El Halloween reemplaza al Crisantemo
Esta noche nuestros hijos y nietos saldrán disfrazados, bajo el aspecto más espantoso que puedan para su famoso “truco o trato”. Mi nieta Marta, 8 años, con sus amiguitas vecinas, no se lo pierde ningĂşn año. Irá como zombi, diablejo, brujita o alguno de los más famosos y terrorĂficos monstruos del cine, segĂşn hayan ideado sus padres y ella se considere más escalofriante al verse ante el espejo.
El padre, mi hijo JosĂ©, la acompañará en su “diabĂłlica” aventura por el vecindario y puedo asegurar que disfruta esa noche más que ella, a pesar del petardeo que supone ir por las casas viendo como su pequeña pide, casi con exigencias, el “truco o trato”, mientras muestra la vistosa bolsa que le ha preparado su madre para tan importante misiĂłn. La noche más lĂşgubre del año se convierte para ella en una alegre velada cargada de alicientes. Ya tendrá ocasiĂłn de conocer la tristeza.
Cuando aĂşn no estaba en auge esta festiva manera de “recordar” a los difuntos, era frecuente ver a las gitanas vendiendo los ramos de flores a precio de oro en las esquinas a viudas y madres para su visita al cementerio. Costumbre que va desapareciendo ante las nuevas y foráneas tendencias.
Habitual en estas fechas era la transformaciĂłn de estos fĂşnebres recintos en una especie de “picnic” un tanto macabro, con familias acampadas junto a la tumba del difunto durante toda la jornada. AllĂ sacaban y engullĂan sus viandas, sin faltar la tradicional tortilla de patatas, en una reuniĂłn donde junto a los “sonoros” lamentos de la viuda o madre, para hacer patente su dolor, se comentaban todo tipo de asuntos.
ORIGINARIO DE IRLANDA
El Halloween, en contra de la creencia generalizada, no naciĂł en los Estados Unidos, sino que fue instaurado allĂ en 1846, a la llegada de los catĂłlicos irlandeses huyendo de la persecuciĂłn religiosa de los ingleses. Es una celebraciĂłn de origen celta y su antigĂĽedad llega a los tres mil años antes de Cristo. Con ella celebraban su Samhain o fĂn de año y el 1Âş de Samonis o “reuniĂłn” en que conmemoraban el inicio de otro.
Esa noche se concentraban a orillas de un rĂo para celebrar el encuentro amoroso entre Moririgani, el dios de la tribu y del mundo inferior y Teutatia, la diosa de la guerra y reina de los espectros. El Cristianismo posteriormente lo convirtiĂł en dĂa de todos los santos que no figuraran en el calendario y de los difuntos.
Años más tarde, su celebraciĂłn adquiere un tono lĂşdico y festivo y regresa al Continente europeo a travĂ©s de esa “yanquizaciĂłn” a la que estamos sometidos. Con el paso del tiempo se añaden nuevos alicientes ajenos a su origen cĂ©ltico y posterior carácter cristiano y se convierte en el actual adelanto de un Carnaval algo “tĂ©trico” para los mayores y festiva diversiĂłn y atracĂłn de “chuches” para los más pequeños. Nada que ver con nuestros difuntos.
La historia del “truco o trato”, hoy tan popular entre los peques, tuvo un origen nada infantil. Su historia data de cuando los catĂłlicos irlandeses quisieron atentar contra el Parlamento inglĂ©s para vengar los abusos y tropelĂas de los protestantes bajo el reinado de James I y fueron descubiertos. Detenido su lĂder es obligado a delatar a sus compañeros antes de ser ejecutado.
PRETEXTO PARA EL DRISFRAZ
A partir de entonces, en cada aniversario, disfrazados para no ser reconocidos, algunos grupos de protestantes se dedicaban a visitar las casas de los catĂłlicos y los obligaban a entregarles dulces y cerveza. Una costumbre que se trasladĂł a la fiesta del Halloween y dio lugar al actual recorrido domiciliario infantil. Su nombre actual viene de “All Hallows’ Eve” (VĂspera de todos los Santos, Noche de brujas y de difuntos).
La cremaciĂłn, a la que yo he optado, evita mantener espacios en los que ya nada es lo que parece y queremos que sea y son menos frecuentes las visitas a cementerios y la venta de crisantemos. El “Halloween” es un pretexto para que se disfracen y diviertan los crĂos en sus visitas domiciliarias y los mayores en las numerosas discotecas y salas donde pasan “horrorosamente” enloquecidos esa noche.
Como si ese dĂa, precisamente, quisiĂ©ramos ocultar bajo grotesca máscara el lado oscuro y tĂ©trico de la muerte. Cambiamos el “Miserere” de Beethoven por la “Cabalgata de las Walkirias” de Wagner.
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