Al salir del cine: SILENCIO INFINITO (Gravity)
César Bardés [colaborador].-
El vacĂo es ese lugar donde el silencio puede ser angustioso o, tambiĂ©n, tranquilizador, donde el peligro es traicionero porque se presenta sin aviso previo, donde el caos ocurre y, sin embargo, todo guarda un misterioso orden, donde el ser humano acaricia con los dedos los bordes del infinito pero se halla aĂşn muy lejos de tenerlo entre sus manos, donde la vista parece ocupar el sitio de Dios y donde se puede apreciar, en toda su inmensidad, el hermoso planeta en el que vivimos y que, con insistencia, nos empeñamos en destruir. Es el lugar donde flotan las emociones para que sean agarradas al paso de las estrellas.
El escenario cĂłsmico siempre es un espectáculo que merece ser degustado porque, al fin y al cabo, nos guste o no, la vida es un milagro en medio de ese infinito caĂłtico, oscuro, frĂo y amenazador. Y la Tierra tiene toda la vida del universo encerrada en su esfera. La basura se acumula, los rĂos se secan, el medio ambiente, poco a poco, se va rindiendo a nuestro paso y, por supuesto, tambiĂ©n tenemos que dejar nuestras sucias huellas en el cielo. La extraordinaria visiĂłn de una aurora boreal que bordea la circunferencia terrestre no deja de ser una razĂłn para la esperanza, para que la desesperaciĂłn sea siempre un motivo para el pensamiento, para no dejar que nos rindamos ante nuestros propios miedos, nuestras propias mansedumbres, nuestras propias cobardĂas. Hay que volver a la Tierra que nos vio nacer porque, sin ella, no tenemos nada. Ni siquiera ganas de vivir.
Aprovechar la vida hasta el Ăşltimo instante, quedándonos extasiados ante todo lo que nos ofrece el sol brillando sobre un rĂo es un signo de cĂłmo tenemos que afrontar todo lo que nos hace mortales. Ante el infinito, cualquier fallo mĂnimo puede ser fatal porque la eternidad es perfecta y el hombre (o la mujer) queramos o no, no lo es. Ése momento crĂtico en el que caemos en la contaminaciĂłn del alma hace que seamos más pequeños, más insignificantes, una mota de polvo flotando en un mar de chatarra y vanidad. El silencio infinito nos devuelve nuestra verdadera medida y, quizá, en medio del profundo conocimiento de nuestro interior, podremos enfrentarnos con serenidad a la muerte, a la terrible e inmensa tarea de la supervivencia o al terror de ver pasar a nuestro lado un armatoste de mil toneladas invadiendo la quietud de un cielo al que no se debe despertar.
Alfonso CuarĂłn ha dirigido con voluntad y acierto una pelĂcula que nos sumerge en una fotografĂa esplendorosa, en una interpretaciĂłn impecable de Sandra Bullock, en una mĂşsica tremendamente climática e hipnotizadora y en una realizaciĂłn sobria, excelente y limpia. Quizá porque ha sabido atraparnos en ese silencio que sirve para morir, que envuelve los fenĂłmenos fĂsicos en catástrofes inadvertidas, que proporciona la calma necesaria para dejarse llevar hacia la oscuridad y la desoladora sensaciĂłn de que la vida es el valor supremo cuando la belleza de la quietud penetra en el oĂdo dormido. AsĂ, sabemos que la gravedad no es solo la capacidad de la Tierra por atraer cuerpos, como un imán de naturaleza explicable, sino que tambiĂ©n es el peso de nuestras emociones, que nos agarran a la existencia con todos nuestros errores y todos nuestros aciertos. Tal vez solo podemos sentirnos libres cuando nuestra alma está en paz con nuestros sentimientos, cuando sabemos que hicimos lo correcto y cuando sabemos que lo correcto es intentar sobrevivir por encima de todo. Es algo que debemos a la inmensidad de la que formamos parte.
Transmitiendo a ciegas, podemos decir todo lo que pensamos, sentimos, deseamos y amamos sin saber si alguien nos escucha. Solo asĂ, con fe en nuestras capacidades, podremos volver a hollar con paso vacilante la playa de nuestro regreso y decir que estuvimos inmersos en un vacĂo propio que nadie más ha podido derrotar.
