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Al salir del cine: ALREDEDOR DE UNA MULA (La mula)

César Bardés [colaborador].-

Todo empieza en el año 2003 cuando el gran escritor Juan Eslava Galán publica una novela con el título de La mula en la que contaba las experiencias de su abuelo en la Guerra Civil y en la que se describía a un combatiente de las fuerzas rebeldes como un ser humano con inquietudes y con algo que, por obra y gracia de los tiempos del buen pensamiento que nos ha tocado vivir, se niega por sistema a cualquiera que haya luchado en el bando nacionalista (como si fuera una condición única y necesaria comulgar ideológicamente con el bando en el que a cada uno le tocó combatir) y es la capacidad de enamorarse.

Cinco años después, el prestigioso director Michael Radford (autor de 1984, El cartero (y Pablo Neruda) y la estupenda Un plan brillante) muestra interés por la obra de Juan Eslava Galán (hay que recordar que el escritor no es ningún desconocido y que, entre otras, ha escrito esa maravillosa novela que es En busca del unicornio, ganadora del Premio Planeta). Se reúnen y deciden escribir juntos el guión para rodarla cuando se den las condiciones necesarias para su producción. El dinero se consigue a través de una jugada bilateral entre casas productoras de España (Gheko Films, representada por Alejandra Frade) e Irlanda (Integral Films, representada por Bruce St. Clair y por el propio Radford). El primer golpe de manivela se da en septiembre de 2009 con un presupuesto previsto de alrededor de ocho millones de euros y un plan de rodaje de unos veintisiete días.

Por supuesto, la parte irlandesa de la producción solicita las ayudas a las que tiene derecho para financiar parcialmente la película a la UK Film Council y a la Irish Film Board, unas ayudas que ascienden a la cantidad de un millón de libras (un millón ciento ochenta y cinco mil euros) y ochocientos cincuenta mil euros, respectivamente. La rígida legislación británica en lo que se refiere a coproducciones internacionales requiere el beneplácito en el cobro de esas compensaciones de la otra parte. Cuando los papeles llegan a Gheko Films, se niegan a firmar alegando condiciones abusivas, entre otras, la obligación de cobrar esas ayudas siempre y cuando aún no se haya terminado la fase de rodaje.



Como los españoles se niegan a firmar, Radford dimite de la dirección. Se ha dicho que, por el mero hecho de que haya rechazado la autoría, la película debería quedar bajo el título de “Anónimo”. Él podrá decir lo que quiera, pero si se fue del rodaje unos siete días antes de acabarlo, eso significa que, como mucho, le quedaban unos catorce minutos de película por rodar si el ritmo de trabajo es el habitual. Teniendo en cuenta que la cinta dura una hora y cuarenta minutos tendríamos que Radford dirigió una hora y veintiséis minutos y el director contratado para terminarla, el francés Sebastién Grousset, un novato en la materia aunque experimentado en rodajes publicitarios, realizó los catorce o quince minutos restantes. Esto lleva a la conclusión de que la película, le guste o no al británico, es suya. Otra cosa es que no haya participado en el montaje y se niegue a que su nombre figure como responsable, como tantos y tantos otros genios a los que no se les ha permitido supervisar la post-producción de sus películas.

En todo caso, con la unión de técnicos y actores (recordemos, por entonces, ni Mario Casas, ni María Valverde eran ni medio conocidos) se termina la última semana de rodaje. Se monta y Radford la vuelve a liar porque dice que Gheko Films ha incluido escenas en vídeo de escenas descartadas por él mismo. Da lo mismo. Esas escenas también las ha dirigido él, le gusten o no.

Toda película distribuida en España necesita un visado de exhibición para su explotación comercial y La mula no iba a ser menos. Alejandra Frade solicita el susodicho y cuál es su sorpresa cuando, por dos ocasiones, se le niega por el ICAA (Instituto de Cinematografía y Artes Audiovisuales) dependiente del Ministerio de Cultura y que, por entonces, dirige Ignasi Guardans, miembro activo de Convergencia Democrática de Catalunya y que acepta el cargo por designación previa de Ángeles González-Sinde, dilecta ministro de Cultura (no, no voy a escribir ministra, no insistan).
Según Alejandra Frade, el visado de exhibición que concede la nacionalidad española a la película, no se tramita por razones ideológicas. Esto es según versión de la productora. El caso es que parece ser que no hace mucha gracia que se llegue a exhibir una de las pocas películas españolas en las que se narra algún hecho, aunque sea tangencial, de la Guerra Civil desde el bando nacionalista. Eso, señores, es algo que no se hace desde los tiempos de Franco, así que de ninguna manera.

Alejandra Frade no se amilana, demanda a Radford y al Ministerio de Cultura, gana en ambos casos, lo que permite el estreno de la película después de la última sentencia dictada en noviembre de 2012. Radford tiene que pagar doscientos mil euros por su deserción y el Ministerio está obligado a conceder el permiso de exhibición con calificación por edades y concesión de la nacionalidad española a la película.

El estreno se realiza en el pasado Festival de Málaga, con resultados satisfactorios porque Mario Casas, ése gran actor al que no se le entiende nada, se lleva el Premio al Mejor Actor. En ese mismo momento, la productora española comienza a cobrar las ayudas pendientes del Ministerio de Cultura español, concedidas a cualquier película de nacionalidad patria desde el mismo momento en que llega a estrenarse en salas comerciales.

El resultado es una película con altos y bajos, pequeña, que recuerda vagamente a aquella de La vaca y el prisionero, de Henri Verneuil con Fernandel de protagonista, con algunos pasajes de enorme sensibilidad y notablemente desprendida de cualquier mensaje ideológico. Sería muy de memos pensar que un director posicionado nítidamente a la izquierda como Michael Radford aceptara dirigir un alegato pro-fascista pero los políticos saben, los demás, no.

Hay un gran interés en la historia por prevenir sobre la manipulación de los que dirigen, sobre las libertades coartadas continuamente, sobre el amor y la guerra, conceptos contrapuestos que empiezan a confrontarse en su propia Guerra Civil, sobre los caprichos del conflicto que hicieron que muchos izquierdistas tuvieran que enrolarse en las filas nacionalistas por las más diversas razones, entre otras la crueldad que también hubo en las filas republicanas (lo sigo diciendo, y es absurdo insistir en lo contrario, fue una guerra de “malos contra malos” y cada uno lo cuenta según le fue y dejémoslo ya, por favor), con mucho sentido del humor porque lo más relevante es que las situaciones absurdas que narra ocurrieron de verdad, con cierta humildad y con muchos defectos algo chapuceros que hacen de ella una película que, en parte, es víctima de sus propias circunstancias.

Y esta es la verdad alrededor de La mula. Ahora, a las trincheras, que llueven pepinos.

2 comentarios:

  1. Curiosa historia la de esta película. Espero poder ir a verla, no tiene mala pinta para lo que se deja ver últimamente.

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  2. No esperes nada del otro jueves, no es una gran película. Tiene momentos destacables de sensibilidad y se nota mucho que han utilizado "dailies" (las tomas diarias sin tratamiento fotográfico) para completarla. En todo caso, creo que era una historia que merecía ser contada y lo he hecho para no olvidarme de que, una vez, un lector me lo pidió.
    Gracias y un saludo.

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