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El pececillo de plata [Memento Mori]

José Antonio Sanduvete [colaborador].-

     Lo encontraron por casualidad. Él no querĂ­a ser encontrado. PretendiĂł huir, forcejeĂł, se resistiĂł ante la sorpresa de todos los que asistĂ­an, curiosos, a un rescate de proporciones hollywoodienses.
     "Diez años encerrado en una biblioteca", susurraban, y el rumor se extendĂ­a como un reguero de pĂłlvora. "Pobrecito", musitaban algunos; "¿Y cĂłmo habrá sobrevivido?", se preguntaban otros. Y todos, absolutamente todos, lamentaba la suerte de aquel pobre chico que entrĂł en una biblioteca en la flor de la vida y saldrĂ­a de ella convertido en un adulto, maduro, habiendo desperdiciado sus mejores años, años perdidos, una experiencia traumática que a buen seguro condicionarĂ­a sus relaciones con los demás a partir de entonces.
     La soledad, afirmaban todos, le habrĂ­a convertido en un ser asocial, en un homĂ­nido asalvajado, reacio al contacto, insensible y primitivo. AsĂ­ que esperaban ver salir a un ser andrajoso, de pelo enmarañado y olor a podredumbre, poco menos que caminando a cuatro patas, escoltado por los agentes del grupo especial de operaciones que habĂ­a acudido a liberarle.
     No es difĂ­cil, por tanto, imaginar la sorpresa de unos y otros cuando surgiĂł de entre la maraña policial un caballero elegantemente vestido, de mirada inteligente y gesto vivo, que caminaba con toda la dignidad que puede mostrar alguien a quien arrancan de su hogar por la fuerza.
     "HabĂ­a venido a estudiar para un examen", decĂ­an unos; "debiĂł de perderse entre las estanterĂ­as, entre las secciones, en el recĂłndito y inconmensurable depĂłsito", aseguraban otros, sin entender muy bien cĂłmo no se dejĂł guiar por los paneles que indicaban la salida.
     Pronto se supo que el joven se habĂ­a hecho adulto leyendo los centenares de novelas de aventuras, las enciclopedias de historia del arte, los tratados de sociologĂ­a y las disquisiciones filosĂłficas que poblaban los mĂşltiples anaqueles. 
     "¿Y quĂ© has comido todo este tiempo?", le preguntaron. "He devorado libros", respondiĂł Ă©l, casi ofendido por la obviedad de la respuesta que se le requerĂ­a.
     "Definitivamente, ha enloquecido", pensaban unos y otros al oĂ­rle. QuĂ© hubieran pensado si hubieran podido leerle los pensamientos, aquellos que giraban, básicamente, en torno a la incomodidad de la compañía humana y la posibilidad, deseada ya desde el momento en que habĂ­a sido descubierto, de volver a la biblioteca y pasar allĂ­ el resto de sus dĂ­as...

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