agresiĂłn violenta, brutal, salvaje. Las heridas seguro que sanarán pero quedará la laceraciĂłn moral para recordarles que tienen que denunciar a la policĂ­a, pasar rondas de identificaciĂłn, asistir a juicios de dudosa utilidad y contemplar, anonadados, cĂłmo el criminal sale en muy poco tiempo tan campante para volver a cometer cualquier barbaridad. Y la misma noche de la agresiĂłn, un tipo trajeado se sienta junto a usted y le ofrece, a cambio de un favor indeterminado, acabar con la vida del  tipo que ha golpeado sin conmiseraciĂłn a lo más preciado de su corazĂłn. ¿AceptarĂ­an?

Y es que la conciencia es muy traidora porque, a pesar de que trabaja duro, puede adormecerse y caer presa de una rutina agradable, de un lento proceso de asimilación y de un refugio acogedor en medio del bosque de los sentimientos. Luego llega la petición del favor que se debe y ahí es cuando empiezan los problemas. Ahí es cuando nos damos cuenta de que, algunas veces, todos pensamos en que la justicia debe ser fuerte pero que nosotros somos débiles. El fascismo llama a la puerta. Todos lo pensamos pero pocos somos capaces de llevarlo a cabo.

La premisa de la que parte la película es lo suficientemente atractiva como para mantener enganchado al incauto que se asoma. Y es fácilmente perdonable todo giro de tuerca fácil, todo comportamiento inesperado e, incluso, uno puede llegar a identificarse con ese Nicolas Cage que, a la postre, acaba siendo el mayor lastre de una historia que podría haber sido pero que, para los más exigentes se negó a devolver el favor de comprar la entrada.


El conejo hambriento juega, dicen por ahí. Y eso quiere decir algo así como que el ciudadano quiere justicia, tiene hambre de hacer las cosas bien contra los malos. El entuerto se complica y la tensión se mantiene con cierta habilidad. No en vano, cabría recordar que Roger Donaldson, el director, fue aquel que nos mantuvo en vilo cuando Kevin Costner se perseguía a sí mismo en la más que aceptable No hay salida, con Gene Hackman apretando muy bien los tornillos. La ciudad de Nueva Orleáns sirve de marco y la resolución de la trama es algo arrojadiza pero la sensación con la que se sale es el deseo de que el conejo hambriento siga jugando porque hay tipos muy listos por ahí, preparando un nuevo asesinato para dormir más tranquilos.

Hay reminiscencias de aquella Los jueces de la ley, de Peter Hyams e, incluso, en la forma de plantear el dilema de la maravillosa Plan diabólico, de John Frankenheimer, solo que, claro está, los tiempos han cambiado y todo ha de abordarse de forma mucho más directa, desechando sin problemas los flecos que pueden causar algunas incoherencias o hasta pequeños pellizcos de tontería. Qué más da. El caso es saber que hay dos o tres individuos dispuestos a rellenar los resquicios que la Justicia deja atrás. Y eso aporta una cierta tranquilidad a una sociedad herida que aún no se ha repuesto del desastre de un huracán que cambió el ritmo de una ciudad entera.

Así pues, el conejo hambriento no deja de jugar. El deseo de escapar de las garras de una justicia por la que se clama llega a cambiar el interior de las personas. Hay veces que los sistemas fueron preferibles a pesar de todos sus defectos y de todas sus ambigüedades. Es lo que deberían hacer algunos cuando se ponen a decir lo que debemos o no debemos hacer. Establezca usted los términos en los que no se puedan producir nuevos vacíos pero no haga que justos paguen por pecadores. Eso es algo que solo está reservado a los canallas. Aunque uno hable de cine y estas letras sirvan simplemente para un ratito de esparcimiento pituitario.

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