El vacĂo es ese lugar donde el silencio puede ser angustioso o, tambiĂ©n, tranquilizador, donde el peligro es traicionero porque se presenta sin aviso previo, donde el caos ocurre y, sin embargo, todo guarda un misterioso orden, donde el ser humano acaricia con los dedos los bordes del infinito pero se halla aĂşn muy lejos de tenerlo entre sus manos, donde la vista parece ocupar el sitio de Dios y donde se puede apreciar, en toda su inmensidad, el hermoso planeta en el que vivimos y que, con insistencia, nos empeñamos en destruir. Es el lugar donde flotan las emociones para que sean agarradas al paso de las estrellas.
El escenario cĂłsmico siempre es un espectáculo que merece ser degustado porque, al fin y al cabo, nos guste o no, la vida es un milagro en medio de ese infinito caĂłtico, oscuro, frĂo y amenazador. Y la Tierra tiene toda la vida del universo encerrada en su esfera. La basura se acumula, los rĂos se secan, el medio ambiente, poco a poco, se va rindiendo a nuestro paso y, por supuesto, tambiĂ©n tenemos que dejar nuestras sucias huellas en el cielo. La extraordinaria visiĂłn de una aurora boreal que bordea la circunferencia terrestre no deja de ser una razĂłn para la esperanza, para que la desesperaciĂłn sea siempre un motivo para el pensamiento, para no dejar que nos rindamos ante nuestros propios miedos, nuestras propias mansedumbres, nuestras propias cobardĂas. Hay que volver a la Tierra que nos vio nacer porque, sin ella, no tenemos nada. Ni siquiera ganas de vivir.
Aprovechar la vida hasta el Ăşltimo instante, quedándonos extasiados ante todo lo que nos ofrece el sol brillando sobre un rĂo es un signo de cĂłmo tenemos que afrontar todo lo que nos hace mortales. Ante el infinito, cualquier fallo mĂnimo puede ser fatal porque la eternidad es perfecta y el hombre (o la mujer) queramos o no, no lo es. Ése momento crĂtico en el que caemos en la contaminaciĂłn del alma hace que seamos más pequeños, más insignificantes, una mota de polvo flotando en un mar de chatarra y vanidad. El silencio infinito nos devuelve nuestra verdadera medida y, quizá, en medio del profundo conocimiento de nuestro interior, podremos enfrentarnos con serenidad a la muerte, a la terrible e inmensa tarea de la supervivencia o al terror de ver pasar a nuestro lado un armatoste de mil toneladas invadiendo la quietud de un cielo al que no se debe despertar.
Alfonso CuarĂłn ha dirigido con voluntad y acierto una pelĂcula que nos sumerge en una fotografĂa esplendorosa, en una interpretaciĂłn impecable de Sandra Bullock, en una mĂşsica tremendamente climática e hipnotizadora y en una realizaciĂłn sobria, excelente y limpia. Quizá porque ha sabido atraparnos en ese silencio que sirve para morir, que envuelve los fenĂłmenos fĂsicos en catástrofes inadvertidas, que proporciona la calma necesaria para dejarse llevar hacia la oscuridad y la desoladora sensaciĂłn de que la vida es el valor supremo cuando la belleza de la quietud penetra en el oĂdo dormido. AsĂ, sabemos que la gravedad no es solo la capacidad de la Tierra por atraer cuerpos, como un imán de naturaleza explicable, sino que tambiĂ©n es el peso de nuestras emociones, que nos agarran a la existencia con todos nuestros errores y todos nuestros aciertos. Tal vez solo podemos sentirnos libres cuando nuestra alma está en paz con nuestros sentimientos, cuando sabemos que hicimos lo correcto y cuando sabemos que lo correcto es intentar sobrevivir por encima de todo. Es algo que debemos a la inmensidad de la que formamos parte.
Transmitiendo a ciegas, podemos decir todo lo que pensamos, sentimos, deseamos y amamos sin saber si alguien nos escucha. Solo asĂ, con fe en nuestras capacidades, podremos volver a hollar con paso vacilante la playa de nuestro regreso y decir que estuvimos inmersos en un vacĂo propio que nadie más ha podido derrotar.
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