Al salir del cine: EL NORTE PERDIDO (La vida de Pi)
César Bardés [colaborador].-
La mentira es más increĂble que la verdad. El agua puede ser el paraĂso donde se encuentra a Dios. Las nubes son fustigadoras de la esperanza. Convivir con una fiera es mirarse uno mismo a los ojos y ver reflejados los propios temores, las propias decepciones y las aventuras del alma. El mar es como un gigante enfurecido que fabrica olas para el desconsuelo y la fantasĂa parece que empieza justo donde termina la lĂnea del horizonte.
La tormenta desvĂa el rumbo del joven que parecĂa despuntar con una inteligencia brillante, y, de repente, tendrá que aprender todo lo que no sabe, deberá sobrevivir porque es lo que desea y se entregará a un Ser Supremo, no importa cuál es su nombre, para ser testigo de una odisea que se asemeja a un camino tortuoso hacia la sabidurĂa y el equilibrio. La serenidad vale más que cualquier rugido y en el fondo del mar se dibujan las más hermosas criaturas, los ensueños más insospechados, los compañeros de luz, reflejo de las estrellas, los saltos de la alegrĂa salvaje, los cristales donde el cielo se mira. Para el protagonista, la vida está ahĂ, en un interminable camino de renuncia, y solo hace falta luchar para seguir conservándola.
Y asà la historia se pasea por los bordes de la piscina de un dios que mira y truena, hallando tierra imposible en la errante vuelta a casa, El amor no deja de ser un motivo más que impulsa a la supervivencia. El amor dado. El amor recibido. El amor futuro. El amor presente. No se sabe dónde se encuentra el norte, lo único que se conoce es la interrogante del minuto siguiente.
Ang Lee ha dirigido una pelĂcula que fascina por la hermosura de algunas de sus imágenes, con una composiciĂłn brillante de planos, una direcciĂłn sobria y muy medida, una fotografĂa de fábula y llena de efectos infográficos que, dentro de la naturalidad más plena, se convierten en el principal atractivo. La barca en la que el hĂ©roe se sube con un tigre se antoja más grande a medida que pasan los minutos porque, aunque pasan muchas cosas, hay una renuncia premeditada al avance en la historia además de una huida improvisada de la emociĂłn que se pide a rugidos.
El agua salpica en la cara a quien se atreve a asomarse por la borda del bote, como echando en cara la osadĂa de ver lo que no es posible, como si el espectador fuese ese testigo de cargo que tiene que elegir entre lo pasĂł y lo que pudo pasar. Y da igual cuál es la respuesta porque se incurre en un delito de perjurio. La verdad es lo que prevalece aunque haya detalles que no tienen demasiada coherencia. Lo cierto es que la soledad y la desolaciĂłn son fáciles de doblegar ante la imparable fuerza de los elementos. Uno de ellos es la voluntad.
Entre remos y salvavidas, entre galletas y latas de agua, los tiburones acechan como la pena alrededor de la garganta. Los pelos se erizan y sobrevuela una permanente sensaciĂłn de no saber cuál hubiera sido nuestro comportamiento si nosotros hubiĂ©ramos sido ese chico que tenĂa nombre de letra griega cuyo valor matemático es 3,14159. Eso incomoda. Tal vez porque hace que miremos en nuestro interior si somos hombres de verdad, si realmente buscamos a Dios porque esa es la mejor explicaciĂłn posible, si tendrĂamos suficientes recursos para hacer frente durante tantos dĂas a una situaciĂłn tan desesperada, si amar se puede vivir con tanta intensidad. Amar la vida. Ser parte de ella. Hablar con la muerte. Ser la brĂşjula en la oscuridad. AsĂ, viendo esta pelĂcula, solo tendremos la certeza de que nuestro norte estarĂa perdido y que el Ăşnico que tiene el rumbo claro es ese nĂşmero que establece la relaciĂłn entre la longitud de una circunferencia con su diámetro. Tanto es asĂ que cruzĂł un mar entero justo por en medio con una escala puntual en el centro.
