Al salir del cine: LA MENTIRA ES EL ESCONDITE (Argo)
César Bardés [colaborador].-
El terror por la supervivencia es el mejor espectador para la mentira bien urdida. Basta con tener imaginaciĂłn, superar a los captores, arriesgarse como en una pelĂcula, hacer creer que la ficciĂłn es posible y la dura realidad dejará el paso franco con un reguero encharcado de sangre, de peligro, de desconfianza, de tensiĂłn insoportable, de un puñado de sudor en una tierra de calor. Es caminar por el abismo con una ametralladora apuntando a la sien. Es hacer creer que la mentira es una verdad dentro de otra mentira.
Y es que en una confrontaciĂłn donde no hay bondades, la vida debe prevalecer. No importa que la polĂtica, la conveniencia, la venganza, el odio y el rencor se paseen impunemente dejando los cementerios llenos y las miradas perdidas. Cuando el mundo se agita hasta tal punto comienza su estado de ebriedad, lo que importa verdaderamente es el esfuerzo por salvar vidas. Hay mil modos, mil excusas, mil mentiras. Y la mentira más grande de todas es la que hace que todo sea verdad.
La tensiĂłn se apodera de los mĂşsculos como cuerdas estiradas más allá de la resistencia. La soledad, aĂşn estando acompañado, es uno de los enemigos más invencibles y hay que doblegarla con la sinceridad por delante y el empuje por detrás. La seguridad es vital cuando la vida se balancea sobre un paĂs convulso, que clama sangre, que pide venganza. La justicia, a veces, es una broma que se disfraza de fanatismos inĂştiles y de exaltaciones de la estupidez. Todo tiene una razĂłn, sĂ. Pero se desdibuja hasta lo grotesco cuando la Ăşnica ley que impera es la del cobro de una deuda que nunca, nunca se podrá pagar.
Con la mente puesta en el nervio de la evasiĂłn que supuraba en la notable Cortina rasgada, de Alfred Hitchcock, Ben Affleck demuestra, una vez más, que es bastante mejor detrás de las cámaras que delante. Exhibe un maravilloso dominio del tiempo narrativo, de la planificaciĂłn inteligente, de la angustia de la imagen traspasada al corazĂłn en vilo. Es difĂcil hacer de la fuga una excusa para que una pelĂcula tome forma de coartada. Y aĂşn es más difĂcil hacer que todo sea tan creĂble que se llegue a pensar muy seriamente que, por una vez, la ficciĂłn supera a la realidad.
No cabe duda de que sabe a poco la utilizaciĂłn que hace de dos actores que son pura delicia bajo los focos como John Goodman y Alan Arkin pero eso carece de importancia cuando el argumento absorbe la atenciĂłn, se sufre con los dedos agarrados al brazo de la butaca y se puede tocar el silencio de la audiencia. La locura del mundo guarda una misteriosa armonĂa con el desquiciamiento de un cine que parecĂa haber derivado hacia las batallas estelares de guiones delirantes. El dinero de Hollywood puesto en entredicho. Las guerras secretas de la C.I.A colocadas en el territorio de la duda permanente. Y aĂşn no se sabe quiĂ©n finge más.
Todo en el discurrir de la historia encaja en el dinamismo de la brutalidad emergida como sombra. Esta ahĂ y en cualquier momento puede estallar. Y Ben Affleck maneja con una destreza cercana a la maestrĂa la ambigĂĽedad del instante siguiente. Eso sĂ, su interpretaciĂłn de espĂa especializado en rescates tiende a la somnolencia como una forma de actuar con frialdad pero eso es otro engaño de una pelĂcula que nunca se rodĂł pero que sĂ se pensĂł. Esa es la imaginaciĂłn. Sin ella, no somos capaces de sacar adelante el dĂa a dĂa y todavĂa hay polĂticos que se empeñan en esconderse tras palabras vacĂas que son telones para el miedo. Es lo que pasĂł con unos rehenes que fueron cautivos de un tiempo y de una Ă©poca de gritos y confusiĂłn. Y más vale partir siempre de la verdad si hay que fabricar una mentira que embauque a todas las fuerzas que se empeñan en hacernos prisioneros.
