Esperando a Foucault [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
Los dos tipos se me acercaron esta mañana mientras tomaba mi habitual desayuno en la terraza de la esquina. Me preguntaron educadamente si podĂan hablar conmigo un momento. ComencĂ© a desconfiar, no obstante, cuando, sin esperar respuesta alguna por mi parte, tomaron asiento junto a mĂ, uno a cada lado. He de reconocer que me sentĂ, por este orden, rodeado, confuso, intimidado.
Uno de ellos tenĂa una inconfundible cara de mala leche. De esos tipos que odiarĂas encontrarte a medianoche en un callejĂłn oscuro y solitario, de esos con los que nunca querrĂas mantener una conversaciĂłn en la terraza de un cafĂ©, especialmente si no tienes nada que decirle. El otro parecĂa estĂşpido: frente prominente, labios caĂdos, ojos semicerrados, cráneo abombado. "Una joya como objeto de estudio frenolĂłgico", pensĂ©.
- Veras... necesitamos la fĂłrmula -dijo el de la cara de mala leche.
Obviamente, yo no tenĂa ni idea de quĂ© era la fĂłrmula, "¿la fĂłrmula de quĂ©?", pensĂ©. De hecho, sigo sin saber quĂ© narices buscaban. AsĂ se lo hice saber.
- Mira, chaval... -prosiguiĂł el tipo. - No estamos para tonterĂas ni hemos venido hasta aquĂ para dilatarnos más de la cuenta en disquisiciones inĂştiles. Necesitamos la fĂłrmula, y punto.
Eso de llamarme "chaval", sobre todo por el tono en que lo dijo, me pareciĂł tremendamente grosero. Más aĂşn cuando por sus expresiones y modales aparentaba ser un tipo distinguido. Yo recurrĂ al manido tĂłpico del "creo que me confunde con otra persona". Juro, por otra parte, que pensaba, y sigo pensando, que efectivamente era asĂ, que era otro el objetivo de sus pesquisas. El tipo no pareciĂł tomar en consideraciĂłn mi defensa, de hecho su cara se agriĂł aĂşn más.
- Ya veo... bien, la cosa está como sigue: aquĂ mi amigo y yo nos iremos ahora, ¿de acuerdo? Pero volverás a saber de nosotros. No tengas duda alguna. Y, si no nos das la fĂłrmula cuando volvamos, mi amigo tendrá que actuar, y eso, tenlo por seguro, no te va a gustar.
El amigo sonrió, y su sonrisa le hizo parecer aún más estúpido. Un auténtico bobalicón. Sin embargo, apretó los puños e hizo crujir sus nudillos con tal fuerza que casi se me atraganta el café.
Se levantaron y se fueron. QuedĂ© tan inquieto que ni probĂ© mi tostada con mantequilla, y eso que tenĂa buena pinta. Ahora estoy en casa, divagando como un psicĂłtico, mirando a la calle a travĂ©s de las cortinas, angustiado por que pueda sonar el timbre, viendo sombras y fantasmas por todas partes.
Lo peor es que no sĂ© nada de ninguna fĂłrmula. No he sabido nunca, de hecho. No sĂ© quĂ© hacer. He llamado a un colega para que me pase un libro de FĂsica del BUP, aunque no tengo muchas esperanzas de que eso me sirva de ayuda.
Los dos tipos se me acercaron esta mañana mientras tomaba mi habitual desayuno en la terraza de la esquina. Me preguntaron educadamente si podĂan hablar conmigo un momento. ComencĂ© a desconfiar, no obstante, cuando, sin esperar respuesta alguna por mi parte, tomaron asiento junto a mĂ, uno a cada lado. He de reconocer que me sentĂ, por este orden, rodeado, confuso, intimidado.
Uno de ellos tenĂa una inconfundible cara de mala leche. De esos tipos que odiarĂas encontrarte a medianoche en un callejĂłn oscuro y solitario, de esos con los que nunca querrĂas mantener una conversaciĂłn en la terraza de un cafĂ©, especialmente si no tienes nada que decirle. El otro parecĂa estĂşpido: frente prominente, labios caĂdos, ojos semicerrados, cráneo abombado. "Una joya como objeto de estudio frenolĂłgico", pensĂ©.
- Veras... necesitamos la fĂłrmula -dijo el de la cara de mala leche.
Obviamente, yo no tenĂa ni idea de quĂ© era la fĂłrmula, "¿la fĂłrmula de quĂ©?", pensĂ©. De hecho, sigo sin saber quĂ© narices buscaban. AsĂ se lo hice saber.
- Mira, chaval... -prosiguiĂł el tipo. - No estamos para tonterĂas ni hemos venido hasta aquĂ para dilatarnos más de la cuenta en disquisiciones inĂştiles. Necesitamos la fĂłrmula, y punto.
Eso de llamarme "chaval", sobre todo por el tono en que lo dijo, me pareciĂł tremendamente grosero. Más aĂşn cuando por sus expresiones y modales aparentaba ser un tipo distinguido. Yo recurrĂ al manido tĂłpico del "creo que me confunde con otra persona". Juro, por otra parte, que pensaba, y sigo pensando, que efectivamente era asĂ, que era otro el objetivo de sus pesquisas. El tipo no pareciĂł tomar en consideraciĂłn mi defensa, de hecho su cara se agriĂł aĂşn más.
- Ya veo... bien, la cosa está como sigue: aquĂ mi amigo y yo nos iremos ahora, ¿de acuerdo? Pero volverás a saber de nosotros. No tengas duda alguna. Y, si no nos das la fĂłrmula cuando volvamos, mi amigo tendrá que actuar, y eso, tenlo por seguro, no te va a gustar.
El amigo sonrió, y su sonrisa le hizo parecer aún más estúpido. Un auténtico bobalicón. Sin embargo, apretó los puños e hizo crujir sus nudillos con tal fuerza que casi se me atraganta el café.
Se levantaron y se fueron. QuedĂ© tan inquieto que ni probĂ© mi tostada con mantequilla, y eso que tenĂa buena pinta. Ahora estoy en casa, divagando como un psicĂłtico, mirando a la calle a travĂ©s de las cortinas, angustiado por que pueda sonar el timbre, viendo sombras y fantasmas por todas partes.
Lo peor es que no sĂ© nada de ninguna fĂłrmula. No he sabido nunca, de hecho. No sĂ© quĂ© hacer. He llamado a un colega para que me pase un libro de FĂsica del BUP, aunque no tengo muchas esperanzas de que eso me sirva de ayuda.
Pon tu comentario