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Al salir del cine: GUIÑOS COMO DISPAROS (2 guns)

César Bardés [colaborador].-

Ser un infiltrado puede llegar a ser todo un engorro. Tanto es así que, sin saberlo, te puedes topar con otro infiltrado. Y entonces, claro, todo se complica. Los amigos se vuelven enemigos, las balas parece que se dan la vuelta para hacer pagar la traición y nada vuelve a ser como antes. Puede que, con un poco de suerte, algo de amistad haya quedado entre dos tipos que creían que el otro era un malvado sin demasiados escrúpulos pero eso ¿de qué sirve? En realidad, eso no es más que otro estorbo.

Desde el escalón más bajo de toda la cadena de mando que implica una infiltración se pueden dinamitar los cimientos de la corrupción. Más o menos porque todos tenemos un lado más o menos corrupto. Sí, sí, no nos escandalicemos. Todos tenemos un precio y no hay por qué avergonzarse de ello. Eso sí, puede que ese precio no sea pagadero en billetes. Hay muchos tipos de pago. El caso es que la corrupción nos llama por todas partes. Y, de vez en cuando, picamos porque en cuanto alguien nos lanza un guiño como disparo, nos sentimos especiales y ya nos importa un bledo que, con esa pequeñísima trasgresión de lo correcto, una diezmillonésima parte de nuestro corazón se haya podrido.

Los fuegos cruzados, por otro lado, son muy peligrosos porque si ponemos de un lado al Ejército, de otro a la C.I.A, en la esquina de allá a la Mafia y en el centro ponemos a los dos pordioseros de turno que tienen todas las papeletas para servir de carne a los peces, más vale irse con los deberes bien hechos. A no ser que sean dos tipos muy especiales, de esos que tienen cualidades que sus superiores no han sabido ver muy bien porque hay algo que distingue al corrupto del ladrón tradicional y es el desprecio hacia quien les sirve. Error mayúsculo. El desprecio es el causante de todos los fallos porque la superioridad es un amigo que siempre miente.


Baltasar Kormákur ha sabido dirigir una película que estaba condenada a ser una más de tantas con una agudeza y una sobriedad notable, sin renunciar al espectáculo visual, al argumento bien trenzado y a la realización de una cinta de acción con cierto sentido. Para ello, también ha mimado la interpretación de muchos de los actores que aparecen arrancando trabajos muy notables de Bill Paxton, de Paula Patton, de Edward James Olmos y, sobre todo y ante todos, de Denzel Washington. Él es la pieza angular sobre la que descansa todo el entramado poniendo en juego todo un festival de expresiones, de movimientos, de gestos y de precisiones que no caen en ningún momento en la sobreactuación y enriquece al personaje sacando oro de unos dientes falsos. Esa virtud que tiene la película también se convierte en uno de sus peores fallos porque Mark Whalberg, como siempre, resulta inútil, incoherente, superficial y tomándose todo el asunto con una levedad que hace que todo se descompense y el espectador comience a sentir una indiferencia radical hacia su personaje. En todo caso, el intento entretiene,  está bien enlazado, con una cierta inteligencia y sin faltar las consabidas dosis de cámara lenta, explosiones, disparos y crueldades.

Y es que el guiño es el mejor arma para hacer cómplices y deshacerse de dineros secretos que solo alimentan las raíces de la putrefacción gubernamental. Basta un poco de simpatía, saber lo que se quiere hacer, aguantar la respiración cuando el cañón te acaricia las partes bajas y utilizar el confortable nerviosismo ajeno. Dos armas bien engrasadas, con los guiños a punto y la pólvora comenzará a correr con un solo objetivo: quien quiera llevarse la mayor parte del pastel tendrá que ganárselo. Igualito que los tipos que están en el escalón más bajo de todo el entramado y que intentan, todos los días, hacer bien su trabajo. O casi

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