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Al salir del cine: A GOLPES Y CARICIAS (Golpe de efecto)

CĂ©sar BardĂ©s [colaborador].-

La vida es como el béisbol. A menudo, hay un lanzador que, para conseguir el triunfo, tiene que lanzar una bola con efecto, curvada y muy certera. Un hombre que tiene ya el pie en el estribo intenta hacer lo que siempre ha hecho bien. Salvo una cosa: ejercer como padre. Porque cuando le tocó lanzar se dio cuenta de que no, que no era un buen jugador, que la bola que lanzó en su día por poco parte la cabeza a otro, que a partir de ese momento, su brazo se encogió, su precisión fue solo un gesto, su día fue una permanente noche.

Por el camino, un reguero de amistad de la buena, una experiencia que entorna los ojos cuando las cosas salen como deben salir y el eterno error de creer que lo mejor es no hacer sufrir porque, quizá, así se está negando el verdadero futuro. Y es que el futuro acaba por terminarse. No tantas gradas altas y más asientos a pie de campo, no tantas ambiciones y más apasionarse por lo que se hace porque hay muy pocos mortales que se dedican a lo que realmente les gusta. Hablar sin descanso, desnudar la emoción. Eso es la esencia de todos y ya empezamos por negarla desde el principio.

Por supuesto, quĂ© duda cabe, tambiĂ©n hay enemigos que están enfermos de la enfermedad más comĂşn de nuestros dĂ­as. Se llama “ir de sobrado” y sus sĂ­ntomas se hacen evidentes a travĂ©s de un cierto enganche a la ciencia de la mentira, a la ventaja tecnolĂłgica, al fundamento de los nĂşmeros sin pisar la verde hierba de la experiencia ni tocar la blanca bola de la razĂłn. Por ahĂ­, el afecto busca un lugar donde posarse. Porque la bola se vuelve a lanzar. Y esta vez, la eliminaciĂłn está muy cerca.


No hace falta ser un ojeador permanente del cine para adivinar cuál ha sido la jugada de esta película. Es muy difícil que haya una sola compañía de seguros en todo el mundo que se arriesgue a cubrir la dirección de un hombre como Clint Eastwood, con ochenta y dos años bien cumplidos. Así pues, se encomienda la dirección a Robert Lorenz (solo de nombre) recurrente director de la segunda unidad de muchas de las películas del gran director como Million Dollar Baby, Mystic River o Medianoche en el jardín del bien y del mal y convenientemente sindicado según las leyes laborales norteamericanas, el propio Eastwood produce bajo el mítico sello Malpaso y se rueda según un guión que incide en sus obsesiones como la tortuosa relación entre un padre y una hija o la entrada de la vejez inoportuna en una vida que aún merece la pena. O que quizá no la merezca. El caso es que el invento delata una estupenda interpretación de esa actriz llamada Amy Adams,, un gozo de acompañamiento bajo el maravilloso y corto papel de John Goodman y una leve repetición del personaje del propio Eastwood que ya se vio en Gran Torino, un buen puñado de situaciones muy previsibles pero que funcionan con eficacia y, sobre todo, la sensación de que se ha visto una película que te deja buen cuerpo, una media sonrisa y la seguridad de que quien tuvo, casi siempre, retuvo.

Por otro lado, la dirección es sobria, insistiendo en los golpes y caricias que se prodigan en el juego y en la vida los protagonistas, corriendo desaforadamente hasta las bases que asienten todas sus entradas porque, por lo general, la felicidad no se halla en la cúspide, ni siquiera en la ascensión, y mucho menos en la competición. Se encuentra en el cariño por las cosas que se hacen, en la vida que realmente se quiere elegir y no en apariencias cómodas o en cuentas corrientes que evidencian tantos ceros como mediocridades. La bola tiene que estar bien lanzada para eliminar a los inútiles, a los que no sirven, a los que desean escalar sin mérito, a los que quieres subir solo a golpes, sin ninguna caricia para nadie. Es batear sin más objetivo que acertar en medio del éxito. Y eso no lleva a ninguna parte a no ser que en el bolsillo interior se lleve la satisfacción personal de haber hecho algo que dé de comer al espíritu y no solo a la ambición.

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