La entrevista [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
El tipo del traje gris entró en la habitación, encendió las luces, se despojó de su sombrero y saludó a su interlocutor con una leve inclinación de cabeza. Acto seguido, se le dirigió en estos términos:
- Bien, distinguido caballero, en primer lugar quiero que sepa que para mĂ es todo un honor y un enorme privilegio el tener la posibilidad, tras un sinfĂn de intentos infructuosos, de entrevistarme con usted. Y ello independientemente de la gravedad del tema que nos ocupa y de las circunstancias que, en cualquier caso, espero que no le incomoden en lo más mĂnimo.
"No pretendo ser descortĂ©s ni ofenderle con mi rudeza. Nada más lejos de mi intenciĂłn, de hecho. No obstante, me veo en la obligaciĂłn de hacerle partĂcipe de nuestra preocupaciĂłn por el paradero del dinero cuya custodia se le encargĂł a usted mismo. LamentarĂamos enormemente su pĂ©rdida. Tampoco pretendo intimidarle, es para mĂ sumamente importante que usted sea consciente de ello. Tengo la esperanza, de hecho, de que las cuerdas que rodean sus muñecas y la mordaza sobre su boca no le causen dolor, pues temo que ello podrĂa ser considerado por usted como un comportamiento tremendamente inapropiado de nuestra parte... Tampoco altere su natural equilibrio emocional por verme sujetando este revĂłlver que, como podrá suponer, no tiene más que una funciĂłn preventiva.
"En definitiva, el objeto de mi entrevista con usted, aparte de disfrutar unos minutos de su agradable compañĂa, es solicitarle, si fuera usted tan amable, informaciĂłn acerca, repito, del paradero del dinero. Espero que no tenga inconveniente en proporcionárnosla, y para ello, y como muestra de mi confianza en usted, creo que es mi deber quitarle la mordaza y recomendarle que no grite, no tanto porque podrĂa alertar a vecinos y otras personas que deambulen por los alrededores, como por la vulgaridad que supone hablar a gritos...
El tipo del traje gris, entonces, comenzĂł a desamordazar a su interlocutor. Y apenas habĂa liberado sus labios cuando este comenzĂł a emitir violentos y descontrolados alaridos solicitando ayuda. GritĂł una vez, tomo aire y volviĂł a gritar, más fuerte si cabe. Este Ăşltimo grito, no obstante, se vio bruscamente apagado cuando una bala procedente del revĂłlver del tipo del traje gris se alojĂł en su cabeza y desparramĂł por la habitaciĂłn una cantidad considerable de restos de sangre y sesos.
- Dios, ¡quĂ© soez, quĂ© desagradable, quĂ© grosero! Detesto a la gente impertinente y maleducada. Cuando las cosas se piden por favor lo normal es concederlas, ¿quĂ© le pasa a todo el mundo? ¡AdĂłnde vamos a parar! A ver ahora cĂłmo demonios buscamos el dinero... ¡quĂ© contrariedad! Y usted, joven, venga aquĂ, por favor, y limpie toda esta sangre inmediatamente, si no le importa. Si hay algo que detesto más aĂşn que la mala educaciĂłn es la falta de limpieza...
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