El terror por la supervivencia es el mejor espectador para la mentira bien urdida. Basta con tener imaginaciĂłn, superar a los captores, arriesgarse como en una pelĂcula, hacer creer que la ficciĂłn es posible y la dura realidad dejará el paso franco con un reguero encharcado de sangre, de peligro, de desconfianza, de tensiĂłn insoportable, de un puñado de sudor en una tierra de calor. Es caminar por el abismo con una ametralladora apuntando a la sien. Es hacer creer que la mentira es una verdad dentro de otra mentira.
Y es que en una confrontaciĂłn donde no hay bondades, la vida debe prevalecer. No importa que la polĂtica, la conveniencia, la venganza, el odio y el rencor se paseen impunemente dejando los cementerios llenos y las miradas perdidas. Cuando el mundo se agita hasta tal punto comienza su estado de ebriedad, lo que importa verdaderamente es el esfuerzo por salvar vidas. Hay mil modos, mil excusas, mil mentiras. Y la mentira más grande de todas es la que hace que todo sea verdad.
La tensiĂłn se apodera de los mĂşsculos como cuerdas estiradas más allá de la resistencia. La soledad, aĂşn estando acompañado, es uno de los enemigos más invencibles y hay que doblegarla con la sinceridad por delante y el empuje por detrás. La seguridad es vital cuando la vida se balancea sobre un paĂs convulso, que clama sangre, que pide venganza. La justicia, a veces, es una broma que se disfraza de fanatismos inĂştiles y de exaltaciones de la estupidez. Todo tiene una razĂłn, sĂ. Pero se desdibuja hasta lo grotesco cuando la Ăşnica ley que impera es la del cobro de una deuda que nunca, nunca se podrá pagar.
Con la mente puesta en el nervio de la evasiĂłn que supuraba en la notable Cortina rasgada, de Alfred Hitchcock, Ben Affleck demuestra, una vez más, que es bastante mejor detrás de las cámaras que delante. Exhibe un maravilloso dominio del tiempo narrativo, de la planificaciĂłn inteligente, de la angustia de la imagen traspasada al corazĂłn en vilo. Es difĂcil hacer de la fuga una excusa para que una pelĂcula tome forma de coartada. Y aĂşn es más difĂcil hacer que todo sea tan creĂble que se llegue a pensar muy seriamente que, por una vez, la ficciĂłn supera a la realidad.
No cabe duda de que sabe a poco la utilizaciĂłn que hace de dos actores que son pura delicia bajo los focos como John Goodman y Alan Arkin pero eso carece de importancia cuando el argumento absorbe la atenciĂłn, se sufre con los dedos agarrados al brazo de la butaca y se puede tocar el silencio de la audiencia. La locura del mundo guarda una misteriosa armonĂa con el desquiciamiento de un cine que parecĂa haber derivado hacia las batallas estelares de guiones delirantes. El dinero de Hollywood puesto en entredicho. Las guerras secretas de la C.I.A colocadas en el territorio de la duda permanente. Y aĂşn no se sabe quiĂ©n finge más.
Todo en el discurrir de la historia encaja en el dinamismo de la brutalidad emergida como sombra. Esta ahĂ y en cualquier momento puede estallar. Y Ben Affleck maneja con una destreza cercana a la maestrĂa la ambigĂĽedad del instante siguiente. Eso sĂ, su interpretaciĂłn de espĂa especializado en rescates tiende a la somnolencia como una forma de actuar con frialdad pero eso es otro engaño de una pelĂcula que nunca se rodĂł pero que sĂ se pensĂł. Esa es la imaginaciĂłn. Sin ella, no somos capaces de sacar adelante el dĂa a dĂa y todavĂa hay polĂticos que se empeñan en esconderse tras palabras vacĂas que son telones para el miedo. Es lo que pasĂł con unos rehenes que fueron cautivos de un tiempo y de una Ă©poca de gritos y confusiĂłn. Y más vale partir siempre de la verdad si hay que fabricar una mentira que embauque a todas las fuerzas que se empeñan en hacernos prisioneros.
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