Acabo de llegar del frío [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
Alguien escribió una vez, en las páginas de un libro, las siguientes palabras: "acabo de llegar del frío". Las escribió en un margen cualquiera de un párrafo cualquiera de cualquier capítulo, aparentemente al azar. Allí mismo, atrapado entre las sábanas de papel, insertó un billete de tren.
El libro no era suyo, sino que lo había tomado prestado de una biblioteca. Fue devuelto, archivado y allí quedó, aprisionado entre tantos otros volúmenes del mismo autor, hasta que alguien, años después y por aparente azar, volvió a solicitar su préstamo. Este segundo poseedor temporal del libro descubrió el billete de tren y las palabras escritas. Leyó el libro, pensó en las palabras, imaginó al anterior lector con el libro entre las manos, sentado en su compartimento, observando por la ventana el veloz e incesante paso de campos nevados, los copos de nieve depositándose suavemente sobre el cristal. Llegó a oír el traquetreo del tren, a moverse a su compás, a dormitar arrullado por su balanceo. En el compartimento había un señor mayor, de poblado bigote, que leía el periódico, y una chica joven, con aspecto de ser su hija...
Cuando el segundo lector se dio cuenta, había olvidado de qué trataba el libro que había tomado prestado de la biblioteca, pues permanecía inmerso en una conmovedora historia creada a partir de los personajes que viajaban en el tren que llegaba del frío. Curiosamente, en su imaginación era él, y no un desconocido, quien viajaba en ese tren, quien leía ese libro, quien atravesaba el frío.
Antes de devolver el ejemplar a la biblioteca, escribió en un margen cualquiera: "No te conformes con ser el personaje secundario de la historia de otro, intenta ser protagonista de tu propia historia". Y dejó entre las páginas un pétalo de rosa.
Cuando, mucho tiempo después, un tercer lector tomó prestado el libro, imaginó que la chica que viajaba en tren le había dejado caer, furtivamente para que su padre no la viera, una rosa acompañada de una sonrisa fugaz y una mirada tímida. Curiosamente, ahora era ese mismo tercer lector, y no un anterior lector desconocido, quien atravesaba en tren los inmensos bosques de montaña que, por ser invierno, se habían cubierto de un blanco inmaculado. Ese tercer lector no había leído una palabra de letra impresa; su atención se había centrado en dos frases manuscritas, un pétalo de rosa y un billete de tren. Solo en eso, y en una sonrisa fugaz cuyos misterios ocultos tenía toda la intención de desentrañar...
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
Alguien escribió una vez, en las páginas de un libro, las siguientes palabras: "acabo de llegar del frío". Las escribió en un margen cualquiera de un párrafo cualquiera de cualquier capítulo, aparentemente al azar. Allí mismo, atrapado entre las sábanas de papel, insertó un billete de tren.
El libro no era suyo, sino que lo había tomado prestado de una biblioteca. Fue devuelto, archivado y allí quedó, aprisionado entre tantos otros volúmenes del mismo autor, hasta que alguien, años después y por aparente azar, volvió a solicitar su préstamo. Este segundo poseedor temporal del libro descubrió el billete de tren y las palabras escritas. Leyó el libro, pensó en las palabras, imaginó al anterior lector con el libro entre las manos, sentado en su compartimento, observando por la ventana el veloz e incesante paso de campos nevados, los copos de nieve depositándose suavemente sobre el cristal. Llegó a oír el traquetreo del tren, a moverse a su compás, a dormitar arrullado por su balanceo. En el compartimento había un señor mayor, de poblado bigote, que leía el periódico, y una chica joven, con aspecto de ser su hija...
Cuando el segundo lector se dio cuenta, había olvidado de qué trataba el libro que había tomado prestado de la biblioteca, pues permanecía inmerso en una conmovedora historia creada a partir de los personajes que viajaban en el tren que llegaba del frío. Curiosamente, en su imaginación era él, y no un desconocido, quien viajaba en ese tren, quien leía ese libro, quien atravesaba el frío.
Antes de devolver el ejemplar a la biblioteca, escribió en un margen cualquiera: "No te conformes con ser el personaje secundario de la historia de otro, intenta ser protagonista de tu propia historia". Y dejó entre las páginas un pétalo de rosa.
Cuando, mucho tiempo después, un tercer lector tomó prestado el libro, imaginó que la chica que viajaba en tren le había dejado caer, furtivamente para que su padre no la viera, una rosa acompañada de una sonrisa fugaz y una mirada tímida. Curiosamente, ahora era ese mismo tercer lector, y no un anterior lector desconocido, quien atravesaba en tren los inmensos bosques de montaña que, por ser invierno, se habían cubierto de un blanco inmaculado. Ese tercer lector no había leído una palabra de letra impresa; su atención se había centrado en dos frases manuscritas, un pétalo de rosa y un billete de tren. Solo en eso, y en una sonrisa fugaz cuyos misterios ocultos tenía toda la intención de desentrañar...
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