Al salir del cine: LAS MOTIVACIONES DEL DOLOR (La venganza del hombre muerto)
César Bardés [colaborador].-
La muerte se presenta en vidas normales cuando se está en el sitio equivocado y en el momento menos oportuno. Unas balas arrancan de cuajo la pequeña parte de felicidad que le corresponde a un hombre e, incluso, puede que, de algĂşn modo, Ă©l ya haya muerto cuando decida comenzar su venganza. Solo asĂ el sufrimiento crece, se hace un compañero inseparable cada uno de los dĂas en los que rumia el pago que el destino le debe y se instala en el ánimo con una mirada desencantada, un gesto de amargura permanente y una cerrazĂłn en el lugar donde se guardan los sentimientos.
De pronto, alguien aparece con un buen puñado de heridas fĂsicas. TambiĂ©n ha dejado parte de sĂ misma en la tierra de nadie y el dolor es tan rutinario que apenas se le presta atenciĂłn. La burla de los niños ante las llagas es solo un pago más que la vida exige para llegar a alguna compensaciĂłn escondida en el rencor. Las miradas se encuentran, el encuentro se materializa de balcĂłn a balcĂłn. Algo por lo que luchar de nuevo. Algo por lo que perder otra vez.
Sin embargo, el dolor sigue ahĂ, golpeando con insistencia y envalentonando las ansias de venganza. Los que causaron ese sufrimiento deben morir. Sin piedad, sin razonamientos, sin más consideraciones. Pero el interrogante se halla al final del camino, desafiante, solitario. ¿Cesará el dolor despuĂ©s de consumar la venganza? ¿Habrá por fin alguna recompensa donde la moral y el ánimo puedan descansar? ¿Y despuĂ©s quĂ©? ¿QuĂ© será de esa felicidad que vuela furtiva por el aire y no se deja atrapar? ¿Se posará mansamente de nuevo aunque sea por un instante? Demasiadas preguntas que solo pueden obtener respuesta cuando la sangre haya corrido, cuando el fuego haya disipado los horrores, cuando el enfrentamiento sea un hecho, cuando todavĂa quede algĂşn rastro de humanidad en la sed del dĂa siguiente.
Niels Arden Oplev dirige con buen tino durante gran parte del metraje poniendo una especial atenciĂłn en algunas escenas donde sabe mantener con cierta garantĂa la tensiĂłn del momento y en la intensidad de las interpretaciones entre las que destacan las de Noomi Rapace (esta vez sĂ) y las de ese mafioso sin dimensiones que encarna Terrence Howard y que, no obstante, es capaz de dotar de aristas en medio de su cobardĂa evidente y de su irritaciĂłn desorientada. El desenlace, por otra parte, resulta algo delirante y definitivamente previsible cuando, en realidad, hemos estado ante una historia que merecerĂa algo más, con aciertos relevantes como el comenzar la narraciĂłn un poco despuĂ©s de su autĂ©ntico inicio, lo que obliga al espectador a ponerse al dĂa. El resultado final es una pelĂcula algo desequilibrada, con buenos momentos aunque no magistrales, con alguna que otra concesiĂłn a la más descarada comercialidad y con un Colin Farrell que da el tipo, lo domina y lo ajusta a su particular estilo.
Y es que las soledades son siempre lo suficientemente profundas como para coger a los personajes y hacer que sean piezas fundamentales de las motivaciones del dolor. Porque el dolor es sabio y tambiĂ©n es temerario. El dolor es Ăşnico y tambiĂ©n es una consecuencia del amor. Cuando hay dolor, en la mayorĂa de las ocasiones, es que tambiĂ©n ha habido pasiĂłn y, sobre todo, unas gotas inolvidables de felicidad. Procedentes de la risa de un niño o del inconfundible olor de unas galletas reciĂ©n hechas. La mejor celebraciĂłn es la perfecta normalidad y, cuando esa normalidad se ve alterada por los caprichos demenciales del destino, es cuando hay que tener cuidado porque el hombre muerto se puede volver a levantar, puede armarse de furia y comenzar a impartir la misma justicia que a Ă©l se le ha negado. Y solo podrá descansar cuando se vea reflejado en los ojos de una persona que vuelva a ser capaz de amarlo.
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