La mentira es más increĂble que la verdad. El agua puede ser el paraĂso donde se encuentra a Dios. Las nubes son fustigadoras de la esperanza. Convivir con una fiera es mirarse uno mismo a los ojos y ver reflejados los propios temores, las propias decepciones y las aventuras del alma. El mar es como un gigante enfurecido que fabrica olas para el desconsuelo y la fantasĂa parece que empieza justo donde termina la lĂnea del horizonte.
La tormenta desvĂa el rumbo del joven que parecĂa despuntar con una inteligencia brillante, y, de repente, tendrá que aprender todo lo que no sabe, deberá sobrevivir porque es lo que desea y se entregará a un Ser Supremo, no importa cuál es su nombre, para ser testigo de una odisea que se asemeja a un camino tortuoso hacia la sabidurĂa y el equilibrio. La serenidad vale más que cualquier rugido y en el fondo del mar se dibujan las más hermosas criaturas, los ensueños más insospechados, los compañeros de luz, reflejo de las estrellas, los saltos de la alegrĂa salvaje, los cristales donde el cielo se mira. Para el protagonista, la vida está ahĂ, en un interminable camino de renuncia, y solo hace falta luchar para seguir conservándola.
Y asà la historia se pasea por los bordes de la piscina de un dios que mira y truena, hallando tierra imposible en la errante vuelta a casa, El amor no deja de ser un motivo más que impulsa a la supervivencia. El amor dado. El amor recibido. El amor futuro. El amor presente. No se sabe dónde se encuentra el norte, lo único que se conoce es la interrogante del minuto siguiente.
Ang Lee ha dirigido una pelĂcula que fascina por la hermosura de algunas de sus imágenes, con una composiciĂłn brillante de planos, una direcciĂłn sobria y muy medida, una fotografĂa de fábula y llena de efectos infográficos que, dentro de la naturalidad más plena, se convierten en el principal atractivo. La barca en la que el hĂ©roe se sube con un tigre se antoja más grande a medida que pasan los minutos porque, aunque pasan muchas cosas, hay una renuncia premeditada al avance en la historia además de una huida improvisada de la emociĂłn que se pide a rugidos.
El agua salpica en la cara a quien se atreve a asomarse por la borda del bote, como echando en cara la osadĂa de ver lo que no es posible, como si el espectador fuese ese testigo de cargo que tiene que elegir entre lo pasĂł y lo que pudo pasar. Y da igual cuál es la respuesta porque se incurre en un delito de perjurio. La verdad es lo que prevalece aunque haya detalles que no tienen demasiada coherencia. Lo cierto es que la soledad y la desolaciĂłn son fáciles de doblegar ante la imparable fuerza de los elementos. Uno de ellos es la voluntad.
Entre remos y salvavidas, entre galletas y latas de agua, los tiburones acechan como la pena alrededor de la garganta. Los pelos se erizan y sobrevuela una permanente sensaciĂłn de no saber cuál hubiera sido nuestro comportamiento si nosotros hubiĂ©ramos sido ese chico que tenĂa nombre de letra griega cuyo valor matemático es 3,14159. Eso incomoda. Tal vez porque hace que miremos en nuestro interior si somos hombres de verdad, si realmente buscamos a Dios porque esa es la mejor explicaciĂłn posible, si tendrĂamos suficientes recursos para hacer frente durante tantos dĂas a una situaciĂłn tan desesperada, si amar se puede vivir con tanta intensidad. Amar la vida. Ser parte de ella. Hablar con la muerte. Ser la brĂşjula en la oscuridad. AsĂ, viendo esta pelĂcula, solo tendremos la certeza de que nuestro norte estarĂa perdido y que el Ăşnico que tiene el rumbo claro es ese nĂşmero que establece la relaciĂłn entre la longitud de una circunferencia con su diámetro. Tanto es asĂ que cruzĂł un mar entero justo por en medio con una escala puntual en el centro.
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